Rubén Amón-El Confidencial
- Yolanda Díaz presenta su nueva plataforma en el momento en que el PSOE exagera su relación de humillación y maltrato a Unidas Podemos
Romper, pueden romper Unidas Podemos con el PSOE. La cuestión es dónde irían. Y qué clase de estrategia tendrían que emprender los socios privilegiados del Gobierno después de haberlo abandonado. No hay aire acondicionado fuera de la Moncloa ni pueden disfrutarse los privilegios del sistema lejos del Ejecutivo. Ni tendría sentido tampoco que Yolanda Díaz abdicara del suntuoso cargo vicepresidencial para convertirse en una figura gregaria de la oposición, por debajo de Feijóo y de Abascal.
Se han deteriorado las costuras de Frankenstein de tanto dilatarse las divergencias, pero el confort del poder y los beneficios de la casta pesan tanto como la relación de maltrato que define la relación enfermiza de los socialistas y Unidas Podemos. Parece funcionarle a Sánchez el tratamiento de la humillación, una suerte de vínculo sadomasoquista que se identifica en la degradación progresiva de la idiosincrasia de Unidas Podemos. Se han quedado sin banderas los huérfanos de Pablo y los partidarios de Yolanda. Sánchez se las ha arrebatado todas a fuerza de restregarles su falta de principios. Les quitó el estandarte libertario del Sáhara. Les despojó del pendón antiamericanista y del tabú de la OTAN. Toda la política exterior del patriarca socialista discute y conmueve la personalidad de Unidas Podemos, más aún cuando Sánchez ha emprendido un desembolso de 1.000 millones de euros para responder a los compromisos de Defensa que el presidente del Gobierno adquirió en la ventanilla de Joe Biden.
A Ione Belarra le irrita que compremos “aviones y bombas” en plena crisis económica, pero la rebelión de Unidas Podemos nunca rebasa el estadio del amago. Ha castrado Sánchez a sus aliados. Los ha vampirizado, hasta el extremo de hacerles transigir con la matanza de la valla de Melilla. La sumisión del presidente del Gobierno al chantaje de Mohamed VI precipitó un discurso xenófobo y patriótico que hubiera suscrito Abascal. Y que Unidas Podemos tendría que haber convertido en un límite inaceptable.
No ha sucedido así. Ni ha ocurrido tampoco cada vez que se han precipitado los episodios conceptuales y estructurales. Unidas Podemos discrepan en la estrategia de la guerra de Ucrania. Discrepan de la política laboral y de la fiscal. Discrepan en las soluciones a la crisis energética. Discrepan de la edad de jubilación y de la evaluación del sistema de pensiones. Discrepan del gasto militar. Y hasta discrepan en la concepción de las políticas sociales. No ya respecto a la ilegalización de la prostitución, sino porque la ley trans ha aireado la colisión generacional e hiperbólica de los feminismos.
Es el contexto incendiario en el que Sánchez se jacta de explorar el umbral del dolor de sus “socios”. El sadismo del presidente y el masoquismo de sus gregarios reflejan los extremos de una relación patológica. Muy frágil, a la luz de los desencuentros, pero muy sólida en la dimensión del porvenir. Sánchez humilla a Unidas Podemos tanto como Unidas Podemos se deja humillar.
Es más, la frustración de Yolanda Díaz —y de Echenique y de Irene Montero— se resiente del cinismo aritmético o estratégico con que el líder socialista desempeña sus negociaciones en la promiscuidad y el adulterio. Y no solo por la alianza perversa o aberrante con Bildu, sino porque el sentido de Estado de Núñez Feijóo —y su interés electoral— predispone la solidaridad parlamentaria y política del Partido Popular en los acuerdos de Defensa y en todas aquellas iniciativas que reaniman el vigor del bipartidismo. No cabe escenario más deprimido para la presentación de la plataforma Sumar. Así la va a oficializar este viernes Yolanda Díaz. Un proyecto tan ambicioso como precario que sorprende a la lideresa gallega en plena crisis conyugal con el maltratador de Sánchez. Tendría más sentido que la plataforma se llamara Tragar, aunque la más honesta sería Dimitir.