Polisemias

ABC 07/10/15
IGNACIO CAMACHO
 
· Por polisémica que sea la palabra, Sánchez se presenta a presidente de una nación, no a catedrático de semántica

APedro Sánchez le piden algunos influyentes correligionarios que para incitar el voto útil repita aquel compromiso de Zapatero de no tratar de gobernar si saca un voto menos que el rival en las elecciones. En vez de asumir este gesto de claridad, el candidato socialdemócrata prefiere imitar a su antecesor en algunas de sus más abundantes confusiones. Cuando ayer le dijo a Carlos Herrera que nación es una palabra «polisémica» resucitó el fantasma zapaterista de lo discutido y lo discutible, célebre ambigüedad conceptual que acabó dando cobertura al descalzaperros soberanista. Diccionario en mano Sánchez lleva razón incontestable, pero se presenta a presidente de una nación, no a una plaza de catedrático de semántica.

Desde aquella célebre (in)definición zapateriana los socialistas andan a trompicones con la cuestión nacional, que no es un problema nominal sino ideológico. De los múltiples significados del término, que en efecto es polisémico, no acaban de saber con cuál quedarse. Han hablado de realidades nacionales, de nación de ciudadanos, de nación de naciones. Unos, como Iceta o Ximo Puig, se refieren con él a Cataluña, y otros como el propio secretario general, a España, ese país para el que Pasqual Maragall, en pleno delirio, llegó a sugerir un cambio de nombre. El malentendido se agranda y multiplica cuando entran en juego conceptos como el de Estado o el de patria, enunciados capaces de agitar viejos prejuicios sectarios; al mismo Sánchez le han llegado a reprochar los suyos el uso de la bandera española como atrezzo simbólico de sus mítines. Hay en torno al ser y la identidad de España un desacuerdo de fondo en el PSOE, un embrollo de criterios, un desencuentro de tradiciones y de tendencias que debilita su proyecto y siembra dudas sobre su cohesión como partido de gobierno. La invocación federalista es un placebo político que sirve para escapar de ese debate interior en cuya postergada resolución está la clave de un complejo conflicto de almas, corrientes y facciones imposibles de casar entre sí. Porque una cosa es la polisemia y otra la poligamia.

El líder socialista trata de ganar tiempo aplazándose a sí mismo las respuestas. Busca refugio en la anfibología y en los casuismos léxicos y tira para adelante a la espera de que las circunstancias le ofrezcan soluciones prácticas. Su entorno tiende a pensar que el enredo catalán puede arreglarse a base de ingeniería terminológica creativa: las expresiones «comunidad nacional» y «nación cultural» están ya escritas en algunos borradores de reforma de la Carta Magna. En medio de este frenesí nominalista alguien debería aclararnos a los españoles, a ser posible antes de las elecciones, qué demonios somos. Va a ser difícil de creer que Sánchez nos pida el voto para gobernar una polisemia. A menos que en vez de en el BOE aspire a firmar en el DRAE.