El asesinato de Eduardo Puelles trata de sacar partido de la caracterización unánime que todos nacionalistas vascos han hecho de la presidencia de Pachi López como usurpación. Estamos ante la enésima tentativa de relanzar un frente nacionalista por parte de ETA, y la coyuntura le será propicia mientras el PNV se empeñe en deslegitimar el gobierno de los socialistas.
ARRIGORRIAGA: el pedregal rojo. Por «peña viciada de sangre» lo traducía el cronista vizcaíno Lope García de Salazar, a finales del siglo XV. Una estupenda metonimia para eso que Sabino Arana Goiri bautizó como Euskadi. Es más, no sé cómo no se le ocurrió poner directamente a su proyecto político aquel nombrecito, Arrigorriaga, que le cuadra como ninguno. En Arrigorriaga, según una tradición medieval apócrifa, se dio una batalla entre los vizcaínos y unos invasores leoneses, que terminó con la victoria de los primeros. La sangre derramada en la gesta fue tanta, que tiñó de rojo las piedras, y el lugar, que antes se conocía como Padura («marisma»), vino a llamarse desde entonces Arrigorriaga. Cualquier alumno de ikastola se sabe de corrido esta patraña, casi siempre en la versión de Sabino Arana, que la convirtió en el arquetipo de todas las guerras o de la guerra única e infinita entre vascos y españoles. Arrigorriaga, en efecto, es el título del texto fundacional del nacionalismo vasco: un relato literario bastante cutre, con pretensiones insensatas de rigor histórico, publicado por Arana en 1892, tres años antes de la creación del PNV.
La leyenda medieval de Arrigorriaga surgió en el siglo XIV, sobre el modelo de la batalla de Saxa Rubra (año 312), junto a Roma, en la que Constantino derrotó a su rival Magencio. La batalla en cuestión es más conocida en la Historia por Puente Milvio, y está vinculada a dos episodios igualmente improbables: la visión que dijo haber tenido Constantino, la víspera del combate, de una cruz perfilándose en el cielo de la tarde, mientras oía (o leía) las palabras in hoc signo vinces («con este signo vencerás»), y el cambio del color del paisaje al rojo intenso, como consecuencia de la cantidad de sangre vertida en la lucha. Saxa Rubra significa lo mismo que Arrigorriaga. O al revés. Como sabíamos los escolares de hace medio siglo, Constantino mandó poner la cruz en sus banderas o lábaros. Agradecido por la victoria, hizo del cristianismo la religión oficial del Imperio, en virtud del famoso edicto de Milán, y regaló al Papa una extensión de la Italia central que tenía el tamaño aproximado de Euskadi. Cuando la revolución liberal arrebató al papado los Estados Pontificios, el padre de Sabino Arana y otros próceres carlistas se apresuraron a ofrecer a Pío IX las provincias vascas, como compensación.
En la Arrigorriaga histórica sólo hubo, que sepamos, una batalla. En mayo de 1872, algunas partidas carlistas pusieron en fuga a los carabineros y miqueletes que habían salido de Bilbao para dispersarlas. Fue una simple escaramuza, pero dio comienzo a la última guerra civil del XIX, y su recuerdo contribuye a que Arrigorriaga permanezca en el imaginario nacionalista estrechamente unida a la humillación del Estado. Los etarras ya han planteado con anterioridad otros desafíos a la democracia española desde esa población vizcaína. En 1997, pocos días después del asesinato de Miguel Ángel Blanco, consiguieron invalidar en su ayuntamiento el pacto para el aislamiento político de Herri Batasuna, poniendo los cimientos del acuerdo frentista de Estella. El asesinato de Eduardo Puelles, el viernes pasado, tiene una dimensión simbólica del mismo tipo y trata de sacar partido de la caracterización unánime que los nacionalistas vascos de toda laya han hecho de la presidencia de Pachi López como usurpación. Estamos, en fin, ante la enésima tentativa de relanzar un frente nacionalista por parte de ETA, y la coyuntura le será propicia mientras el PNV se empeñe en deslegitimar el gobierno de los socialistas vascos.
Jon Juaristi, ABC, 21/6/2009