José Luis Zubizarreta-El Correo

Escribo bajo la fundada impresión de que el Gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos parece haber quedado frustrado. La filtración de las condiciones del partido de Pablo Iglesias no cabe interpretarse de otro modo. No importan ahora las razones ni a quién ha de echarse la culpa. Eso lo irá decidiendo la opinión pública a raíz de los relatos que le vayan transmitiendo tanto los protagonistas como los medios de comunicación. Lo que me interesa subrayar es que, más que disgusto, Pedro Sánchez habrá sentido alivio. No era este tipo de gobierno lo que buscaba. La alternativa de la repetición de elecciones, aunque no deseada y plagada de incertidumbres, le era menos mala.

No sería una sorpresa. Desde el momento en que se abrieron las urnas el 28 de abril y se vieron los resultados, propios y ajenos, Sánchez había tomado la decisión de formar un Gobierno socialista integrado por ministros del propio partido e independientes de prestigio y basado en un programa de progreso que pudiera ser apoyado por quienes lo asumieran. Desde entonces no cambió de opinión. Llegó a la sesión de investidura con su idea original. Tanto en su interminable discurso de presentación como en su breve alegato de despedida, no hizo otra cosa que defenderla. A nadie pidió apoyo. Se limitó a exponer su programa y a invitar a todos los partidos a no bloquear la puesta en marcha de la legislatura y abocar el país a nuevas elecciones. Expresaba su voluntad de gobernar en solitario, buscando, una vez investido, apoyos puntuales y variables que lo llevaran hasta el final de la legislatura. Prolongar la situación creada tras la moción de censura, vamos. Lo que más indignó a Pablo Iglesias y provocó su más airada reacción fue precisamente verse tratado como uno más y no como posible socio preferente. «¿Es que piensa usted pedirle también la abstención a Vox?», le espetó con más sinceridad que retórica. Todo había sido, en el fondo, una colecta de abstenciones diversas.

La ruptura, si finalmente se da, dejará a buena parte del electorado frustrado. Otros, aunque no frustrados, sí se sentirán hastiados por la incomodidad de tener que volver a las urnas en tan breve espacio de tiempo. Habrá, sin embargo, quienes, como el candidato, se sientan aliviados. La coalición que se proponía se había ya demostrado, tras tanto tira y afloja, incapaz de crear ilusión siquiera en sus propios integrantes. Los recelos y los resentimientos habían desplazado la confianza en la que toda colaboración ha de sustentarse para ser duradera. Se trataría de un Gobierno hecho a desgana, más impuesto que buscado. Su carácter lo había ido definiendo el propio Pablo Iglesias a lo largo de las reuniones. «La presencia del Unidas Podemos en el gobierno es necesaria para que el PSOE cumpla lo pactado, dada su innata e irrefrenable proclividad a las posiciones de la derecha». De ahí a declararse «comisario político» incrustado en las filas del gobierno hay mucho menos que un paso. Insultante más que incómodo.