Juan Carlos Viloria-El Correo
- La presidenta de Madrid se ha convertido en un embeleco para el Gobierno y la izquierda populista
Isabel Díaz Ayuso está siendo objeto de una campaña política implacable, como ningún otro dirigente del Partido Popular, desde que ganó por primera vez la presidencia de la Comunidad de Madrid en 2019, la renovó en las elecciones de 2021 y volvió a ganar por mayoría absoluta el pasado mes de mayo. El PSOE, la Moncloa y su mediática esfera la han sometido a un despiadado marcaje en el terreno político y en el personal. Pero a raíz de que estallase el ‘caso Koldo’, Ayuso se ha convertido en el embeleco que ha encontrado el Gobierno para intentar contrarrestar el tsunami de casos de presunto nepotismo y tráfico de influencias que le salpican. Es muy llamativa la desproporción entre el limitado poder político de una dirigente autonómica y el despliegue de medios que ha puesto en pie de guerra la izquierda con el presidente Sánchez a la cabeza. Es intrigante el hecho de que la figura de la presidenta de Madrid atraiga semejante magnitud de fobias, ataques, acusaciones, peticiones de dimisión, menosprecios.
En el primer pleno de control del presidente del Gobierno después de estallar el ‘caso Koldo’, Pedro Sánchez agitó al hermano de Isabel Díaz Ayuso, pese a estar archivadas meses atrás falsas acusaciones de cobrar comisiones ilegales por las fiscalías Anticorrupción y Europea. Ya en su discurso de investidura le dedicó un latigazo verbal insistiendo en el mismo asunto judicialmente archivado. Espectadora desde la tribuna ella murmuró la ya famosa introspección (me gusta la fruta). Desde Bruselas, Sánchez lanzó otro furioso ataque contra la presidenta y volvió a pedir a Feijóo, en un alarde de frivolidad argumental, que la hiciese dimitir. Se ha producido una insólita concordancia de invectivas desde la Moncloa, el Ministerio de Justicia, la Fiscalía, el grupo parlamentario socialista en Congreso y Senado y la Agencia Tributaria. El fuego graneado contiene ofensas como desde acusarla de tener un «testaferro con derecho a roce» pronunciada por un ministro del Gobierno de España hasta insidias panfletarias como «genocida de abuelos» o persona desequilibrada «unineuronal». No deja de ser peculiar que la mayor acusación que se le imputa es «que nos ha mentido».
La desproporción se explica por algunas razones: ofrecer una pantalla a las presunciones que acechan a la primera dama de la Moncloa; desgastar a una potente líder liberal que deja en evidencia el populismo dirigente y dañar, vía parental, a una dirigente del PP que no ofrece fisuras. La campaña, sin embargo, está generando en parte de la opinión pública una ‘Ayusofobia’ gratuita y malsana que no debiera tener cabida en una sociedad sana.