Ferran Caballero-El Español
 

Veo a Ayuso muy convencida y a Sánchez muy tranquilo, pero no estoy seguro de que los socialistas tengan realmente cerrado un pacto con Puigdemont. Y más bien parece que la tranquilidad de Sánchez por tener que pactar con el partido de la «extrema derecha nacionalista catalana» demuestra que todo esto sirve como insulto, pero que no se lo cree casi nadie.

Que no se lo creen, evidentemente, los socialistas. Y no se lo creen sus socios, por mucho que lo repitan siempre que encuentran la ocasión. No se lo cree, evidentemente, el propio Puigdemont, ni su partido o su movimiento o lo que sea, que no paran de reivindicarse como partido de izquierdas.

«Extrema derecha nacionalista» es una manera de mantener vivos los complejos convergentes por haber pactado con el PP. Y es paradójico, o no tanto, que sólo la derecha centrista y moderada madrileña haya asumido como cierto el insulto. Son los únicos que insisten estos días, para fingir sorpresa ante lo obvio, en decir que Sánchez va a pactar con la «extrema derecha nacionalista». Parece que llamarle nacionalista ya no es insulto suficiente.

Pero esta «extrema derecha nacionalista» tiene un programa social y económico más progre que la derecha moderadísima y socialdemócrata de Feijóo, y no digamos ya que la de Ayuso. «Extrema derecha nacionalista» es sólo la forma de mostrar sus complejos como derecha y sus miedos como centralista, y de disimular o excusar su soledad ideológica.

Por eso dice mucho más de ellos que de la realidad.

Y la realidad es que en este país, ya ni siquiera el PNV, el partido jeltzale, el de «Dios y leyes viejas», se atreve a declararse de derechas. O sea, que ni siquiera el PNV se atreve a sentarse a negociar nada importante con el PP mientras ¿exista? Vox.

Es decir, que «el PP no suma sin Vox ni puede sumar con Vox mientras Vox exista».

Eso explica la tranquilidad de Sánchez. Pero sólo en parte.

Sánchez sabe que Puigdemont no tiene ningún incentivo ideológico para facilitar un gobierno del PP y de Vox. Y que sus complejos ideológicos son, precisamente, lo que lo hace susceptible al chantaje moral de ser culpable del ascenso de la derecha extremizada (o como le llamen ahora) al poder.

La tranquilidad de Sánchez es una pose que costaría entender en un contexto normal. En un contexto normal, el PSOE hace dos días que le robó la alcaldía de Barcelona al candidato de Junts, Xavier Trias.

En un contexto normal, la alcaldía sería ahora moneda de cambio, quizás insuficiente, pero necesaria, para garantizarse el apoyo a la investidura. Pero tanto Trias como Collboni, el alcalde socialista, han dicho que la alcaldía no será moneda de cambio. Podría ser que para venderse incluso más barato, o podría ser que este no fuese un contexto normal.

Que los términos de partida de Junts sean otros, y que sean la amnistía y el referéndum, es algo más que una postura maximalista para empezar la negociación. Porque no son términos que acepten mucha rebaja. Una amnistía rebajada es lo que ya tienen la mayoría de los líderes del procés y lo que tendría o tendrá Puigdemont cuando toque, y gobierne quien gobierne.


El referéndum rebajado sería una consulta no vinculante, y eso podría ser demasiado incluso para Sánchez, que quizás prefiera ir a una repetición electoral con la dignidad reforzada por haberle puesto límite a la extrema derecha nacionalista.

Lo que Puigdemont pide, Sánchez no puede dárselo. Y lo que Sánchez puede darle es lo que a Puigdemont menos le conviene. Que es lo que han conseguido Rufián y los suyos y que es lo que están pagando ya en las urnas, elección tras elección. Lo que ERC ha conseguido de Sánchez ha sido muy bueno para los líderes independentistas, pero no para los votantes independentistas, ni para los catalanes en general.

Las prebendas han sido, básicamente, los indultos, que benefician sólo a los políticos, y la reforma del Código Penal, que también les beneficia a ellos. El pactismo, la moderación de ERC, el abrazo del oso sanchista, es justo lo que Puigdemont ha intentado evitar hasta ahora, por radicalismo tanto como por pragmatismo, y parece ser que las últimas elecciones le han ido dando la razón.

ERC ha pagado su moderación y sensatez mucho más que Puigdemont su encastillamiento en Waterloo. Y si había una alternativa pactista en Junts, el PP y el PSOE se encargaron de dinamitarla en Barcelona. Fue una advertencia y es muy probable que Waterloo tomase buena nota de ella.

A Puigdemont y los suyos no les conviene electoralmente ni les compensa personalmente convertir a Junts en otra ERC. Ni se lo perdonarían sus electores ni se lo perdonarían esos miles de independentistas que han optado por la abstención y a quienes no parece darles ningún miedo un gobierno PP-Vox y mucho menos unas nuevas elecciones.

Puigdemont debe saber mejor que nadie que a estas alturas para el independentista auténtico no hay mayor sueño que el de una España ingobernable.