Eduardo Uriarte-Editores
Hacía muchos años que no veía ningún protagonismo, como si ocurrió en los años finales de la dictadura de Franco, de los colegios de abogados, los cuales se convirtieron en plataformas defensoras de la libertad frente a la arbitrariedad del poder. Ahora, como entonces, lo veo frente a la fiscalía. Hacía muchos años que no veía la tensiones que hoy padece el Estado, tensiones que pude observar desde rejas, en la desproporcionada actitud del director general de la <Guardia Civil, afortunadamente desautorizado, tras el asesinato de Carrero, o las dimisiones en masa de ministros aperturistas ante el Gobierno de Arias Navarro. Hacía muchos años que no observaba este tipo de inestabilidad provocada, entonces, por un Gobierno arbitrario que pugnaba al límite por sucederse a sí mismo. Sin embargo, ahora, vuelvo a ser testigo de una España en clara inestabilidad política porque, de nuevo, como en el franquismo, Sánchez juega al límite y acaba sobrepasándolo para sobrevivir. El y su cuadrilla de peones me recuerdan demasiado a los peores del Caudillo.
En política no vale todo, y menos en democracia. Como no sabe cómo sostenerse en el poder en buena lid, pacta una amnistía con los mayores enemigos del Estado. Como no sabe defenderse de la corrupción que el ejercicio del autoritarismo y falsa transparencia ha favorecido en su alrededor, acosa y persigue a una oponente de una institución ajena a través de la figura de su pareja para convertirla en chivo expiatorio de las hordas del progreso. Como juega al límite para mantenerse en el poder, negocia el futuro de la nación en Suiza con los sediciosos. Como hay que mantener el disparate se produce una crisis institucional, que escandaliza a Europa, con el enfrentamiento de las dos cámaras de las Cortes. Como teme el rechazo por sus propios socios a los Presupuestos abandona el mandato constitucional y en vez de convocar elecciones prorroga los actuales sin ni siquiera presentarlos. Es la inestabilidad la que trae este olor a tragedia cuando ya se sabe que el que dirige está dispuesto a todo por mantenerse en el poder.
Si la presidenta del Congreso condujera el debate, también de los suyos (recuerdo con admiración y respeto a Gregorio Peces Barba), y pidiera al presidente del Gobierno ceñirse a la cuestión y responder a las preguntas de control que la oposición debe proceder, y no contestar Sánchez demandando en dos minutos hasta cinco veces la dimisión de la presidenta de una institución ajena, si Armengol ejerciera de presidenta, también ante los suyos…, quizás este espectáculo bochornoso en la que la llegada de Sánchez ha convertido la política española se hubiera moderado. Sin embargo, el proceso que ha guiado el nuevo líder del progreso ha sido colonizar todas las instituciones, acosar al adversario, convertirse en la oposición de la oposición, hacer de la amalgama propagandística, como los nazis, el ariete de su decisionista política, también de inspiración nazi.
No atisbo un civilizado final a esta descomunal crisis provocada por una estrategia de ruptura de la democracia española. Propiciar las aspiraciones finales de los grupos que se opusieron a la Transición cuarenta años después, desde ETA a los grupos radicales del nacionalismo catalán y gallego, y de los comunistas que rechazaron la reconciliación nacional, sólo puede dirigirnos de nuevo al conflicto social y dejarnos en puertas de la tragedia. Una tragedia que se incrementa con la incapacidad del Gobierno de España de seguir la directriz europea de rearmarse ante la amenaza de Putin por carecer de presupuestos (¿Dónde quedan las fragatas prometidas en plena campaña gallega?), salvo que pacte una ley presupuestaria para el rearme con su odiado, despreciado, calumniado, ninguneado, facherío del PP.
Y la semana acabó con un Puigdemont resucitado en loor de multitud y liderazgo por obra de la relación preferencial y privilegiada otorgada por el Gobierno. Así, de nuevo, el procés está en Marcha. Si Ortega cometió el error de declarar la conllevanza del problema catalán, cosa que rechazaría cualquier republicano francés, el que nos gobierna ahora consigue resucitar a un muerto.