Amigos para siempre

LUIS VENTOSO – ABC – 18/09/15

· La mayor falacia del separatismo es prometer una gran fraternidad tras una ruptura.

La Tate Modern era una antigua central eléctrica a orillas del Támesis, que con el cambio de siglo fue transformada en catedral del arte moderno. Hoy es parada fija del turismo mundial en Londres, una metrópoli donde se escucha el castellano por todas las esquinas. Parte del éxito de la Tate tiene que ver con el tino de quién la puso en órbita, el español Vicente Todolí, su director de 2002 a 2010. Una amiga que tiene la rara sinceridad de reconocer que el arte no es lo suyo suele confesar que lo que más le gusta de ir a la Tate no son las galerías, sino subir a la sexta planta y tomarse un café en su cantina.

Al llegar allí, casi le das la razón: la cafetería se vuelca sobre un enorme ventanal, que ofrece una vista imponente de la City, al otro lado del río turbio. La catedral de verdad, San Pablo, que fue durante más de tres siglos el techo de Londres, se achica a la sombra de nuevos colosos de cristal, rascacielos de filigrana que son la lava del volcán del mayor mercado financiero del mundo.

Ayer subí a esa cafetería. Hube de esperar para pedir, porque a mi izquierda en la barra había un matrimonio que había llegado antes. Eran gente de edad provecta –setenta largos–, que a pesar de sus ropas informales traslucían un porte acomodado. La amable camarera del museo inglés les preguntó si eran españoles: «No, españoles, no. Somos catalanes», aclaró raudo el hombre, que intentaba hablar con ella en catalán. Como aquello no funcionaba –a pesar de que la chica comentó que había vivido un tiempo en Barcelona– el señor comenzó a chamullar con ella en italiano para entenderse.

Sí, ya lo sé: el mundo es amplio y diverso, cabemos todos, hay que ser tolerante, respetar las ideas ajenas… Pero confesaré la verdad: cuando oí a aquella persona renegando en el extranjero de mi país, y por tanto de mí, me sentí muy molesto. No fue algo premeditado. Brotó como un reflejo espontáneo, que incluso me trajo a la boca la más gallega de las exclamaciones de asombro: «¡Manda carallo! ¡O sea que usted no es español!». El tipo me miró con displicencia, dijo un rápido «no, no», y allá se fue con su café.

Luego me quedé rumiando por qué me había disgustado. En primer lugar llegué a la conclusión de que era porque aquel hombre, excluyéndose tan drásticamente de toda fraternidad nacional conmigo, me estaba privando de Cataluña, país que como español considero propio y quiero. En segundo lugar, me parece una impostura que una persona de más de 70 años, que tendrá todo tipo de vínculos inevitables con España, por ahora el único Estado del que ha sido ciudadano, vaya por el mundo renegando como si le invocasen la lepra cuando le recuerdan que es español.

Por último, ay, me di cuenta de que si algún día Cataluña se independizase, que no ocurrirá, no saldría gratis. Se generarían odios para varias generaciones, enormes fracturas emocionales entre los catalanes y el resto de los españoles y también dentro de la propia «Cataluña liberada» (con un 36% de su población nacida en otras parte de España). No. No seríamos amigos. De las múltiples falacias del separatismo esa es la más zafia e imperdonable: ocultar a su gente que el desprecio tiene un retorno.

LUIS VENTOSO – ABC – 18/09/15