EL MUNDO – 26/09/15 – EDITORIAL
· Las elecciones autonómicas que se celebran mañana en Cataluña son las más importantes desde las primeras generales de 1977. Y lo son porque no está en juego la clásica alternancia de poder, sino el futuro de esa comunidad y del resto de España bajo la amenaza del independentismo que lideran Artur Mas y Oriol Junqueras, que son los promotores de la lista Junts pel Sí.
Desgraciadamente la campaña que acabó anoche no ha servido para arrojar luz sobre las consecuencias de una proclamación unilateral de la independencia que, según el presidente de la Generalitat, es ya un objetivo irrenunciable. Por el contrario, los nacionalistas han logrado sembrar la confusión en el electorado gracias a una eficaz propaganda sembrada de falsedades, medias verdades y simplificaciones. Hoy mismo publicamos el contenido de un vademécum de la Asamblea Nacional de Cataluña para adoctrinar a los ciudadanos, que parece ideado por el aparato propagandístico de una república bananera.SIGUE EN PÁG. 3
Nunca en España la demagogia y la manipulación habían alcanzado cotas tan elevadas. Oriol Junqueras llegó a sostener en el debate con el ministro Margallo que los ciudadanos catalanes mantendrán la ciudadanía española si Cataluña logra la independencia y que, por ello, no podrán ser expulsados de la Unión Europea.
Pero lo peor no reside en el gran engaño que los separatistas han instrumentalizado en esta campaña. Lo peor ha sido el tono insultante y guerracivilista de Artur Mas, que en sus últimas intervenciones ha recurrido a la dialéctica amigo-enemigo, tachando a quienes no están con él como adversarios de Cataluña. Aunque no le guste oirlo, su discurso recuerda el de los líderes totalitarios en los años 30, adornado con una escenografía de estética emocional en muchos de sus actos.
Mas ha actuado con una completa deslealtad al Estado, traicionando su compromiso de velar por la Constitución y las leyes vigentes y aprovechando su cargo para actuar siempre en favor de su causa partidista, envuelto en la bandera. A lo largo de estos años, no ha sido el presidente de todos los catalanes sino sólo de los nacionalistas.
No se puede obviar tampoco el uso de las instituciones, de TV3 y de los recursos públicos para adoctrinar a los catalanes, elevando el nacionalismo a religión de Estado e imponiendo sus señas de identidad a toda la población, como caracteriza a los regímenes autoritarios.
La principal falacia que hay que desmontar es que existe, como sostienen Artur Mas y los suyos, un antagonismo entre la Generalitat y el Gobierno de Madrid, entre Cataluña y el Estado. Eso es falso. Los nacionalistas se han inventado un memorial de agravios para justificar su reivindicación independentista y para forzar un enfrentamiento artificial con las instituciones del Estado, cuyas sentencias no acatan.
Su desprecio a la legalidad llega hasta la convocatoria de estas elecciones que ellos quieren presentar como plebiscitarias, ignorando que el único mandato que dan las urnas es para gobernar Cataluña y no para proclamar la independencia al margen de las leyes y la voluntad del resto de los españoles.
Si prosiguen su hoja de ruta soberanista, no hay duda de que se avecinan grandes tensiones en los próximos meses y de que el proyecto de convivencia de la Constitución de 1978 quedaría gravemente herido. El desafío supondría un enorme desgaste para todos, al margen de que una eventual secesión –aunque improbable– tendría nefastas consecuencias para Cataluña, que quedaría fuera de la Unión Europea y aislada del mundo.
La Generalitat no podría financiarse porque sus títulos son bonos basura, no podría pagar las pensiones ni mantener el nivel de sus servicios públicos. Y Cataluña se vería abocada a una deslocalización de empresas, a una huida de inversores y a una quiebra del sistema financiero, que en el peor de los casos obligaría a las autoridades a implantar un corralito.
Los nacionalistas han logrado embarrar el terreno y que este debate quedara difuminado por sus cortinas de humo. Pero también es preciso reconocer que los partidos que defienden la unidad de España –tal vez con la excepción de Ciudadanos– no han hecho una buena campaña, siendo incapaces de transmitir las ventajas de un proyecto común. Su mayor error ha sido actuar a la defensiva e ir siempre a remolque de los independentistas, que han marcado la agenda electoral.
Las últimas encuestas dan a Junts pel Sí un número de escaños cercano a la mayoría, pero lo que no está nada claro es quién va a gobernar si la lista consigue el apoyo que vaticinan los sondeos. Y ello porque el liderazgo de Artur Mas es fuertemente cuestionado por muchos de los integrantes de este movimiento, formado por una mezcla heterogénea de partidos, personas, ideas y asociaciones civiles.
Si Junts pel Sí decide proseguir la hoja de ruta soberanista con el apoyo de la CUP, partido de extrema izquierda, es evidente que Artur Mas tendría serias dificultades para revalidar el cargo. Romeva o Junqueras podrían ser los candidatos alternativos, lo que sería un bofetón para los votantes de Convergència. Una cuestión tan esencial como ésta, no ha quedado aclarada antes de ir a las urnas.
Ya sólo faltan menos de 48 horas para conocer los resultados y empezar a despejar las incógnitas. Pero todavía hay un pequeño margen de tiempo para que la Cataluña silenciosa y plural, que no comulga con el rasero nacionalista, acuda a votar en una ocasión en la que hay tanto en juego.
Las estadísticas reflejan que hay alrededor de un 15% de la población catalana que jamás acude a las urnas porque no se siente concernida. Esa minoría y los votantes de los partidos que defienden la Constitución podrían todavía evitar un resultado que perjudicaría a todos los españoles, en especial a los catalanes.
La suma de los votos de todos ellos, no importa su ideología, será decisiva para frenar a un independentismo que ya ha fracturado la sociedad catalana y que pretende romper con el resto de España.
A modo de conclusión, creemos que lo que está en juego es también un modelo de convivencia, basado en los valores de la Constitución y en los derechos fundamentales que tutela un Estado democrático frente a la concepción identitaria de los nacionalistas, que clasifica a los individuos en función de sus rasgos individuales y que divide a los ciudadanos en buenos y malos. Unas elecciones de esta importancia requieren la movilización de quienes creen que juntos ganamos todos.