Aluminosis

IGNACIO CAMACHO – ABC – 25/03/17

Ignacio Camacho
Ignacio Camacho

· El creciente euroescepticismo nace de un fallo funcional: la UE ha perdido cohesión sentimental, autoestima y aliento.

Para calibrar la medida de la crisis de liderazgo europeo basta comparar a los dirigentes de la UE que hoy se reúnen en Roma con los que hace sesenta años dieron a luz el proyecto. Adenauer, Monnet, Schuman, Segni, Spaak… Salvo el canciller alemán, ninguno era especialmente carismático; no se trataba de esa clase de demiurgos capaces de dibujar en el aire hologramas de sueños. Pero tenían una idea y la determinación suficiente para llevarla a efecto. No fueron visionarios sino pragmáticos, gente seria comprometida con las exigencias de su tiempo. En eso consiste la política: en saber lo que hay que hacer… y hacerlo.

Con todos sus problemas, que son muchos, la de la Europa moderna es una historia de éxito. No sólo es el mayor y más próspero espacio comercial del mundo, sino el ámbito más completo de libertades y la más plural comunidad de pensamiento. Sus bases ideológicas son versátiles y moderadas; sus principios se inspiran en una cultura avanzada, prestigiosa, fecunda, y en códigos morales rectos. Su momento más débil, el de la oleada de refugiados, lo ha provocado la honesta –aunque mal gestionada– voluntad de compartir bienestar con los desheredados de otros pueblos. Y su mayor error político, el de las ampliaciones poco maduras, procede de la intención de extender el impulso de su propio crecimiento. Ninguno de los movimientos populistas que hoy cuestionan la eficacia de las instituciones comunitarias se aproxima siquiera al peor de sus defectos.

Sin embargo, el creciente euroescepticismo nace de un fallo funcional: desde los años noventa escasea en la UE la cohesión emocional, el hálito de los sentimientos. Se ha estancado el estímulo inmaterial en un marasmo de burocracia y monetarismo que ha acabado por provocar desapego. Faltan líderes idóneos para crear estados de ánimo emprendedores y de largo aliento. Y los ingobernables mecanismos políticos multilaterales se han atascado, en medio de una sensación de incompetencia, por incapacidad y déficit de vigor para tomar decisiones sin miedo.

El momento es crucial porque mucha gente está dejando de creer y se extiende un clima de desinterés y distanciamiento. La frustración de la crisis exigía respuestas rápidas que ni Bruselas ni Berlín están ofreciendo; ante la tormenta de problemas sólo funciona, y con dificultades, el paraguas del euro.

El colapso estructural carece de una alternativa de intangibles porque la identidad cultural y moral se está disolviendo. Sin soportes espirituales ni sentimentales, sin mitos de anclaje y sin pedagogía de la unidad, la autoestima colectiva no resiste la tentación fragmentaria del mundo posmoderno. La ausencia de objetivos está a punto de poner en cuestión los fundamentos. La verdadera amenaza está dentro: es la galbana, la parálisis, la aluminosis política lo que hace que el espíritu de Roma’57 parezca hoy tan lejos.

IGNACIO CAMACHO – ABC – 25/03/17