CARLOS HERRERA-ABC
- Cada retorno temporal de Don Juan Carlos se saldará con dimes, diretes y alguna maledicencia que haría bien Zarzuela en ayudar a impedir
Cada viaje de Don Juan Carlos a España -dos desde su abrupta salida- se salda con un rosario concatenado de informaciones confeccionadas, a buen seguro, con la ‘mejor’ intención periodística pero que suelen saldarse con una notable sobreactuación de aspavientos por buena parte de la opinión publicada. El Rey fue acusado de no guardar la discreción y de personarse en algo tan pernicioso y clasista como unas regatas, como si el propio JC hubiese convocado a los medios para exhibirse en declaraciones irresponsables mientras hacía equilibrios en embarcaciones exclusivísimas. Eso ocurrió en su primer viaje. En este segundo, con los ánimos algo más calmados y algo menos de apetito por el periodismo de toda jaez, JC fue señalado por llegar a Galicia ¡y cenar marisco con sus amigos! -cosa que, por lo visto, no hace nadie cuando se acerca a aquella tierra-, amén de no haber tenido en cuenta que comenzaba una campaña electoral, en la que, a lo que parece, su presencia podía alterar el curso de las elecciones. Para las que aún faltan veinticinco días. Como aperitivo de su próximo viaje -que no ocurrirá hasta pasadas las elecciones de mayo- se han desatado informaciones que le atribuyen una hija bastarda -secreta- y otras que sugieren haya podido ser responsable de las desapariciones de unos cuadros. O que los sacó subrepticiamente de palacio para vendérselos a un anticuario de por ahí o que hizo la vista gorda para regalárselos a alguien. Todo ello producto de diversas alucinaciones que, curiosamente, encuentran inmediatamente eco en el deficiente parque periodístico español. Imagino que aquellos que han difundido la atribución de paternidad de una mujer que ha sido señalada con nombre y apellidos en los medios, disponen del correspondiente análisis de ADN, ya que de no ser así podrían verse denunciados ante un tribunal por quien fue inscrita desde su nacimiento como hija de sus padres, a la que han situado en una posición tan incómoda como canalla. Ambas partes, supuesto padre y supuesta hija, han tenido que emitir sendos comunicados negando cualquier veracidad de las informaciones. En cuanto al par de cuadros que, al parecer, no encuentran, me pregunto cómo es posible que la Casa Real y Patrimonio Nacional, a los que no se les escapa ni un fleco de una mesa camilla, no hayan iniciado -ni concluido- una sola investigación acerca de esas pinturas supuestamente desaparecidas desde los ochenta o noventa.
Cada retorno temporal que emprenda JC se saldará con dimes, diretes, informaciones sesgadas, exageradas y alguna que otra maledicencia que haría bien Zarzuela en ayudar a impedir. Son muchos los que piensan que la mejor manera de no convertir cada uno de sus viajes en trampolín de especulaciones malintencionadas es viajando mucho. Es decir, dándose una vuelta cada mes por el lugar del que nunca tuvo que ser invitado u obligado a marcharse. Sepa, en cualquier caso, que siempre habrá esforzados buscadores de basuras dispuestos a darle la bienvenida con diversa cohetería: nada menos que un hija o, ahora, unos cuadros. Pero tenga en cuenta que también le esperarán muchos españoles escandalizados por tanta contumacia y obsesión, deseosos de tenerle en casa.