JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA-EL CORREO
- Además de la pandemia, que será el epónimo de este 2020, otras cosas merecen comentario a propósito del primer año de legislatura
Raro es el año en que un único acontecimiento acapare la atención pública de manera tan exclusiva como este que está echando sus últimas bocanadas. La pandemia provocada por el coronavirus ha llegado a adquirir, en efecto, categoría de epónimo por el que se lo denominará, no en ésta o aquella región, sino en todo el mundo. 2020 será, en el relato que haga la Historia, ‘el año de la pandemia’, pese a que el nombre de la enfermedad -Covid-19- evoque su origen en las postrimerías del anterior. ¡Dios quiera que la vacuna, que ya ha empezado a aplicarse a escala mundial, impida que el epónimo cubra todo un quinquenio! Sea como fuere, a efectos de análisis como el presente, la pandemia oscurecerá cualquier otro objeto digno de observación.
De todos modos, poco podría añadirse aquí a tanto cuanto sobre ella se ha dicho. Sólo insistir quizá, en algo que se ha mantenido inmutable desde su inicio, durante su desarrollo y en estos que ojalá sean sus coletazos finales. Me refiero a la incertidumbre y la inseguridad. Todos los ámbitos del conocimiento y la actividad humana se han visto afectados por ellas. Comprensible fue que la súbita irrupción del virus, allá por febrero o marzo, cogiera por sorpresa hasta a los más versados en cuestiones de salud pública o epidemiología. Pero no deja de asombrar que, pasado casi un año y vistos los positivos resultados que el método de prueba y error ha arrojado, continúen aún las dudas y discusiones entre expertos y políticos sobre las medidas de orden social que conviene adoptar en cada momento para obstaculizar la propagación. Y eso, perdonando los retrasos en la toma de decisiones que tanto desconciertan e incomodan a la gente. La proximidad de las festividades de finales de año hace pensar que tanta vacilación e inseguridad tienen más que ver con motivos de conveniencia política que con razones técnicas, que, a estas alturas, no deberían admitir debate. Así pues, al ‘si lo vas a hacer, hazlo pronto’ cabría añadir que quien, en la disyuntiva entre rigor y relajación, opta por lo primero, no sólo acierta, sino que se gana el aplauso del público. Cuando la cosa va de vida o muerte, la valentía se premia.
Pero, añadida esta breve nota a lo mucho ya dicho por tantos, no cabe pasar por alto otros hechos reseñables que han tenido lugar en este redondo 2020. Ahí está, como más relevante, el nuevo y novedoso Gobierno, que, aun cuando parezca que lleva con nosotros una eternidad, apenas tiene un mes más que la pandemia, de la que no podrá, por cierto, librarse a lo largo de toda la legislatura. La gestión que de ella haga, o incluso el curso que ella siga a su aire con independencia de cualquier gestión, se anotará inexorablemente en el balance del Ejecutivo. Dígase en su descargo que le ha tocado desenvolverse en circunstancias extraordinariamente adversas, pues a las dificultades que le plantea la complejidad de su composición se han añadido otras inesperadas que amenazan con trastocar sus propósitos iniciales. Le servirá de atenuante a la hora de enjuiciar su desempeño. Pero cabe adelantar desde ahora que, si en el manejo de la pandemia ha revelado ya no pocas deficiencias, lo que aún le queda por hacer correrá el riesgo de verse sepultado por la ingente avalancha de problemas que la recuperación económica y el descontento social cargarán sobre sus hombros. Veremos entonces cómo, a medida que la carga comience a hacerse abrumadora, irán descolgándose, uno a uno, algunos de los que con tanto entusiasmo acaban de auparlo al poder.
Para su fortuna, no será la gestión lo que acabará planteándose a la evaluación ciudadana. El juicio versará, más bien, en torno a la lucha ideológica y la polarización descarnada -batalla cultural, la llaman sin sonrojo- que tanto los partidos que apoyan al Gobierno como los que integran la oposición parecen dispuestos a utilizar a modo de armamento con que imponerse en la confrontación electoral que ya ha empezado. Los partidos del Gobierno han delimitado en esos términos el campo de batalla, y los de la oposición no le hacen ascos al planteamiento. Ambos esperan sacar rédito de lo mismo. La suerte de la gente, que se afana, más literalmente que nunca, por su supervivencia, pasará a segundo plano en esa batalla ideológica que se librará en el limbo político. No irá con ellos la cosa. Pues, «aunque el orbe entero se derrumbe a pedazos, aguantarán impávidos los cascotes que les caigan encima», cabría decir retorciendo el sentido que dio Horacio a su oda.