Josep Ramoneda-El País
Nunca hubo voluntad de crear un terreno común, asumiendo las diferencias pero buscando aquello que podía dar a los ciudadanos un momento de confianza
Es muy decepcionante el espectáculo que nos está ofreciendo la izquierda española. La situación es tan esperpéntica que un arreglo de última hora sería promesa de casi nada, un Gobierno a palos. Tienen a la derecha en un rincón, dividida en tres bloques y radicalizada en lo ideológico, y que sólo es capaz de ofrecer una combinación de autoritarismo, valores reaccionarios y liberalismo del sálvese quien pueda, adornada con música patriotera, ridiculización del feminismo, burla de la violencia de género y recurso al juzgado de guardia y a la reforma regresiva del Código Penal cada vez que algo se mueve. El electorado progresista se movilizó para frenarla. Y dio de esta manera una oportunidad para que la izquierda abordara una experiencia transformadora en este país, con la posibilidad de convertirse en referente europeo. Han sido incapaces.
La ocasión merecía conjurarse para construir un proyecto desde el primer momento. Pero Sánchez flirteó con una derecha que no quiere saber nada de él, pensando que le daba fuerza para la negociación con Unidas Podemos, y Pablo Iglesias se sintió despechado. Duelo de machos. Nunca hubo voluntad de crear un terreno común, asumiendo las diferencias pero buscando aquello que podía dar a los ciudadanos un momento de confianza para mirar un poco más allá del agobiante presente continuo en que estamos atrapados. El daño está hecho y no lo arreglaría un acuerdo final de mala gana, fruto del afán de cada parte de no pasar por el culpable del fracaso. Y el electorado les puede pasar factura. Porque la conclusión es que en este país puede haber una mayoría de izquierdas, pero no hay un proyecto de izquierdas capaz de representarla. Pedro Sánchez: fascinado por el macronismo, seducido por el eslogan “de derechas y de izquierdas a la vez”, siente pánico por todo lo que sitúa a su izquierda. El Gobierno surgido de la moción de censura, un mosaico de color y diversidad por contraste con los grises tonos de la cultura de cuerpos del Estado del rajoyismo, generó la expectativa de la irrupción de una nueva izquierda. Era un espejismo.