IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

La gestión de los fondos que han de llegar (se espera y se supone) de la Unión Europea ha de ser un éxito. Tenemos demasiada necesidad y son demasiado abundantes como para perder una oportunidad como ésta, que es única. A España se le ha adjudicado en un principio la escalofriante cifra de 140.000 millones de euros que son imprescindibles para reactivar nuestra economía, paralizada por las restricciones de la actividad derivadas de la pandemia. Por eso, quién y cómo se gestiona esa montaña de dinero, qué criterios de reparto se utilizan y a qué quedan condicionados son cuestiones que han de concitar un acuerdo satisfactorio para todos.

Lamentablemente, la cuestión no ha empezado bien y como era de esperar ya han aparecido fricciones entre las distintas esferas que tratan de ganar protagonismo en el proceso. Ahí tenemos el primer problema. Los distintos niveles de la Administración, el Estado, las autonomías, las diputaciones y los ayuntamientos no se consideran partes de una única Administración al servicio del ciudadano. Cada una de ellas tiene vida propia, intereses particulares y objetivos no siempre conciliables. Todo se mira desde ese prisma y no desde la visión del ciudadano, a quien le importa mucho más la solución de sus problemas que el agente público que lo logra. Y luego hay demasiados recelos, demasiada poca colaboración y una excesiva deslealtad entre todas, de manera que la eficacia queda lejos de ser óptima.

Los fondos europeos son un buen ejemplo, pero no el único. La gestión de la pandemia ha incurrido en los mismos fallos y ha sido otro caso de gestión mejorable. Ni la centralización inicial, ni la cogobernanza posterior han sido parte de un buen trabajo en común. Al contrario, la imposición del confinamiento, la adquisición de material, la planificación del desconfinamiento y ahora el proceso de vacunación, etc., se han convertido en un desbarajuste. Y lo mismo podríamos decir del temporal que nos ha helado en esta última semana. Ver a las administraciones pelearse por cuestiones administrativas (las explicaciones dadas ayer por el ministro del Interior resultaron completamente ininteligibles), mientras el país se helaba, las calles colapsaban y las carreteras se cerraban, causa verdadera lástima.

Por eso, a la hora de distribuir los fondos europeos hay que fijarse más en la capacidad tractora de los proyectos, en su lógica empresarial y en su coherencia con los objetivos buscados, que en su domicilio social. Las administraciones han de colaborar y no entorpecer. No les gusta mucho, pero lo debemos exigir.