Gregorio Morán-Vozpópuli
- Una ciudad deshecha tras el proceso independentista a la que se ha sumado una pandemia que se da por superada
El próximo 24 de mayo, lunes, el Ayuntamiento de Barcelona iniciará la distribución de bolsas de basura con un chip que identificará a cada vecino para saber cómo recicla sus desechos. Empezarán por el barrio de San Andreu para luego extenderlo al resto de la ciudad. No están leyendo ustedes un anuncio de una película distópica, que se dice ahora, sino una amenazante realidad que no ha merecido más que una noticia en la sección local de un diario.
O sea que a partir del 24 habrá quien controle nuestras basuras y podrá llamarnos a capítulo si no están correctamente ubicadas en bien de la biodiversidad del planeta y de una ciudad ecológica; por lo demás, los contenedores siguen desbordados. “El objetivo -según la comisaria técnica de la Asociación de Municipios Catalanes por la Recogida Puerta a Puerta, Montse Cruz- es incentivar y evitar malas prácticas”.
Esto es Barcelona, una ciudad deshecha tras el proceso independentista a la que se ha sumado una pandemia que se da por superada, puesto que el Gobierno de la Generalitat en su reciente anuncio de los presupuestos dedica 322,8 millones a la Sanidad y 738,6 a Subvenciones. Previamente, el Parlament se ha concedido 16 millones extra a repartir entre los grupos políticos cuyos representantes se habían subido el sueldo como primera decisión tras haberse constituido. Eso sí, han exceptuado a Vox de todas las regalías porque Cataluña ha tendido un cordón sanitario al fascismo, aseguran. Luego se quejarán de que aumenten su base social o que el personal se abstenga de votar por decencia.
Esto es Barcelona, una ciudad deshecha tras el proceso independentista a la que se ha sumado una pandemia que se da por superada, puesto que el Gobierno de la Generalitat en su reciente anuncio de los presupuestos dedica 322,8 millones a la Sanidad y 738,6 a Subvenciones.
El problema de Cataluña es siciliano. Ya lo dijimos hace tiempo en las postrimerías del pujolismo y salió Enric Juliana, entonces nacionalista animoso hacia el procés y hoy intermediario de quien pague en especie, para señalar que no era comparable porque en Barcelona se leía de siempre La Vanguardia y no Il Carlino Siciliano. Unos meses después me echaron del diario los mismos que ahora van de capitanes piratas de la normalización. La gran ventaja de Cataluña es su arte para manipular la memoria; lo que se resiste a la desvergüenza siempre es póstumo y ajeno.
Llevo viviendo en esta ciudad más de treinta años y he visto tanto circo que al final uno corre el riesgo de perder pie. La construcción de una casta postpujoliana no es responsabilidad de Jordi Pujol; él fue el capo de una sociedad mafiosa cuya familia y allegados constituyeron el entramado criminal del que hablan ahora los jueces. Utilizó modos y maneras que ya venían de antiguo. Las raíces campesinas integristas no sólo orientan hacia el conservadurismo, sino que muestran rasgos similares en más de un punto con Sicilia. El pistolerismo se diluyó con el tiempo. No se hizo imprescindible, y el franquismo consiguió facilitar las fortunas; Franco iba a lo suyo y la casta también: alababan al Padrino, convergían y disimulaban.
Pujol lo compró todo, es cierto, pero para comprar hay que abrir un mercado de ofertas, y las de Pujol y su consigliere Prenafeta no repararon en gastos, al fin y al cabo, el dinero era público y nadie lo cuestionaba. Los desenlaces fueron patéticos, pero sin sangre. Como el de Josep Benet, “el senador más votado de España” -que decía él con su vanidad de capellán sin obispado-, el opositor de Pujol que había unido a la izquierda catalana. Le colocó en una tétrica oficina de las Ramblas, simulando hacer historia. Reconcomiéndose, pero sin levantar la voz y menos aún cuestionar al Padrino que le había dado cobijo y una tranquilidad económica sin más penitencia que rezar en silencio su resentimiento. Lo de Millet y el Palau tiene el mismo fétido aroma de Bárcenas y el PP, pero con fondo de sardana y bendiciones en el monasterio de Montserrat.
Pujol lo compró todo, es cierto, pero para comprar hay que abrir un mercado de ofertas, y las de Pujol y su consigliere Prenafeta no repararon en gastos, al fin y al cabo, el dinero era público y nadie lo cuestionaba
Como en Sicilia, el Capo siempre lo deja todo atado porque lo ha comprado todo, y lo que no compra es que carece de relevancia. Ahora cabe contemplar en todo su fulgor la que fue Escuela de Negocios “Bandera Roja”, por la que han pasado los que son algo en la casta, aunque se equivoquen y hayan de hacer intentos y cambiar de cromos. “Bandera Roja”, aquella organización a la izquierda del PCE, creada en Cataluña por Alfonso Carlos Comín, padre ¡ay! del mayordomo del Puigdemont de Waterloo, y Jordi Solé Tura, luego ministro del González tardío.
No hay ni una sola tesis, no digamos ya libro, sobre este que fue partido emergente del antifranquismo hasta convertirse en Escuela Superior y alcanzar la gloria del catalanismo en todas sus gradaciones. Jordi Borja, en la alcaldía; Castells en el Gobierno; Vidal Folch, Josep Ramoneda y Enric Juliana en el columnismo salomónico, Josep Mascarell a la búsqueda de una alfombra de la que no le tiren… Y se podría seguir con todo un plantel que la convierte en lo que allende se denomina una Escuela de Altos Estudios para las más diversas ocupaciones públicas.
La continuidad la trajo, ya en democracia, Luis Prenafeta, il consigliere, que se dedicaba también a las gasolineras -¿por qué al espíritu pujoliano más recalcitrante le da siempre por los derivados del petróleo?- se inventó Fundación Cataluña, la Fun-Cat, en la que abrevaron los que venían de otros lares o con menor edad -Jordi Amat, Valentí Puig y un puñado de buena gente amante de la cocina, la literatura catalana y el espíritu de la colmena, que leían a Leopardi en la intimidad, como aseguraba el propio Prenafeta, que jugaba a los negocios, los bajos fondos y aquilatar el siempre modesto haber de plumas y plumillas. Con este paisanaje no es difícil hacerse a la idea del paisaje que ha ido quedando de la Barcelona que cantaron la Caballé y el Mercury.
Confieso que la seducción barcelonesa, donde usted debe procurar no mezclar las basuras ni equivocarse de barrio para evitar problemas, se desvaneció el día que me enteré que la flecha que tan espectacularmente encendió el pebetero en los Olímpicos del 92 tenía su truco siciliano. No todo era aventura y vistosidad. Se había preparado un dispositivo para que si fallaba el audaz arquero el ara de la leyenda flamígera se encendiera, pasara lo que pasara. Por mucho que se degrade una ciudad siempre habrá gente capaz de imaginar cómo la flecha de la gloria va volando hacia su meta. En la competencia de ombligos en la que está metida media España el más esplendoroso seguirá siendo el nuestro, Barcelona, la incomparable.