A medir

MAITE PAGAZAURTUNDÚA RUIZ, EL CORREO 04/11/13

· El Gobierno anima el interés de dirigir procesos sociales que miren hacia el futuro tras las largas décadas de amedrentamiento y violencia. Como el plan que lo intentará está en una fase volátil, digamos, y se está estudiando la redacción final, no he de juzgarlo. En todo caso, la bibliografía científica sobre sociedades golpeadas por graves vulneraciones de derechos humanos alerta acerca de dirigir los procesos sociales en una dirección que evite el puro cascarón de la retórica, pero sobre todo planteamientos que mutilen a los agredidos en su necesidad de palabra, de verdad y de justicia.

Boris Cyrulnik estudió el caso de los judíos que lograron sobrevivir en la Francia ocupada por los nazis. El general De Gaulle estableció la reconciliación nacional con una combinación de factores que incluyeron algunos juicios e incluso algunas ejecuciones, pero los judíos no pudieron hablar, para no molestar. El efecto sobre ellos resultó devastador: «Calla para salvar la vida y calla para no ser marginado». Su voz va apareciendo, como los restos muy tardíos de un naufragio en la extraña arena política francesa que amenaza quiebra.

Es un silencio indecente, el de callar la voz de la mayoría de los maltratados, pero es peor cuando se combina con una retórica indecente. El término se lo escuché por primera vez al profesor Martín Alonso y no he podido evitar volver sobre él. Primo Levi indicaba que donde se violenta al hombre se violenta el lenguaje. El profesor Alonso consideraba «que las intoxicaciones éticas son a menudo el resultado de una retórica indecente y que, en consecuencia, la rehabilitación ética de la sociedad pasa por una depuración cabal de la distorsión del lenguaje».

Hay veces en que se ve mejor la retórica indecente cuando pasa un poco el tiempo y se posan los sustantivos y adjetivos. Hace un año ETA emitió palabras con un nivel de intoxicación ética severo al decir que «habían sido testigos de él (el sufrimiento de las víctimas) durante generaciones». Pero resultaba todavía más indecente cuando indicaban que «se enfrenta a víctimas y presos en lugar de buscar un acuerdo para cada uno» en procesos «basados en un esfuerzo libre y voluntario».

Decenas de presos de ETA saldrán a la calle como ha salido Inés del Río. ¿Algunos de los miles de personas que han reclamado derechos para ellos les pedirán con la misma insistencia y vigor que expresen que los muertos que ellos mataron o ayudaron a matar no están bien muertos?

Percibir los derechos de los victimarios como más importante que la reparación de sus víctimas contiene algo profundamente patológico. ¿No nos vendría bien que lo midiera el Gobierno?