Nunca había quedado tan patente la diferencia entre las dos caras del feminismo. EL ESPAÑOL lo plasmó en la superposición de las dos cabeceras de la manifestación del miércoles. En el fondo reflejaban dos maneras de entender el mundo, dos actitudes ante la vida.
Por un lado, la policromía espontánea de Isabel Rodríguez con su abrigo de rayas grises, Nadia Calviño con un blazer violeta claro, Begoña Gómez de rojo, María Jesús Montero de morado y Andrea Fernández de beige.
Por el otro, la uniformidad severa de los cinco abrigos azul oscuro de Isa Serra, Rodríguez Pam, Irene Montero, Lilith Verstrynge y Vicky Rosell.
Será casualidad —o no—, pero hay que fijarse en los gestos de las protagonistas de cada instantánea. Las socialistas corean eslóganes, baten palmas, interactúan, se divierten. Las líderes de Podemos comparecen hieráticas, frías, distantes, cual sacerdotisas en procesión. Tres de ellas se muestran serias, con miradas esquinadas y adustas. Sólo Irene y su escudera enseñan los dientes, estirando los pómulos con sonrisas forzadas.
He ahí la diferencia entre un partido merecedor de muchas críticas y una secta peligrosa, a fuer de ridícula. Podrán repartirse espacios de poder, pero nunca generar la ósmosis de los verdaderos coaligados.
El debate sobre la reforma del sí es sí ha sido definitivo para retratar ambas mentalidades. Es la reacción ante un error constatable lo que mejor divide a las personas. Están las que lo reconocen y tratan de enmendarlo y las que, con tal de no rectificar, con tal de no admitir la equivocación, convierten la mentira en verdad oficial y pretenden obligar al resto a comulgar con ruedas de molino.
El PSOE no ha podido ser más generoso y paciente al tratar de ayudar a Irene Montero y sus monjas guerreras a salir de la ratonera en la que se habían metido. De hecho, ha aguantado cuatro meses el desgaste social mientras los datos oficiales del Poder Judicial superaban las setecientas rebajas de condena y se acercaban al centenar de violadores excarcelados.
Además, ha tratado de enmascarar la gran chapuza legislativa, de la que, por supuesto, son corresponsables todos los ministros, con el presidente a la cabeza, mediante el eufemismo de la «modificación técnica». Pues bien, en lugar de agarrarse a ese salvavidas, la papisa Irene y sus acólitas han desenterrado el hacha de la guerra de unas impostadas «discrepancias políticas», vilificando al PSOE en el guiñol de la demagogia.
«Mientras no le convenga echar a las ministras de Podemos, Sánchez hará oídos sordos a sus injurias y sólo las castigará con el desdén»
Hace falta tener la piel muy dura y la hoja de ruta muy clara para aguantar que unas ministras cuyo rango, poder y estipendio depende de tu exclusiva voluntad aplaudan a su portavoz cuando te asimila al frente de los tuyos con el «puñado de fascistas» que pretende recortar los derechos de las mujeres. Ese es exactamente el caso de Pedro Sánchez, el hombre al que parecen resbalarle los agravios que luego guarda en la retina.
Mientras no le convenga echarlas, hará oídos sordos a sus injurias y sólo las castigará con el desdén. Fingirá incluso no haberse enterado del gesto de complicidad de la tal Pam con las «chavalas más jóvenes» —así las disculpó ella— que cantaban «qué pena me da que la madre de Abascal no pudiera abortar». Si jóvenes de derechas hubieran coreado eso sobre algún líder de izquierdas, sus dirigentes estarían siendo acusados de todo tipo de sevicias. Y lo que haga una secretaria de Estado —una junior minister en el gobierno británico— compete al presidente del Gobierno.
Pero aún no toca liquidarlas. O quizá sí. El día que las cuentas —no necesariamente parlamentarias— le salgan a Sánchez de manera distinta que hasta ahora, ni siquiera se molestará en que parezca un accidente.
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El presidente doblará el próximo miércoles día 15 el fatídico recodo de los idus de marzo. Si ese día hubiera un desenlace dramático —no me refiero, claro, a un atentado sino a un serio descalabro político— sería muy sencillo presentarlo como la culminación de un itinerario de contratiempos que por ahora conforman el mes más horribilis de su mandato, si descontamos la primera fase de la pandemia.
Tener que lidiar a la vez con un caso de corrupción tan antipático como el del Tito Berni y sus derivadas, con una crisis de reputación para la economía española como la marcha de Ferrovial y con la desabrida rebelión de una parte del Gobierno no es algo frecuente. Puede que no se trate de los trabajos de Hércules, pero tampoco hablamos de la rutina de un tecnócrata.
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El paralelo descenso en las encuestas ha generado nervios que se han plasmado en reacciones tan desaforadas como la campaña contra Feijóo a cuenta de su más que amortizada foto de 1995 con un conocido, implicado luego en el narcotráfico. Si hubiera sabido a qué se dedicaba, no hubiera posado a su lado. Igual que Sánchez tampoco le hubiera pasado la mano por el hombro, hace mucho menos tiempo, a Tito Berni para que les inmortalizaran juntos en un mítin, si hubiera estado al tanto de sus prácticas corruptas.
De la misma manera que los insultos a Sánchez sólo sirven para fortalecerle, tanta desmesura y falta de foco en las acometidas contra Feijóo en realidad denotan el temor del PSOE ante sus hechuras de presidenciable.
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Pero ni siquiera el mes de marzo está perdido para el Gobierno. En el Observatorio de las Finanzas de EL ESPAÑOL e Invertia afloró esta pasada semana un invierno económico mucho menos «lúgubre» —el ministro Escrivá utilizó el adjetivo en modo irónico— del que todas las predicciones habían vaticinado.
De hecho, el siempre prudente gobernador del Banco de España anunció una revisión al alza del crecimiento y a la baja de la inflación. En el año en que se suponía que íbamos a entrar en recesión, podemos acercarnos a un incremento del PIB del 2%, en cabeza de los países de la UE. Una importante dirigente del PP, con especial conocimiento de causa, me reconoció el otro día que será este año y no el próximo, como se pronosticaba, cuando España recupere el nivel de renta previo a la pandemia. Una bala menos para Feijóo.
«La reforma de las pensiones de Escrivá vuelve a elevar el coste de la creación de empleo, lastrando la competitividad de las empresas»
Junto a esa reflexión sardónica sobre el desfase entre los negros augurios y una realidad mucho más alentadora, Escrivá nos trajo la primicia de su acuerdo con la UE para reformar el sistema de cálculo de las pensiones. Es una fórmula compleja y de aplicación muy paulatina que, en definitiva, vuelve a elevar el coste de la creación de empleo, lastrando la competitividad de las empresas y su capacidad de remunerar el talento. Por eso ha gustado tanto a Podemos y a los sindicatos y espantado a la CEOE y los autónomos.
El razonamiento que Feijóo hace hoy en nuestras páginas parece inapelable. Habrá que crear muchos empleos —él habla de 1.700.000— para hacer sostenible el sistema de pensiones y eso es incompatible con seguir castigando con mayores cargas fiscales a las empresas.
La tesis de Escrivá es que la alta inflación, sin grandes subidas salariales, refleja un incremento de los márgenes empresariales que permitirá absorber ese sobrecoste. El problema, como ha venido a anunciar el caso Ferrovial, será la comparación con lo que ocurra en el resto de los países del mercado único.
A corto plazo, lo esencial es que el plan resulta aceptable para Bruselas y eso desbloquea la cuarta remesa de los Fondos Next Generation. Hay que reconocer que Sánchez ha movido con habilidad sus resortes europeos, poniendo a Von der Layen y sus comisarios de su lado en todas las encrucijadas clave de la legislatura, pese a la mirada crítica que han evidenciado las recientes visitas de la Eurocámara.
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Todo indica que, apoyándose en estas buenas noticias económicas, Sánchez prepara una contraofensiva encaminada a generar una remontada política tras los idus de marzo. Su primera baza será la remodelación del Gobierno que muy probablemente presente al comité Federal del próximo sábado. Tanto si incluye la sorpresa de la destitución de Irene Montero como si no, el presidente retomará la iniciativa. Algún conejo saldrá de su chistera.
Luego vendrá la esperpéntica moción de censura de Tamames en la que, incluso si se vuelve más contra Vox que contra el PP, el presidente sólo tiene que ganar. Y quienes conocen mejor a Sánchez barruntan que pueda rematar el mes con algún golpe de efecto o iniciativa inesperada en su campo favorito —la política internacional— para llegar a la diáspora de Semana Santa invirtiendo la tendencia de los sondeos e iniciar con fuerza la campaña de las municipales. Pedro el Batallador.
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La analogía entre el fallo de las previsiones macroeconómicas y el de las encuestas electorales planea sobre el horizonte español. «¿Si el crecimiento va a ser mayor y la destrucción de empleo, la morosidad y el déficit público menores de lo previsto, no cabría deducir que tal vez ocurra lo mismo con la caída de intención de voto de los partidos que apoyan al Gobierno en los sondeos electorales?», le planteé a Escrivá al término de su provocadora y chispeante intervención.
El ministro se encogió de hombros, poniendo cara de travieso: «Yo sólo entiendo de lo mío». Entonces le pregunté si sabía que mi libro favorito de Carmen Iglesias se titula No siempre lo peor es cierto. Le gustó el concepto y contestó que refutar el pesimismo español le parecía muy certero, y que procuraría leerlo.
Pero lo bueno de ese título, su grandeza vital y filosófica, es que sirve por igual para quienes anhelan la remontada de Sánchez como para quienes la temen.