José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

El Gobierno no va a caer por explosión. Si lo hace, será por implosión. Casado debería acompasarme más a Arrimadas que a Abascal y someter al preside

El error de la oposición y del PP en particular ha consistido en suponer que este Gobierno podría romperse y caer por las muchas contradicciones en las que incurren los dos partidos que lo integran. También porque la mayoría parlamentaria en la que se sustenta es volátil. Pablo Casado hubiera tenido alguna razón en este cálculo si su partido, en concertación con otros, hubiese planteado una alternativa aritmética y programática que hiciese posible el cambio. No la hay, ni la habrá por mucho tiempo. De ahí que se imponga la rectificación del rumbo y los populares deban sumarse a una nueva y productiva estrategia.

Consistiría en reformular las prioridades: ahora toca hacer una oposición en consonancia con la demanda social, que es de acuerdo y colaboración, e ir elaborando las bases para que en una futura confrontación electoral a Sánchez e Iglesias los números no les sean ganadores. Regreso al, para mí, excelente libro con más de 700 pecios literarios de Jorge Wagensberg, reunidos todos ellos en la obra titulada ‘Solo se puede tener fe en la duda’, un texto siempre a mano por recomendación de mi buen amigo y colega Miguel Ángel Aguilar.

En el pecio nº 128, el autor escribe: “Hay muchas más maneras de competir que de cooperar, por eso se necesita más inteligencia para pactar un acuerdo que para vencer en una competición”. Aplicada esta enseñanza a la labor del PP, parecería claro que su trayectoria opositora requiere de mayor dosis de inteligencia. Empezaría la nueva etapa por cooperar en vez de por competir (al menos, en los actuales términos), lo que ofrecerá al Gobierno y al país en su conjunto una necesaria estabilidad —todas las instancias sociales la reclaman— al tiempo que, como ha ocurrido con el giro de Ciudadanos, introduciría en la coalición gobernante todavía más contradicciones.

Las elecciones las pierden los gobiernos, no las ganan las oposiciones. El de Sánchez es un Ejecutivo débil. Los desacuerdos entre el PSOE y Podemos son de grueso calibre y recorren todas las temáticas, desde el feminismo hasta el ‘enjuiciamiento’ de Felipe González, pasando por el disenso sobre la forma de Estado. Ocurre, sin embargo, que la oposición sin concesiones estaría provocando un efecto más cohesivo que centrífugo en el Consejo de Ministros, porque nada hay más humillante que reconocer que el adversario tiene razón. De ahí que Arrimadas, no sin riesgo, pero sí con inteligencia, haya optado por una respuesta opositora colaborativa sin dejar de mantener el discurso propio de un partido liberal ante un Ejecutivo de socialistas y de radicales de izquierda, conectado con independentismos y nacionalismos varios.

La ciudadanía no quiere ahora bronca pública, ni nuevas elecciones ni mayores dosis de enfrentamiento político. Está sometida aún a los efectos de la pandemia que remiten a miles y miles de muertos y a decenas de miles de contagiados, a una reclusión larga y drástica, a un serio impacto psicológico colectivo, a un trauma social, familiar, laboral y económico y a una incertidumbre que abarca muchos aspectos del futuro inmediato.

 

En estas condiciones, la oposición debe cooperar y no competir como lo viene haciendo. Tanto por razones de ética cívica como por su propio interés: acumulará capital para una siguiente cita electoral. Por lo demás, es más eficiente la proposición que la negación, y lo es todavía más cuando la mano tendida somete a prueba la autenticidad del espíritu de diálogo que el presidente del Gobierno proclama. Ya estamos viendo cómo sus socios —unos más y otros menos— están incómodos o se declaran directamente incompatibles con la cuña que ha introducido en la precaria mayoría gubernamental la política parlamentaria de Inés Arrimadas.

La sociedad española difícilmente —hay que pisar calle y hablar con la gente— soportará con estoicismo que sobre la tragedia se superponga la indigencia moral de unos y otros. La densidad del lenguaje crítico —eso de arrojarse los muertos resulta abrasivo para la gente— y la gestualidad hostil, lejos de mejorar las condiciones para la acción de la oposición, las empeoran y perturban, y ofrecen al Gobierno, además de cohesión interna, el guion para el victimismo ante la opinión pública.

En definitiva, Pablo Casado, este miércoles en el pleno parlamentario de convalidación del Real Decreto 21/2020 de medidas urgentes de prevención, contención y coordinación de la pandemia que regirán durante la mal llamada ‘nueva normalidad’, podría iniciar una nueva etapa opositora que tendría que llevar a negociar el Presupuesto de 2021, que estará condicionado por las ayudas europeas, las recomendaciones de la Comisión de Reconstrucción en el Congreso y hasta es posible que por las conclusiones de los 100 expertos de la oficina de prospectiva de la Moncloa, sin olvidar los ‘inputs’ de los empresarios en la cumbre de la CEOE que termina el día 24.

Pablo Casado e Inés Arrimadas, tras un encuentro. (EFE)

El Gobierno de coalición no va a caer por explosión. Si lo hace, será por implosión. Casado debería acompasarme más a Arrimadas que a Abascal, tomarle la palabra al presidente del Gobierno, que propugna que “España debe entenderse con España”, someterle a la prueba del polígrafo y a la de soportar las contradicciones y dificultades que para él y para su Gobierno comporta pactar tanto con Ciudadanos como, eventualmente, con el PP.

La propuesta es abrazar a Pedro Sánchez y saber si tanto el que abraza como el abrazado resisten el contacto estrecho y virtual. La alternativa a este acercamiento consiste en que regresen el tumulto verbal, los insultos y las ofensas, la bronca. Y supondría la pérdida definitiva en este episodio tan trágico de la historia de la humanidad de la confianza en las instituciones como una referencia de sensata inteligencia cooperativa. El que en estos tiempos demuestre ser un ‘tahúr del Misisipi’ lo pagará caro en las urnas.