EL CORREO 05/10/14
MIGUEL ESCUDERO
· Hay una técnica para arrinconar a los adversarios con especial eficacia. Consiste en hacerles decir lo que no dicen ni sienten
Hace unos meses y en una selección de sus múltiples entrevistas, nuestra apreciada Margarita Rivière destacaba que de todos los personajes que había conocido, Pujol era el que menos había cambiado. Treinta años atrás había observado y escrito que él «ejerce su paternal autoridad sobre el interlocutor con cierta cordialidad formal, impulsada por un espíritu de didáctico adoctrinamiento». Consentido por unos y otros –todos interesados y cortos de mira– ha hecho el rol de Gran Pastor hasta hace dos días, cuando se ha visto obligado –un mal menor– a denunciar parte de sus propias fechorías. Ya no le será posible seguir desplegando ese papel estelar. Tratado aquí y allá como ‘la voz de Cataluña’ y declarado intocable de hecho, a Pujol le ha llegado su hora. Su hora de ser descubierto, por de pronto, en mentira repetida. Como ha escrito hace poco un indignado Arturo San Agustín, Pujol «no pasará a la historia con el traje y la corbata que había imaginado». En el mismo párrafo, el gran cronista afirmaba que «buena parte de la Cataluña oficial y periodística está gravemente enferma». Y no se olvide que también, hace poco, el reconocido periodista Lluís Foix declaró que «los poderes políticos (catalanes) han intentado aleccionar, comprar o condicionar a la opinión pública a través de los medios de comunicación, tanto públicos como privados, con el objetivo de lo que yo llamo pensamiento nacional único».
Más claro, el agua. Pero se ha dejado hacer. ¿Por qué, cómo? Una falsa unanimidad en un medio tóxico de distorsión y silenciamiento. Complicidades, cinismo y manipulación a granel han llevado durante años a garantizar la etiqueta de anticatalán a quienes discrepasen de un discurso nacional fijo y, ‘poca broma’, a su exclusión de la Cataluña oficial, a todos los efectos. Hay una técnica para arrinconar a los adversarios con especial eficacia. Consiste en hacerles decir lo que no dicen ni sienten; se adhiere a sus palabras un tono extremista o desgarrado que despierta automático rechazo en el espectador o lector, que ya ‘sabe’ lo que dicen esos ‘nostálgicos centralistas’. Todo suena a sabido… y a falso. Se bloquea la conexión que permite captar lo razonable que puedan ofrecer ‘esos’. Este mecanismo de cerrar el paso a la comprensión de lo real entontece de veras, y a todos los efectos. Es una lástima. En tales condiciones, es muy duro perseverar con equilibrio y temple en una labor rebelde, y casi inútil en su resultado.
En el deterioro silencioso del respeto a la libertad y el avance social de la intolerancia e intimidación, cabe recordar el boicot (interrupciones, insultos y lanzamiento de objetos) a una conferencia del exministro socialista Belloch en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Barcelona, en 1999, hace quince años. El decanato se lavó las manos ante aquellos sufragados jóvenes separatistas y fanáticos. Tiene delito que Pujol, a la sazón presidente de la Generalitat, dijera en público que los alborotadores habían cometido una tontería, «porque se habían dejado provocar». Tanta vileza y cinismo acaban por afectar, ciertamente, al cerebro. Un mundo al revés no es sostenible. Al día siguiente, dos dirigentes de HB hicieron un acto público en la misma universidad, sin problema alguno. Francesc de Carreras dijo entonces que: «De modo ejemplar, nadie les boicoteó el acto. En Cataluña la intolerancia siempre tiene el mismo signo». ¿Condenados al silencio de los corderos? Un Santo Oficio ha seguido actuando sin réplica adecuada que garantizase libertad e igualdad. Y ahora estamos como estamos, habiendo abierto, de par en par, las puertas del Reino a los nacionalistas ‘moderados’ de Pujol, ariete de una ideología fundamentalista entregada a controlar una sociedad por todos los medios.
En sus memorias, Ardanza cuenta su escasa simpatía por Pujol, acaso por percibir altivez hacia lo vasco. Pero el análisis del ex lehendakari no iba más allá, y no integraba ese desdén en otros más generales. En estos momentos, los ciudadanos de la Cataluña plural deben dejarse sentir; es su hora. ¡Adiós súbditos, adiós Pujol!