«Nada de Dios y nada de política»

Carlos Sánchez-El Confidencial

La política es ya desde hace tiempo un espectáculo. Se olvida de esta manera lo que recomendaba a sus becarios el lema de la Royal Society: no confíes en la palabra de nadie

No es casualidad que el lema de la Royal Society sea ‘nullius in verba’. Es decir, no confíes en la palabra de nadie.

El lema responde a una exigencia. Se pretendía animar los becarios a que resistieran el dominio de la autoridad y trabajaran por verificar sus investigaciones mediante métodos científicos irrefutables. Se les instaba, en una palabra, a que despreciaran las declaraciones no fundamentadas en la ciencia y en el conocimiento y, por el contrario, se guiaran por los hechos, lo que obligaba a los ‘fellows’ a basar sus investigaciones en la experimentación.

La Royal Society, como consecuencia de esos principios, introdujo en sus estatutos una prohibición expresa: «Nada de Dios y nada de política». Y fruto de ello es que, desde 1663, esta venerable institución ha contribuido a la publicación de textos esenciales para la ciencia, como la ‘Principia Mathematica’, de Isaac Newton. También a la difusión de la célebre cometa de Benjamin Franklin, con la que demostró la naturaleza eléctrica de los rayos, o al conocimiento del extraordinario viaje de James Cook a Tahití, llegando a Australia y Nueva Zelanda, para rastrear el Tránsito de Venus.

Reclamar que el sistema parlamentario español recupere la cordura y el rigor científico es difícil, pero conviene hacerlo para evitar males mayores

La Royal Society fue también la primera que publicó en inglés un informe sobre inoculación de enfermedades y la que dio cobijo a las investigaciones de Charles Babbage para crear una máquina analítica que, con la indispensable participación de Ada Lovelace, la hija de Lord Byron, es el origen de los actuales ordenadores.

Reclamar que el sistema parlamentario español recupere la cordura y el rigor científico que pueda acompañar a la política —por ejemplo, renovando las instituciones y expulsando a los políticos mentirosos— es probablemente tan difícil como entender el neutrón de Chadwick, que también la Royal Society ayudó a difundir. Pero conviene hacerlo en aras de evitar males mayores.

Cataluña, siempre Cataluña, ha acabado por dinamitar algunos de los consensos básicos creados en torno a la Constitución, y lo que es todavía peor, sin que haya alternativas. Aunque cueste creerlo, ningún partido ha puesto sobre la mesa una hoja de ruta verdaderamente sólida para encauzar un problema que se ha vuelto tóxico para el sistema parlamentario. Ni estando en la oposición ni estando en el Gobierno. Obviamente, porque cualquier propuesta tendría un coste electoral que nadie está dispuesto a asumir.

Conflicto social

Lo que hoy identifica al populismo, y el independentismo y la extrema derecha son nuestra versión española, no es solo que construye ideas fáciles para resolver problemas complejos, sino, también, que huye del desgaste que supone tener que asumir decisiones impopulares. Es decir, difíciles de entender por la opinión pública a corto plazo, pero que a la larga son eficaces para encauzar el conflicto social.

Hoy, de hecho, la política son declaraciones huecas que no van a ningún lado más allá de provocar una polvareda inane que es sustituida de forma mecánica por otra de las mismas características con la participación imprescindible de medios de comunicación (principalmente la televisión) que forman parte de la industria del espectáculo, y que han visto en la política su principal materia prima.

La política son declaraciones huecas que solo provocan una polvareda inane que es sustituida de forma mecánica por otra con ayuda de los medios

Ese presentismo, como lo han llamado muchos científicos sociales, tiene que ver con la ausencia de alternativas y de ideas nuevas, lo que explica la exacerbación de las discrepancias, como si cada mañana estuviera en juego el futuro de la humanidad y solo existiera el presente. El futuro entendido como una entelequia.

Incluso el pasado se explica únicamente a la luz del último minuto, lo que no solo es un anacronismo, sino que impide tener una visión holística de la realidad, que aparece, de esta manera, fracturada e incomprensible.

Se cogen los trozos históricos que interesan —los otros se desprecian porque desmontarían ideas preconcebidas— para construir una realidad inventada, que es, justamente, lo contrario que exigía la Royal Society a sus becarios. Es como si España estuviera haciendo un puzle permanente de su propia historia, pero sin saber qué figura se quiere armar. Sin conocer los contornos de un país en continuo revisionismo histórico y que aún hoy se pregunta qué es.

El terreno de la nada

El presidente Sánchez, en este sentido, es, probablemente, el político que mejor se mueve en el terreno de la nada y de la improvisación. Es capaz de reconocer a Guaidó como presidente encargado de Venezuela y poco tiempo después, apenas un año, ningunearlo en su primera visita a España. O cargar contra los independentistas y después hacerlos socios de su gobierno. O reclamar el apoyo de los militantes socialistas para alcanzar el poder y después convertir al PSOE en una tumba que ya es solo una maquinaria electoral.

Es decir, presentismo en estado puro con un solo objetivo: ganar tiempo en el ejercicio del poder. Cuantos más meses pase Sánchez en la Moncloa se irá reforzando ese papel institucional que históricamente ha beneficiado a los presidentes, con el añadido de que él mismo se irá alejando de su propio pasado y de sus clamorosas contradicciones.

De hecho, como ha escrito el profesor Rodríguez Teruel, ha diseñado un consejo de ministros preparado para la ofensiva, no para defender sus posiciones, y ahí está la elección de Dolores Delgado para demostrarlo. Probablemente, con la idea de que el PP tenderá a radicalizarse a medida que Sánchez se consolide, consiguiendo con ello la autoexpulsión del PP del centro del tablero político, utilizando un símil futbolístico. En definitiva, una especie de legitimación a través de los actos del poder.

El propio Casado parece haber caído en esa estrategia y sigue confundiendo la política con un tuit, lo que convierte en inservible a la oposición, que, en contra de lo que se piensa en Génova, no es decir lo contrario que el Gobierno de turno, sino ser una alternativa.

Y hacer política en los términos de acción/reacción solo conduce a la polarización, que es justo el escenario que un partido conservador y liberal debería evitar si no quiere disgustos electorales y una pérdida de influencia irreversible en los cenáculos del poder.

La polarización

La judicialización de la política, de hecho, es lo mismo que jibarizar el espacio de lo público, toda vez que los tribunales sustituyen al parlamento, lo cual convierte en inútil la democracia deliberativa. Precisamente, el campo de juego en el que más tiene que perder el PP si no quiere caer atrapado en eso que algunos han llamado, utilizando la célebre metáfora ricardiana, ley de hierro de la polarización, que arruina los consensos debido a que las posiciones iniciales de los contendientes se van alejando a medida que se profundiza en una discusión. La polarización sin alternativas, en definitiva, no es más que la manifestación más evidente de una cierta impotencia democrática.

Ya hay pocas dudas de que el presidente del PP ha elegido la vía de los excesos y de las hipérboles, lo que tiene, al menos, una doble consecuencia. Su partido está condenado a competir con Vox y a alejarse del centro político y, como consecuencia de ello, el terreno que le deja al partido socialista es cada vez más extenso.

El reciente acuerdo entre los sindicatos, los empresarios y el Gobierno es la demostración más palmaria de cómo Casado se ha ido alejando de la realidad del país y, en lugar achicar el espacio ofreciendo su propia alternativa sobre el salario mínimo o sobre el mecanismo de revalorización de las pensiones, lo que hace es jugar al catastrofismo.

Ni siquiera ha puesto el énfasis en que el acuerdo con los empleados públicos lo firmó Montoro, que fue, precisamente, quien liquidó el índice de revalorización de las pensiones (el 0,25% mínimo) que su propio partido había aprobado. ¿Dónde está el discurso económico de Casado más allá de soltar exabruptos?

Ya lo dijo Maquiavelo: «E la prima coniettura che si fa di un signore, e del cervel suo, è vedere gli uomini che lui ha d’intorno». O lo que es lo mismo, «la primera impresión que nos formamos de un príncipe y de su inteligencia es cuando observamos a los hombres que tiene a su alrededor».