LUIS VENTOSO-El Debate
  • A la misma hora en que el líder progresista para todos y todas se pavoneaba por el Congreso cae por corrupción su directora de la Guardia Civil

María Gámez, que había sido por dos veces candidata del PSOE a la alcaldía de Málaga, ha dimitido como directora de la Guardia Civil, debido a que su marido está señalado en los juzgados por percibir ayudas turbias de la Junta de Andalucía de la era de los ERE.

Es la segunda vez que un director de la Benemérita nombrado por un presidente socialista cae por corrupción. El anterior fue el contumaz, esforzado y temerario pícaro Luis Roldán, una leyenda del choriceo patrio. Aquello ocurrió en el crepúsculo del felipismo, y hoy asistimos a la descomposición del sanchismo, aunque se intente encubrir a golpe de soberbia y propaganda.
Este periódico aporta hoy una información relevante, firmada por Alejandro Entrambasaguas: el año en que el marido de Gámez cobró las ayudas irregulares –según la Policía–, se dio la feliz casualidad de que el matrimonio se compró un ático de un millón de euros en Málaga. Cosas que pasan cuando uno es un esforzado socialista.
Sánchez ha tenido que cargarse por corrupción a su directora de la Guardia Civil, a la que había nombrado en enero de 2020. Así de sencillo. ¿Y cuál es la lectura que hace Marlaska de estos hechos? Pues que María Gámez es «la mejor dirigente que ha tenido la Guardia Civil en 178 años de historia». Esa valoración, un insulto más a la inteligencia de los españoles, la suelta un ministro que ha sido reprobado por el Parlamento por mentir, y que sirve a un jefe que se ha homologado la mentira como una práctica aceptable en política.
Encantado de haberse conocido, embutido en su entallado traje azul eléctrico de las grandes ocasiones, Mi Persona la gozó zurrándoles sin tasa de tiempo al fatigado profesor Tamames, a Vox y a la sombra ausente de Feijóo. El Orfeón Progresista, del que ya forman parte incluso medios de la exderecha, ha saludado a Sánchez como el gran vencedor de la moción. Resulta reseñable que en la época de la vulgarización de la cirugía láser siga abundando tanto la miopía.
El sanchismo es hoy un sepulcro blanqueado, una aldea Potemkin, un trampantojo. Yoli, que gasta una vieja querencia por la traición, acuchillando a la mujer de Iglesias Turrión (y cuando Sumar no sume, acabará en el PSOE). Marlaska, más achicharrado que un pollo teppanyaki. Bolaños no cae bien ni en Ferraz. Nadia y Marisu, con la cesta de la compra disparada y un pufo de pánico en las arcas públicas. El gran Peter, que solo puede salir a la calle cuando se pasea por el extranjero con rictus de líder «eco-progresista-feminista» global, porque en casa pisa una acera y escucha al segundo la Sinfonía Chapote en Bildu Mayor. Los Pages y Lambanes, aterrados de cara a las autonómicas por el lastre que suponen Pedro el Grande y su coalición con lo peor del gallinero del Congreso.
El paréntesis del experimento Tamames ha durado unas horas. Ya hemos vuelto a donde solíamos. Sánchez cifra sus últimas esperanzas en el barniz de prestigio que le pueda otorgar la presidencia de turno de la UE, donde se hará más selfies que Paris Hilton; en nuevas medidas de compra peronista del voto; en revolver en el pasado de Feijóo; en alertar del peligro de la inefable «ultraderecha» y en cruzar los dedos a ver si de chiripa la CDE (Coalición Destroza España) suma un escañito más que la derecha y el engendro continúa en pie. Pero está demasiado chamuscado como para rubricar de nuevo la gran carambola.