Manuel Montero-EL CORREO
- En amplios sectores de la izquierda el nacionalismo radical se ha vuelto aceptable, la pareja que siempre quisieron tener por su autenticidad
Exhibir una identidad vasca y homenajear como héroes a terroristas tras forzar cambios en la política penitenciaria no colma las ambiciones de la izquierda abertzale. Tiene el reto de acceder al Gobierno en la autonomía vasca, un objetivo que parecía imposible hace muy poco y que, desgraciadamente, le resulta cada vez más factible. Sus resultados electorales le equiparan al PNV. Un día el ‘sorpasso’ irá en serio y, vía pactos, podrá llegar al poder, una novedad que la política de los demás partidos -no sus méritos- ha convertido en pocos años en viable.
No será un cambio más. La llegada al Gobierno de Bildu -o la denominación que tenga entonces- será un acontecimiento de envergadura. A la izquierda abertzale le confirmará la eficacia del camino que emprendió hace más de medio siglo, que ha incluido terrorismo, extorsión y rechazos generales. Algún apologista -siempre hay- sostendrá que así se premia su moderación, pero esta es verbal -y no siempre- mientras mantiene su ideario radical no como referencia identificativa, sino como su ‘hoja de ruta’.
En segundo lugar, el acceso al poder colmaría su ambición histórica de hacerse con la preeminencia dentro de la comunidad nacionalista, relegando de momento al PNV -cuya crisis haría época al descubrir que tiene una alternativa nacionalista real- y para el futuro tratarle de igual a igual. Chocarán la ambición freudiana de matar al padre y el síndrome del nido vacío del PNV al averiguar que el vástago era un híbrido de velocirraptor y buitre, y no un tierno jilguerito dispuesto a conformarse con una jaula en la casa del padre.
Tercero: su acceso al poder permitirá la expansión de los tentáculos de la hidra por doquier; no solo sus habituales lugares festivos, mediáticos y euskaldunizadores, además de los pueblos y comarcas donde campan a sus anchas. Imagínense la extensión de sus valores agresivos y antidemocráticos cuando caigan las barreras si hoy circulan con fluidez pese a las cortapisas.
Además, será ocasión de algún enfrentamiento con el Estado, pues esta secta querrá aprovechar el trance para dar pasos rupturistas, no será solo colocar y subvencionar a los suyos, que también.
A la luz de la actual relación de fuerzas, verosímil cuando lleguen las autonómicas o las siguientes -las grandes mudanzas no tienen prisas-, la hipótesis de un Gobierno de la izquierda abertzale es el tripartito de izquierdas entre Bildu, PSE y Podemos, y no una coalición nacionalista, que sirve como amenaza desestabilizadora, para réditos soberanistas y transferencias, pero no como posibilidad real, pues el PNV es reacio a hacerse el harakiri.
En Podemos hay más afición al suicidio. No la tiene el PSOE, al que no le importa transformarse para sobrevivir, pero hace gala de cortoplacismo, apego al poder sin reparar en costos, veletismo antisistema, gusto por los experimentos y una sobrevenida irritación con la derecha que podría hacer extensiva al PNV pese a que ahora le da cobijo. El actual es un matrimonio de conveniencia y hay parejas que cambian si aparece una alternativa con mejor dote.
Sólo dos dificultades impiden la pesadilla, ambas de calado, pero no insalvables. En primer lugar, la indignación que provocaría en el electorado de los socialistas vascos un acuerdo gubernamental con quienes anteayer apoyaban al terror, sin arrepentirse ni asumir valores democráticos. Sin embargo, la actual coalición gubernamental ha hecho un titánico esfuerzo por blanquear a la izquierda abertzale. Se le ha abrillantado la imagen, se le ha pulido. Un diputado socialista la alababa por su contribución al progreso de los españoles. Para amplísimos sectores de la izquierda, el nacionalismo radical se ha vuelto aceptable, algo rústico pero de pedigrí progresista, la pareja que siempre quisieron tener por su autenticidad.
El principal obstáculo para una coalición vasca de izquierdas es el escándalo que levantaría en el resto de España -el País Vasco ya le ha perdonado sus pecados, pues le vota a raudales-, que se llevaría por delante al PSOE -no a Podemos- si anunciase la posibilidad de un pacto infame. La experiencia indica, sin embargo, que tras unas elecciones se admite lo contrario de lo prometido y cabe el argumento torticero de que así consolidarán la transfiguración democrática de estos pobres descarriados.
En su momento todo dependerá de las ganas que tenga el PSOE de mantener algún poder que pueda llamar de izquierdas y las que le tenga al PNV cuando quiera dejar de parecer su criado. También de los hígados que le queden, pero encontrará mil argumentos para justificar lo injustificable. Si el PNV se lo ha llevado al huerto con frecuencia, la izquierda abertzale, de naturaleza más taimada, puede servirle de mantis religiosa, que se come al macho tras aparearse. Un momento de amor lo vale todo, se dirán.