Camacho no utilizó la mejor munición contra quien no es ya sólo su rival, sino el principal enemigo de España hoy.
LA candidata del Partido Popular a la presidencia de la Generalitat, Alicia Sánchez Camacho, no ha errado en su diagnóstico. Ella advirtió siempre que Artur Mas jugaría en su momento la carta independentista y que llegaría a la insurrección institucional. Ayer, Sánchez Camacho hizo una muy contundente exigencia a Mas. En declaraciones a Es.radio dijo que el presidente tiene que reafirmar ante notario que no mantiene ninguna cuenta en el extranjero.
Todo esto está muy bien. Revela claridad y firmeza. Pero no se ha hecho donde debiera. Que es en Cataluña. Unas horas antes de sus declaraciones a la radio, la candidata del PP compartía con Mas y con el candidato socialista Pere Navarro el plató televisivo de la cadena 8TV. Es una televisión de La Vanguardia, ese otrora respetado periódico, hoy travestido en panfleto separatista de la peor índole. Que el Conde de Godó ostente una Grandeza de España, habiéndose convertido en uno de los principales cómplices de Artur Mas en la promoción del proyecto de destrucción del Reino de España, es una grotesca contradicción. Extraña no haya llevado a ningún miembro de la Diputación de la Grandeza a expresar su pesar o su vergüenza.
Pero volviendo al debate, hay que lamentar que doña Alicia no encontrara en aquel plató, ante la audiencia del electorado catalán, un momento para exigir al allí presente presidente que hiciera esta visita al notario que en Madrid reclamaba. Es más, doña Alicia no encontró ni un segundo para hablar de la corrupción con Mas y con Navarro. Aunque les parezca increíble la corrupción no se mencionó en ese debate. Es decir, el público catalán no pudo escuchar en ese programa televisivo ni una sola mención a la insólita situación de su candidato favorito como sospechoso de diversos delitos económicos.
Reconocerán que es más que peculiar este silencio, esta reafirmación imponente de la «omertá» que tan bien ha funcionado en Cataluña a lo largo de estas décadas. Y que sólo fue roto brevemente por Pascual Maragall en el Parlamento catalán hace unos años. Le hizo callar Artur Mas. Y nunca más se ha querido aventurar nadie a articular esa verdad aceptada por todos: que el celebrado oasis es una poza de aguas fecales, pero que todos pueden chapotear dentro con gozo y medro, siempre y cuando nadie arrugue la nariz. Camacho no la arruga en Cataluña.
Del pobre Navarro se puede decir que, siendo corresponsable del tripartito, mencionar la corrupción no es opción atractiva. Camacho no tiene esa excusa. Lo cierto es que no utilizó la mejor munición contra quien no es ya sólo su rival, sino el principal enemigo de España hoy, por temor reverencial. Es cautiva del discurso nacionalista que le niega legitimidad a la crítica o a la denuncia de «España».
Porque cree con Mas que los catalanes están condenados a creer siempre más al catalán que a otro español. Cree que los catalanes siempre se enfadarán contra una opción o un argumento exterior aunque sea verdad. No ven al español intoxicado de nacionalismo catalán al que movilizar con la verdad, sino al catalán por naturaleza nacionalista, al que tienen que venderle un poco de españolismo en pequeñas dosis vergonzantes. Por eso fracasa. Por eso Albert Rivera ha hecho una oposición sin medios apenas que tendrá éxito. Porque es auténtico y veraz. Y está libre de esa interiorización del discurso nacionalista que ha hundido al Partido Socialista ya irremisiblemente, pero que ya tiene también plenamente infectado al Partido Popular. Y Camacho lo borda ya cuando dice que cree al presidente Mas. Habrá electores que se han quedado con la duda de si acaso también le vota.
Hermann Tertsch, ABC 23/11/12