Isabel San Sebastián-ABC

De la mano de Pedro Sánchez, ni los independentistas podían llegar más alto ni el gobierno de la Nación caer más bajo

En un futuro cercano, 2019 será recordado como un año aciago para España, durante el cual fueron sembradas o abonadas muchas de las malas yerbas imposibles de arrancar una vez arraigadas. Un año de traiciones, engaños, división, vergüenza y claudicación, de la mano de un Pedro Sánchez tan sobrado de ambición y narcisismo como falto del más mínimo escrúpulo. Un año para el olvido, si no fuera porque 2020 se presenta todavía peor.

Este 2019 sombrío ha encumbrado a los separatistas hasta cotas de poder que jamás habrían esperado alcanzar. En el pasado, cuando todavía disimulaban su auténtica vocación secesionista, conocieron el placer de pedir y obtener prebendas a cambio de completar mayorías. Pero lo de ahora no tiene precedentes. Un presidente en funciones hincado de hinojos ante ellos, suplicando su respaldo como si no hubiesen perpetrado un intento de sedición juzgado y condenado en los tribunales, era algo que ni Junqueras ni Puigdemont se habrían atrevido a soñar. Un Partido Socialista entregado a sus exigencias, a pesar de su actitud abiertamente desafiante y sus amenazas explícitas de reincidir, es algo que supera con creces cualquier expectativa por su parte y cualquier indignidad en lo que atañe a un líder nacional. Ni los independentistas podían llegar más alto ni el gobierno de la Nación caer más bajo. O sí. Porque no satisfecho con humillarse y humillarnos ante dos criminales convictos, reos de sedición y malversación, Sánchez ha hecho lo propio con un terrorista llamado Arnaldo Otegui, a quien ha entregado las llaves de la comunidad foral de Navarra y un estatus de respetabilidad que vulnera no solo los derechos más elementales de las víctimas, sino el honor de una sociedad que supo resistir a pie firme los embates de la banda asesina. Lo que no consiguieron matando lo obtienen ahora de un ególatra cuyo voraz apetito de poltrona traspasa todas las barreras morales. De nuevo, ni ETA podía aspirar a más ni el Ejecutivo español quedar en algo tan miserable.

Al reclamo de estos éxitos no hay ratón que se abstenga de asomar la cabeza, a ver si suena la flauta, entre todos destruyen al león y el país se llena de caudillos satisfechos en sus respectivas taifas. Los leoneses de izquierdas no quieren ser castellanos, los de Teruel alzan la voz, los valencianos y baleares, dirigidos por coaliciones en las que manda la marca local del independentismo catalán, que es quien paga la fiesta con el dinero de nuestros bolsillos, se alejan de la casa común para acercarse a los «països» de la ensoñación pujolista… El objetivo es reescribir la historia a la inversa, retroceder en el tiempo hasta lo peor de la Edad Media, desgarrar las costuras de una Nación centenaria con el fin de obtener cada cual su pedacito. Y mientras tanto ¿qué hace el hombre que juró guardar y hacer guardar la Constitución? Alentar ese proceso perverso a fin de alcanzar su mezquino minuto de gloria.

Sobre este telón de fondo el sistema de pensiones se encamina al precipicio pidiendo a gritos una reforma, que Sánchez rehúsa acometer por miedo a perder el favor de su escudero Pablo Iglesias. La deuda pública se dispara. El plagio se consagra como método de obtención de un doctorado, cuando el doctorando es del PSOE. La corrupción deja de ser repudiada, porque ahora salpica de lleno a la izquierda, y con el fin de tapar la que llena de mugre a Podemos ponemos Interior y Exteriores al servicio de Evo Morales. Lo dicho; un año aciago.