EDITORIAL EL MUNDO – 17/11/15
· «No habrá tregua al terrorismo. Estamos en guerra», declaró ayer François Hollande ante la Asamblea y el Senado, reunidos en un sesión histórica en Versalles para simbolizar la unión de la nación.
En un clima de movilización patriótica, el presidente francés anunció la presentación inminente de una reforma constitucional para reforzar la seguridad de los ciudadanos. También informó a los diputados y senadores de la contratación de 8.000 agentes policiales y personal especializado para combatir el yihadismo.
La principal medida que incluirá la reforma es la prórroga del estado de emergencia a tres meses. El Gobierno puede decretarlo durante 12 días en casos de crisis nacional, como la que se produce ahora, pero necesita una aprobación del Parlamento para alargarlo. De hecho, Hollande ya ha anunciado que pedirá mañana una prórroga del que aprobó el pasado sábado, horas después de los atentados.
Aunque no se conoce el contenido concreto de la reforma, se presume que el Gobierno va a introducir restricciones a la libertad de reunión y manifestación para poder actuar con mayor eficacia contra las células islamistas que operan en el interior. En concreto, la idea del Ejecutivo es poder restringir la influencia de los clérigos islámicos que alientan el odio contra Occidente.
Otro de los puntos que puede contemplar esa reforma constitucional es establecer mayores facilidades para que los cuerpos de seguridad puedan interceptar comunicaciones y para acceder a los domicilios de personas sospechosas.
«Tenemos que protegernos», subrayó Hollande mientras París recobraba ayer la normalidad con los colegios, los establecimientos oficiales, los comercios, los restaurantes y los centros de ocio, abiertos.
Todo apunta a que la reforma que propugna el Gobierno socialista francés va a tener una amplía mayoría de respaldo en la Asamblea, puesto que Sarkozy ya ha anunciado su apoyo con condiciones. Pero ello abre el inevitable debate entre libertad y seguridad ciudadana, como ya sucedió en 2005 en Francia cuando se declaró el estado de emergencia por los incidentes violentos en los barrios periféricos de la capital y en otras ciudades.
La cuestión es compleja y carece de soluciones fáciles, ya que la prioridad de proteger la seguridad de los ciudadanos no debe ir en menoscabo de su libertad y su estilo de vida. Una cosa sin la otra carece de sentido. Por ello, hay que encontrar un punto de equilibrio entre ambas.
Desgraciadamente, la situación de terror que se ha vivido en París este último fin de semana y su vulnerabilidad hacen necesarias esas medidas que anunció ayer Hollande. La dificultad para que sean efectivas reside en la propia naturaleza cerrada de las organizaciones islamistas, que son muy difícilmente penetrables por los servicios de inteligencia.
El problema de Francia es que hay más de cinco millones de musulmanes. La mayoría de ellos son ya de segunda o tercera generación, lo que supone que han sido educados en el país y disponen de todas las facilidades para moverse y actuar.
Es evidente que de esos cinco millones de musulmanes sólo una pequeña minoría tiene intenciones violentas, pero aunque sólo representara un modesto 1%, estaríamos hablando de 50.000 personas, un colectivo imposible de controlar. Ello refleja la magnitud del problema.
Lo cierto es que los Gobiernos europeos tienen que encontrar la forma de combatir el terrorismo islámico, para lo cual se necesitan cambios en las leyes y más efectivos policiales.
Para discutir este tema, se reúnen el próximo viernes en Luxemburgo los ministros de Justicia e Interior de la Unión Europea, cuya cooperación puede todavía mejorar en muchos aspectos, como ha servido para poner en evidencia la tragedia de París.
En cualquier caso, este debate se va a extender inevitablemente a España y otros países europeos que sufren la misma amenaza. Lo que convendría tener en cuenta es que no debe ser abordado en un clima emocional y que resulta esencial mantener nuestro sistema de vida y nuestros valores, porque lo contrario sería un triunfo para los yihadistas.
EDITORIAL EL MUNDO – 17/11/15