Autocrítica o autoengaño

EL CORREO 13/04/15
JOSEBA ARREGI

· Si el Gobierno vasco no analiza su discurso sobre ETA, el camino seguirá siendo erróneo por mucha ingeniería social y de lenguaje que proponga en sus documentos

Nadie diría que vivimos una época laica, contrapuesta a otras épocas dominadas por la religión pública. Parece que algunos responsables políticos siguen confiando en la magia de las palabras. Si aparecen problemas para llevar a cabo sus proyectos, o si surgen situaciones en las que pueden plantearse debates que no interesan, recurren a palabras con capacidad de evocar ecos positivos para ocultar los problemas reales, o para evitar los debates que importan.

Tras la renuncia de ETA a su actividad terrorista, el Gobierno vasco publicitó su plan para la paz y la convivencia, cuando más de uno esperaba que la renuncia de ETA debiera haber abierto un tiempo para discutir, con la libertad negada por los terroristas, sobre la democracia en Euskadi y sobre la adecuación a la democracia del proyecto político radical nacionalista definido por ETA con su violencia terrorista. Pero esto no ha sucedido porque el debate, incómodo sobremanera para los nacionalistas, se ha ocultado tras las palabras de paz y de convivencia.

En el contexto de palabras ‘velo’ como paz y convivencia en lugar del debate sobre la democracia y el nacionalismo, y su capacidad de democracia, se ha impuesto a la sociedad vasca el debate sobre el futuro de los presos, un debate en el que los partidos nacionalistas reclaman una movilidad del Gobierno central en su política penitenciaria que siempre termina con alguna concesión a los presos de ETA, que lo son en el doble sentido del genitivo: presos que pertenecen a ETA y presos de la estrategia de ETA.

En el mismo sentido ha incidido la importancia concedida a dos términos que, probablemente sin intención ni conciencia, han relativizado y minimizado el significado político de las víctimas –que no es otro que el de que el proyecto político de ETA ha quedado deslegitimado en cada asesinado–, como son el del perdón y la reconciliación. Ambos términos, muy nobles, pertenecen básicamente a la moral privada, pero no poseen sentido en el espacio público de la política democrática. Y en lugar de analizar las consecuencias de haber vinculado estructuralmente el proyecto político de ETA con sus acciones de terror –el mismo PNV abandonó su tradicional explicación de la violencia de ETA por sus referencias marxistas y revolucionarias y apostó por su derivación del conflicto vasco–, se ha hablado de la necesidad de reconocer el daño causado, sin que nadie apunte a que el daño causado, además de arrebatar la vida a los asesinados para negar su derecho a la libertad de conciencia, es un daño al bien público fundamental y más frágil que ningún otro, el bien de la libertad de conciencia garantizado por el Estado de Derecho: nadie ha exigido a los miembros de ETA que reconozcan al Estado de Derecho como única garantía de la libertad de conciencia, que es lo que han tratado de eliminar con todas sus fuerzas en cada asesinado.

Y ahora seguimos con un nuevo documento del Gobierno vasco con el título de ‘Zuzendu’, ‘Corregir’ –¡cómo recuerda esta nueva entrega a la costumbre de ETA de publicitar documentos de estrategia, o de cambio de estrategia, con títulos simbólicos!–, en el que, sin cambiar para nada la estrategia inicial, constata que su plan está funcionando en la sociedad, pero que ofrece problemas en las relaciones entre partidos políticos, y ofrece como solución para superarlos y profundizar en la apuesta inicial del Gobierno vasco la autocrítica, pero que casualmente no incluye la puesta en cuestión de la propia apuesta inicial y la de sus presupuestos ideológicos.

Como todo está planteado según el método de la ingeniería social, que incluye la ingeniería del lenguaje, es decir, la manipulación de las palabras, se trata de seguir en el camino del método: hacer ver que no existe ningún presupuesto ideológico, sino la mejor intención del mundo como lo avalan las palabras biensonantes elegidas –qué buen material hubieran supuesto todos estos documentos para el inteligente análisis de Viktor Klemperer, autor de la ‘Lingua Tertii Imperii’ y referido a la ingeniería de lenguaje de los nazis–; reconducir el terror de ETA a la violación de derechos humanos, colocarlo al mismo nivel de todas las violaciones de derechos humanos habidos en la historia vasca desde que existe ETA, pero incluyendo la Guerra Civil, que también fue civil en Euskadi aunque se oculte, e incluso a las guerras carlistas si hiciera falta; afirmar la igual legitimidad de todas las memorias y exigir ahora la autocrítica necesaria de todos, menos la del que lo exige de los demás, anulando así el significado político de las víctimas y evitando el reconocimiento de que el terror de ETA haya contaminado el proyecto nacionalista aunque sea mínimamente. Y como todo ello es imposible en un plano racional, se exigen las virtudes del perdón y la reconciliación que, por su carga religiosa, pueden producir el milagro que la política no puede ni debe.

Pero no cuela. Los asesinatos de ETA son algo más que meras violaciones de derechos humanos. También son violaciones de derechos humanos, pero son algo distinto a la violencia de género, son algo más que un asesinato por celos o por interés económico, por odio o por avaricia. Dañan el bien público y común más frágil que existe, el de la libertad de conciencia y su garantía, el Estado de Derecho. Y la historia de Euskadi, y por desgracia del conjunto de España, en los últimos cincuenta y cinco años está caracterizada de forma determinante por ETA y su terror, como no lo está por ninguna otra violación de derechos humanos. No se trata de ocultar nada, sino de poner cada cosa en su sitio sin hurtar a los hechos de su significado.

Si el Gobierno vasco no empieza por analizar las bases sobre las que ha construido su discurso tras la renuncia de ETA al terror, el camino seguirá siendo equivocado por mucha ingeniería social y de lenguaje que proponga en sus documentos. El método no sustituye al contenido y siempre esconde un interés ideológico.