JORGE DE ESTEBAN-EL MUNDO
El autor cree que unas elecciones que parecía que iban a ser transcendentales para el futuro de España no han hecho más que empeorar la situación existente, corregida y aumentada.
Escrito el sábado 27 (sin rectificaciones posteriores):
Pues bien, a pesar de la reiteración de las peroratas de los políticos, a mi juicio no se han tratado suficientemente los temas más preocupantes para España: el paro y sus secuelas entre los jóvenes; la unidad del mercado nacional para evitar 17 regulaciones diferentes; la enseñanza pública para que sea igual en toda España; las medidas necesarias para evitar que nuestro sistema sanitario –probablemente el mejor del mundo– acabe degradándose como tantas otras cosas; la amenaza de la constante invasión de africanos que no parará hasta que Europa ayude a salir de la pobreza a la mayoría de los países de ese continente; la colaboración en la lucha a favor del medio ambiente; la modernización de la Monarquía parlamentaria; y, por último, el problema más grave que sufre hoy nuestro país y que condiciona a todos los demás: la cuestión catalana.
En este sentido, es paradójico señalar que mientras se celebran las elecciones generales, el llamado procés continúa como si no hubiera pasado nada. De este modo, Oriol Junqueras, el líder de Esquerra Republicana (ERC), acaba de manifestar desde el púlpito que le han instalado en la cárcel donde cumple prisión provisional lo siguiente: «Estamos convencidos de que el independentismo, el próximo 28 de abril, será lo suficientemente determinante para acabar condicionando la agenda política y económica del próximo Gobierno del Estado». Ante la gravedad de estas afirmaciones, los líderes separatistas catalanes –unos en la cárcel, otros paseando prófugos por Europa haciendo patria y gran parte integrando la Generalitat o en otras instituciones– no dan muestra de que vayan a renunciar a algo que es completamente extemporáneo en nuestros días, cuando lo que se impone es superar las fronteras dentro de Europa.
El caso es que los dirigentes de los cinco grandes partidos nacionales –incluyendo ya a Vox– no es que hayan eludido esta importante cuestión, sino que han demostrado que o no tienen una solución clara para su complicada normalización o incluso que ignoran los elementos más fundamentales de la Constitución. Repasemos, pues, lo que piensa cada uno sobre la solución del conflicto, aplicando cada cual una especie de bálsamo de Fierabrás.
En primer lugar, el presidente del Gobierno y candidato socialista, Pedro Sánchez, fiel a su capacidad de adaptación al medio en el que se encuentre, dice una u otra cosa según le convenga. Antes de llegar a La Moncloa, la solución para él era crear en España un Estado federal, propuesta que inmediatamente rechazaron los separatistas catalanes porque éstos huyen de todo lo que no sea su independencia. Sin embargo, después de la moción de censura, en la que coadyuvaron los nacionalistas y demás separatistas, parece que Sánchez se inclinaba con reparos hacia la petición radical de la mayoría de los llamados soberanistas, que exige un referéndum.
Como el presidente del Gobierno parecía dudar, alguien se lo señaló: no cabe un referéndum de autodeterminación en España porque iría en contra de los artículos 1 y 2 de la Constitución del 78. Cerrada también esta vía, Sánchez ha recurrido a otra falsa solución que consiste en aumentar el autogobierno de Cataluña. Pero si conociese bien el Estatuto de 2006, así como la Carta Magna, comprobaría que aumentar más el autogobierno significaría de hecho una independencia disfrazada, pues ya no quedan competencias que traspasar.
En segundo lugar, el líder actual del Partido Popular, Pablo Casado, ha reiterado durante toda su campaña que en el primer Consejo de Ministros, si fuera elegido presidente del Gobierno, aplicaría nuevamente el artículo 155 de la Constitución. Pues bien, habría que aclarar que éste se debe aplicar para casos concretos de incumplimiento de alguna norma del Estatuto de una Comunidad Autónoma o de la propia Carta Magna. En otras palabras, no se puede matar elefantes simplemente con insecticidas.
En tercer lugar, el líder del partido Ciudadanos (Cs), Albert Rivera, con su clásica ambigüedad de que un día dice sí y otro dice no, ha repetido que aplicaría también el artículo 155. Pero no ha llegado a formular una solución satisfactoria para la comunidad autónoma de Cataluña que él conoce perfectamente.
En cuanto al líder de Podemos, Pablo Iglesias, a pesar de que la paternidad parece que le ha infundido una sensatez que no tenía en sus comienzos políticos, sigue en este aspecto insistiendo en la misma tesis de los nacionalistas, puesto que es partidario de un referéndum de autodeterminación en Cataluña. Lo cual es algo paradójico si tenemos en cuenta que ha utilizado durante toda la campaña electoral la Constitución como si fuese el Libro rojo de Mao. Pero, eso sí, el secretario general de la formación morada nunca cita las dos columnas en las que se sustenta el sistema constitucional español que son los artículos 1 y 2 de nuestra Carta Magna.
Y, finalmente, el nuevo líder emergente del partido Vox, Santiago Abascal, es el que ha dado la fórmula más clara para la cuestión catalana, pero evidentemente tan compleja como desmontar la catedral de Burgos, pero no como ha sucedido con Notre-Dame de París. Esto es, para llevar a cabo esa tarea, Abascal y sus seguidores son partidarios de acabar de un plumazo con el Estado de las Autonomías.
Por otro lado, pienso que los debates de televisión entre candidatos, desde el primero y célebre en Estados Unidos entre Kennedy y Nixon, deberían estar regulados en las campañas electorales, tal como ha mantenido Pablo Iglesias, aunque existe una polémica sobre su eficacia en la elección del voto. En lo que a mí respecta, creo que su influencia para decidirse por uno u otro aspirante es especialmente importante en dos ocasiones. Por una parte, en las elecciones normales, en donde no pasa nada importante; en ese tipo de escenarios es en los jóvenes y en las personas menos formadas políticamente en los que más influyen los debates televisivos. Y, por otra, en circunstancias excepcionales, donde está en juego no sólo quién será el nuevo presidente del Gobierno, sino que también se enfrentan claramente, como dicen los alemanes, dos Weltanschauung, dos cosmovisiones, como ocurre actualmente en estas elecciones en España. Ahí su influencia pude ser decisiva para todos.
Por eso conviene hacer un rápido repaso de la intervención de cada uno de los cuatro candidatos en los dos debates, absurdamente sucesivos en 24 horas, teniendo en cuenta además la decisión de la Junta Electoral Central, de excluir a Santiago Abascal es harto discutible, tanto jurídica como políticamente.
El primero en hablar en el debate del segundo día fue Pablo Casado, buen orador, con un futuro prometedor, a pesar de que a veces comete errores de peso, como, por ejemplo, cuando, siguiendo a Rajoy, defendía que debe gobernar el partido con mayor número de votos. Su equivocación radica en que no parece conocer que el régimen parlamentario se basa en que lo hace el partido o la coalición que obtiene el respaldo de mayor número de escaños y no de votos. Por lo demás, sigue con el talón de Aquiles que representa el pasado corrupto de su partido. Pedro Sánchez fue el segundo en intervenir y al que se le conoce ya perfectamente a través de su atribuida tesis doctoral y de su libro escrito por otra persona. En su intervención no hizo más que confirmar que no tiene convicciones firmes y por ello rectifica en cada momento. El tercero en hablar fue Pablo Iglesias, quien se mostró muy constitucional, muy educado, muy moderado y muy dispuesto a ser un mero ministro de un Gobierno eventual de Pedro Sánchez. Es más: era el único que no aspiraba a ser ahora presidente del Gobierno, lo que demuestra que el espíritu de su nueva situación familiar y política le ha hecho aparecer como prudente. El último fue Albert Rivera, que en el primer debate sobresalió sobre todos, pero que en el segundo lo estropeó con sus constantes interrupciones a sus contrarios.
Un catedrático de Comunicación afirmó en una tertulia que Albert Rivera le recordaba el mito griego utilizado por otro Albert, en este caso Camus, en su libro El mito de Sísifo, que describe el esfuerzo de un hombre para subir una piedra a la cima de una montaña y, cuando lo logra, la piedra vuelve a caer y tiene que volver a empezar de nuevo continuamente. Lo que quería explicar es que Rivera, al que yo vaticiné hace años como futuro tercer o cuarto presidente catalán del Gobierno de España, tiene que ser consciente de que para llegar al final de la carrera no se puede detener para beber una coca-cola. Por último, el que no estaba presente físicamente, pero su ausencia flotaba en el aire era Abascal, que durante los días de la campaña electoral ha colmado de seguidores los recintos en donde daba sus soflamas patrióticas.
El elector español tiene que jugar con estas cartas, que son las que hay, pero a la hora en que redacto estas líneas todo sigue estando muy confuso: puede haber un Gobierno del PSOE con Podemos, pero tal vez será necesario que para llegar a la mayoría absoluta se unan los separatistas, los extremistas y los populistas. Igualmente, puede haber un Gobierno de derechas presidido por Pablo Casado o por Albert Rivera, o incluso como dicen algunos fantasiosos podría ser presidente Santiago Abascal si se produce un cataclismo electoral. Pero la confusión no se acaba con lo que ocurra con el Congreso de Diputados, sino que alcanza también al Senado. Por una parte, no se entiende que Casado y Rivera amenacen con aplicar el artículo 155 si no cuentan, como requisito indispensable, con la mayoría absoluta de esta Cámara, la cual hace años Rivera pensaba que había que suprimir. Pero, por si fuera poco, parió también la abuela, para aumentar la confusión y algunos iniciados han lanzado la enigmática fórmula para lograr esa mayoría absoluta en la Cámara Alta, «de 1, más 1, más 1». Jeroglífico que quiere decir que los electores de derechas deberían señalar con una X a los primeros de la lista de Ciudadanos, PP y Vox para asegurarse, según ellos, su predominio en el Senado.
Como es sabido, cada provincia debe elegir cuatro senadores. Sin embargo, según el artículo 167 1.a de la LOREG, «los electores pueden dar su voto a un máximo de tres candidatos en las circunscripciones provinciales, dos en Gran Canaria, Mallorca, Ceuta y Melilla y uno en las restantes circunscripciones insulares». En las papeletas del Senado, un tal Partido Humanista, ante el despiste de la Junta Electoral Central, presenta ladinamente, o por ignorancia, en las papeletas a cuatro candidatos por si pican. Las papeletas del Senado, salvo que diga lo contrario la Junta Electoral Central, son ilegales y aumentarán la confusión de estas elecciones tan peculiares. Sea lo que fuere, me detengo aquí hasta la noche del domingo para ver si España sigue entera o ha empezado su desguace, como tantos ciudadanos temen ante el terremoto que se avecina.
Escrito el lunes, 29 de abril:
Y, como decía Horacio, la montaña parió un ratón. Según íbamos viendo en la televisión el recuento de los votos, no daba crédito a mis ojos. Unas elecciones que parecían iban a ser transcendentales para España, no habían hecho más que empeorar la situación existente, corregida y aumentada. Es decir, el PSOE sale fortalecido a pesar de siete meses de excentricidades; Podemos, cuando empieza a parecer un partido normal, pierde votos a mansalva; el PP con un joven líder renovador, no ha sabido escoger el personal adecuado ni desprenderse de la carga que le puso en sus espaldas el irresponsable Rajoy; Albert Rivera, parece que esta vez se queda con la piedra a medio camino de la montaña y no sabemos si subirá o bajará; y Santiago Abascal, llenando las plazas en que toreó, no logró inundar de diputados el Congreso. Es más, y peor: los separatistas vascos y catalanes han aumentado algo sus huestes belicosas
El panorama es desolador porque, como dice Hayek, la finalidad última de las elecciones es la de echar pacíficamente a un Gobierno que no lo ha hecho bien. Por tanto, si nos atenemos a lo que ha ocurrido en las urnas este domingo, los habitantes de esta arcadia feliz están encantados con el Gobierno actual y quieren seguir al menos con él otros cuatro años.
Pero no nos pongamos tan derrotistas. Al menos hay una noticia esperanzadora. Por primera vez, España puede imitar a Europa y formar un Gobierno de coalición, lo que aquí nunca ha ocurrido a nivel estatal, aunque sí en alguna comunidad autónoma. Los líderes de nuestros partidos nacionales no han querido o no han podido formar Gobiernos de coalición. Cuando les hacían falta votos, recurrían a los partidos nacionalistas, naturalmente previo pago de sus servicios a través de la concesión de competencias para sus comunidades autónomas respectivas. En esto es un maestro mi semitocayo Aitor Esteban, del PNV, que siempre saca tajada.
Decía Ortega en su época de diputado que «no se puede hacer política viviendo al azar, bajo la anécdota de lo que en cada momento la opinión pública sostenga o no sostenga; todo eso hay que atenderlo, pero es menester ir a la política con un conjunto, por no decir pedantemente, con un sistema, de convicciones firmes, siquiera sobre cómo es profundamente nuestro pueblo, porque solo así se pueden prever sus graves reacciones». Me temo, pues, que no es éste el caso de nuestros políticos, que no son capaces de exponer con detalle lo que desean hacer de España como única nación. Por cierto, hemos pasado, según el deseo de los separatistas, de una España plurinacional a una España cuya oposición en el Congreso será plurinacionalista. Por otro lado, el presidente del Gobierno ha pactado con los separatistas diciendo que todo se arregla con el diálogo. Pero no eso no es posible, por ello volvamos a lo mejor de los resultados de estas elecciones y que depende de un nuevo abrazo entre Pedro Sánchez y Albert Rivera, más necesario ahora con urgencia que el de 2016.
Es cierto que, sobre todo Rivera, ha dicho en varias ocasiones que «no es no» respecto a un Gobierno de coalición con el PSOE. Pero en la política las circunstancias cambian sin que en muchas ocasiones se puedan prever. Por eso, le recuerdo que en la actividad pública nunca se puede decir de estos votos no beberé. Sobre todo, cuando hay una razón de interés general que justifica ciertos acuerdos. Digámoslo claramente, el único Gobierno que puede avanzar en una posible resolución de la cuestión catalana es el de una coalición PSOE-Cs, puesto que ambos suman 180 diputados, e incluso podrían conseguir algunos del PP para llevar a cabo lo más urgente que necesita España: la reforma constitucional del Título VIII CE.
La falta de un modelo concreto de Estado es la causa de este berenjenal que tenemos en España. No hay que suprimir las comunidades autónomas, hay que racionalizarlas, pues esto es un caos. Acaba de salir un libro de Gregorio Morán en el que cuenta cómo se forjó el imperio Pujol, basado en el control de la prensa, sin duda el origen de que Cataluña se apartarse más de España, a lo que contribuyó también el sistema de autonomías que es lo que ha hecho que surjan separatistas cada vez más. Por eso, los demócratas españoles debemos exigir que se forme el primer Gobierno de coalición entre el PSOE y Cs, incluso aunque lo pida el Ibex. Entonces y sólo entonces se habrán justificado las elecciones.
Jorge de Esteban es catedrático de Derecho Constitucional y presidente del Consejo Editorial de EL MUNDO.