IGNACIO CAMACHO-ABC
- Los catequistas del sanchismo mediático predican con entusiasmo el relato de un milagro: Puigdemont ha claudicado
Dos días llevan los catequistas del sanchismo predicando la buena y falsa nueva de que ha sido Puigdemont y no el Gobierno quien ha cedido en el pacto. Empeño del todo innecesario porque a los convencidos les da igual y el resto no va (vamos) a tragar el relato. Un relato que viene a sostener que lo firmado, salvo el pequeño detalle de la amnistía que de cualquier manera ya estaba asumida de antemano, no es más que un montón de compromisos abstractos. Es decir, que los verificadores internacionales, la cesión de impuestos, la guerra sucia judicial o la legitimidad del ‘procès’ son meros brindis al sol, poco menos que recursos literarios, vagas promesas sin concreción ni plazo, y que por tanto el fantoche separatista ha entrado al trapo de rubricar un acuerdo en blanco. Un nuevo truco del mago de la Moncloa, cuya habilidad de genio táctico le va a permitir presentarse a la investidura subido en un carro de caballos alados sin entregar ninguna contrapartida relevante a cambio.
Sí, bueno, va a haber impunidad completa para todos los delitos y fechorías cometidos por el secesionismo en la última década. Pero eso representa en el fondo el fracaso de la vía insurrecta, el reconocimiento de la generosidad del Estado español para hacer borrón y cuenta nueva mediante un desprendido gesto de indulgencia. Son los ‘indepes’ los que se humillan en el rito bautismal de concordia y reencuentro para integrarse humildemente en la comunidad del progreso y recibir la bendición evangélica de la izquierda. ¿Y el referéndum de autodeterminación? Nada, una simple declaración inconcreta, un desiderátum etéreo, una propuesta de parte sin definición ni fecha que sólo obliga a quienes se la crean. ¿Y el relator? ¿Y la depuración de responsabilidades de los jueces? Bah, pura chatarra para que ‘Puchi’ se dé importancia. Tonterías que harán un poco de ruido y luego quedarán arrumbadas tras un par de sesiones parlamentarias.
En el argumentario del oficialismo mediático, exégeta entusiasta de la fe sanchista, la negociación de Bruselas es una resonante demostración de las facultades presidenciales, una exhibición de liderazgo en el manejo de los tiempos y de las geometrías variables. Un impecable ejercicio de flexibilidad política ejecutado con sumo cuidado de no forzar un ápice las costuras constitucionales. Las críticas del fascismo tronante estaban descontadas porque esa gente no soporta que el progresismo avance, y menos que ofrezca soluciones eficaces e integre en la gobernabilidad de España a los independentistas catalanes. Pura impotencia, frustración por el naufragio de sus expectativas electorales. Los socialistas disconformes son una minoría de viejales que no representan a nadie. Y en todo caso, ante la realidad resplandeciente de un nuevo mandato de Sánchez, a quién puede importarle que una vez más haya abjurado de todo lo que dijo antes.