Luis Ventoso-ABC

  • Pedro y Pablo se deben sus poltronas, jamás romperán

Los ministros de PSOE y sus socios de Podemos andan a la greña. La realidad es que nuestro vicepresidente florero, Iglesias Turrión, apenas trabaja en su ministerio. Quedará en los anales su fantasmada de que se hacía cargo personalmente del drama del Covid en las residencias para luego escaquearse al minuto. Como no da golpe en el despacho, para asomar el moño y mantener su perfil público necesita dar la nota, provocar (y además, le gusta). No pasa semana sin que haga alguna puñetita a sus socios sanchistas. Formando parte del Gobierno, arremete e intriga contra la Monarquía consagrada por la Constitución. Ejerce la diplomacia bolivariana en Bolivia sin respetar la presencia del Rey. Amenaza abiertamente a los medios discrepantes y a los jueces. Suelta burradas totalitarias como que el PP jamás volverá a gobernar, lo que equivale a decir que la izquierda mandará en España de por vida y se liquidará la alternancia.

Pero esta semana ha apretado un poquito más, presentando una enmienda a los Presupuestos de su propio Gobierno de la mano de ERC y Bildu y apoyando al Polisario en el Sahara en pleno conflicto con Marruecos, cuando para España es crucial la buena relación con los marroquíes para frenar la oleada de pateras. Así que las dos ministras del minúsculo sector cabal del Gobierno, Calviño y Robles, han salido a criticar su irresponsabilidad con levísimos pellizcos de monja, suficientes para que la ayudante de Iglesias le haya propinado un capón dialéctico a Margarita tachándola de ministra favorita de los simpatizantes de PP y Vox (lo cual en realidad supone un elogio).

Ante este alegre circo hasta se especula con si un día se romperá el Gobierno. Pero como diría Dante Alighieri, «pierdan toda esperanza» quienes vaticinen un cisma entre Pedro y Pablo. Jamás ocurrirá, porque se necesitan mutuamente para aferrarse a lo que más quieren: sus poltronas. Sánchez e Iglesias ocupan hoy cargos situados por encima de su umbral de competencia, que desbordan sus expectativas iniciales. Sánchez era un concejal de Madrid, tertuliano en bolos menores, profesor en una universidad de segunda fila (la que le regaló el cum laude de corta y pega) y entró en el Congreso solo cuando corrió la lista por una baja. Iglesias era un profesor auxiliar que vivía de sus asesorías en los peores pesebres y el presentador de un programa marginal en una cadena pagada por Irán. Iglesias, de 42 años, y Sánchez, de 48, se miran hoy al espejo y casi no se lo creen. Además, el poder les ha servido para emplear muy bien a sus mujeres: Iglesias ha hecho ministra a la suya y el peso de la presidencia explica el súbito éxito laboral de la hoy muy complutense señora Gómez, que hasta dirige una cátedra universitaria sin tener siquiera título oficial.

Este es un Gobierno irrompible, porque está unido por el pegamento de las necesidades de dos egos que no caben en una plaza de toros.