ABC 14/05/14
IGNACIO CAMACHO
· La deshumanización y el encanallamiento de la política corren en paralelo a una degradación de la moral social
No es un problema menor, ni un espejismo superficial. El linchamiento de Isabel Carrasco en las redes sociales, la añadida lapidación moral de la asesinada dirigente leonesa, es el síntoma de que algo se ha podrido en el fondo de la sociedad española. Resulta fácil eludir la incómoda cuestión o minimizarla al modo complaciente y autoengañoso típico de la dirigencia pública: cosas de Twitter y tal, el basurero de internet, la chusma de los trolls, exabruptos de una minoría descerebrada. No es cierto. La red es la espuma, exaltada de desmesura y de odio, de un extendido estado de opinión pública que se percibe también al poco que se preste oídos a la calle. Ciudadanos respetables, honestos, gente normal de conducta intachable y pensamiento moderado, se han deslizado hacia una alarmante y hermética indiferencia, a veces ausente de piedad y de respeto, por hartazgo o resentimiento de la política. Una clamorosa falta de empatía que provoca en el mejor de los casos un gélido encogimiento de hombros ante la suerte fatal de cualquier representante de la odiosa casta.
Aunque sea antipático admitirlo, la deshumanización de la política corre en paralelo a una degradación de la inteligencia social. La actividad pública se ha envilecido al mismo tiempo que la sociedad civil, y parece difícil discernir el orden de la relación causa-efecto. Tal vez funcione un siniestro mecanismo de retroalimentación por el que una política prostituida alienta el encanallamiento popular y este a su vez se refleja en una clase representativa sin principios ni capacidad de liderazgo. Quizás hayan fallado las bases del sistema educativo mientras protestábamos por la falta de calefacción en las escuelas. Algo ha sucedido para que un crimen relevante deje en la fría abulia moral, cuando no en un limbo de comprensividad relativa, a una significativa porción de una comunidad civilizada.
«Nada justifica un asesinato, pero…». La maldita adversativa; cuando se dice «pero» lo importante es lo que viene detrás. Y lo que ha venido detrás es la mezquina justificación indirecta del homicidio, o más exactamente –porque los motivos de sus autoras responden en apariencia a una sórdida historia de inquinas personales– de la propia distancia emocional del sujeto que emite el apático veredicto de desapego y displicencia. Ensuciando con ligereza la fama de la muerta. Declarándola culpable no tanto de ser corrupta como de ser política: los nuevos sinónimos.
En España ha habido pesadillas criminales que empezaron así: demasiada gente dispuesta a comprender demasiadas cosas. A distinguir con ajustada finura sobre la condición de las víctimas. A impermeabilizarse con casuismos ante la barbarie. En días como estos no nos retratamos favorecidos a nosotros mismos. Porque no todas las opiniones son respetables. Y en ciertas ocasiones cabe dudar de que lo sea siquiera el derecho a expresarlas.