Asesinato de un político

EL CORREO 14/05/14
TEODORO LEÓN GROSS

Cuando el asesinato puede elevarse a símbolo de un contexto social, capaz de dar sentido a una realidad desconcertante y quizá absurda, todo resulta más sencillo. En cambio, el lado oscuro de la condición humana con el ADN de Caín es desasosegante. Pero eso es lo que hay en León. De ese asesinato no se desprende una metáfora confortable contra el estupor, y menos para sacarle brillo con una pátina de literatura. Ahí se ve solo un crimen con una áspera motivación humana: venganza, rencor, odio. Una muerte trufada de miserias. Quienes en pocos minutos corrían a elaborar tesis de urgencia sobre la espiral de la ‘antipolítica’ para convertir a la clase dirigente en víctima colectiva han tenido que enfrentarse al chasco de la verdad. No es un crimen político, sino de un político. De remitir a algo, sería a los dramas laborales, lejos del titular del día de Cañete con su ‘boutade’ de que «en España se vive mejor con menos dinero». En qué mundo viven.

La sombra de la casta aparecía en la escena del crimen de modo circunstancial. El asesinato execrable de la dirigente leonesa por un conflicto laboral emponzoñado ponía los focos sobre su trayectoria polémica de tres décadas en el machito, alias ‘la mujer de los doce sueldos’, presidenta de la Diputación, los consorcios del Aeropuerto y Turismo, Instituto de Cultura, consejera de Caja España y de Invergestión, Inmocaja, Viproelco, Tinsa, y suma y sigue. Vaya cartel. El descrédito de la clase política de los 10.000 aforados no es una ficción provocada por la crisis, aunque ésta haya servido para acentuar la conciencia de sus privilegios delirantes. Estos días en Holanda hay un escándalo por un reportaje de TV que retrata los lujos asiáticos de los europarlamentarios. Seis millones de parados miran. Mal asunto en un mundo donde la desigualdad vuelve a ser pólvora social.

El crimen de León, sin embargo, no apunta a la clase política sino a la condición humana. No es equiparable al francotirador de Italia que confesó su plan de ‘matar políticos’. La rapidez de las detenciones cortó un aquelarre de teorías ventajistas tipo 11M. Repugna la miseria moral de quienes saltaban al ruedo de las redes a justificar el crimen; y también quienes jaleaban contra la locura ‘antisistema’ para acabar viéndose ante una asesina con carné del PP que había ido en las listas del partido y peleaba por un conflicto laboral. En los editoriales se aferraban ayer a los escraches y el odio político, poco dispuestos a que la realidad les estropeara el mensaje, pero esto no es un crimen de odio ideológico ni un drama shakesperiano sobre el poder. Difícilmente el horror de esa muerte va a dulcificar el hastío de la gente con la clase política. Ese hastío sólo se vacunará cuando la gente pueda sentir que la política los hace mejores. Y eso ahora se ve lejos.