IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

  • El Gobierno no ha tenido más remedio que enmendar a la baja sus optimistas previsiones de crecimiento económico
Acerté! Permítame ponerme un poco chulito, para una vez que sucede… Además, estaba cantado, reconozco que no tiene gran mérito. Me refiero a la modificación de las previsiones de crecimiento que hizo el viernes la vicepresidenta Nadia Calviño, al reducirlas desde el anterior 9,8% al actual 6,5%, con las implicaciones que se derivan de ello en materia de Presupuestos generales. Ahora le hemos perdido el respeto a las cifras, pero 3,3 puntos es, o al menos era, una barbaridad, una tasa de crecimiento con la que estábamos encantados cuando la alcanzábamos.

Todo viene de que, al elaborar las cuentas públicas del año en curso y establecer las variables macroeconómicas que le servían de base, nos encontrábamos a principios del otoño, habíamos pasado un verano estupendo y desaprensivo, no esperábamos la segunda ola del coronavirus y ni siquiera temíamos la tercera. Si entonces ya parecieron unos cálculos optimistas -suele suceder casi siempre-, tras las dos olas sufridas se convirtieron, sencillamente, en quiméricos.

Poco a poco y uno a uno, todos los organismos internacionales y todos los bancos, con el de España a la cabeza, iniciaron un rosario de rectificaciones a la baja. Pero el Gobierno se empeñó en ‘sostenella’ contra viento y marea y así quedaron las cuentas hasta que, al fin, no ha tenido más remedio que ‘enmendalla’ y reducirlas. La realidad siempre se impone.

Crecer menos significa que la economía va a estar más mortecina, lo que implica que habrá menos ingresos fiscales al fallar las bases imponibles de los impuestos. Y crecer menos significa también una prolongación de la crisis y más necesidad de apoyos sociales y gastos públicos. Total, que la suma de ambos efectos nos dará un mayor déficit público y una mayor necesidad de emitir más deuda.

¿Se cumplirá el 6,5% de crecimiento que nos propone ahora la vicepresidenta Calviño? Pues vaya usted a saber. En su día me hubiera parecido una previsión correcta, pero ahora me sigue pareciendo optimista. ¿Por qué? Pues porque el proceso de vacunación hace más ‘eses’ que un borracho saliendo de un botellón. Esta misma semana el presidente ha dicho que mantiene su pronóstico de que alcanzará al 70% de la población a finales de verano. Esta previsión es optimista a la vista de los resultados actuales y es poco precisa. El final del verano se sitúa al fondo del mes de septiembre y para entonces habrá transcurrido el tercer trimestre. Si es así, si hasta entonces no vuelve la normalidad y se mantienen las restricciones, más o menos severas, quedaría tan sólo un trimestre de actividad ‘normal’ y por mucho que mejore entonces la situación -que lo hará, claro- es muy difícil que sus buenos resultados consigan enderezar tanto a los malos cosechados en los tres primeros trimestres del año.

Es terrible y causa sonrojo la comparación de los datos europeos con los de China -con varios meses ya sin casos de Covid y creciendo a tasas importantes-, los americanos o los británicos que van a un ritmo muy superior. En el primero se le nota que la autoridad se concentra y se ejerce sin oposición, el segundo ha sabido encargar la gestión a buenos gestores y el tercero ha negociado el acopio de vacunas con mucha mayor astucia que la mostrada por la timorata burocracia europea. Sea como sea, resulta ya evidente que necesitaremos de nuevo dos dígitos para reflejar el tamaño del déficit del ejercicio.

Mientras la economía se desangra y las cuentas del país se derrumban los políticos se dedican a lanzarse puyas, insultos y hasta piedras en esa arriscada campaña madrileña, en lugar de buscar acuerdos generales que reconduzcan una situación que nos atañe a todos, por que nos afecta a todos. Y más que lo va a hacer.

Esto no está para bromas y no admite dilaciones. ¿No se enteran o no les importa? O, peor aún, no tienen ni idea de lo que hay que hacer…