Automutilación

Fernando Savater, EL CORREO, 30/9/12

Los catalanes independientes renunciarían a gran parte del país que ahora es suyo y del que son cogobernantes por medio de sus votos. Y se privaría al resto de los españoles de una parte esencial del Estado nacional del que son ciudadanos

Será por la proximidad de ambos sucesos, pero ante la reivindicación independentista de la Diada y las frustradas reclamaciones de un pacto fiscal por parte del presidente Mas resulta inevitable la comparación con la actitud de Bernard Arnault en Francia, que tanto escándalo popular ha suscitado allí. El multimillonario dueño de la marca Louis Vuitton acudió al Elíseo para pedir un trato fiscal especial frente a la anunciada subida de impuestos para las grandes fortunas, proclamando su especialmente alta contribución a la riqueza del Estado. Como en esa gestión por lo visto no se le concedió ningún privilegio, hizo pública su determinación de renunciar a la nacionalidad francesa y adoptar la belga. Vamos, que opta por independizarse del que ha sido hasta entonces su país para castigarle por el maltrato a sus intereses económicos…

Por muchas que sean las diferencias entre la actitud del individuo francés y el colectivo catalán, también resultan obvios los parecidos. En especial, el de someter a motivaciones pecuniarias la pertenencia o el abandono de la nacionalidad. Desde luego, en el estallido independentista ocurrido en Cataluña intervienen otros ingredientes ideológicos, que han estado hirviendo a fuego más o menos lento a lo largo de los últimos años. Para empezar, la apelación a un sentimiento idiosincrásico y victimista opuesto a la marca España, que culpa al sometimiento al Estado de los numerosos errores administrativos, abusos y despilfarros que han llevado al debilitamiento económico de la habitualmente pujante comunidad catalana. La culpa de esos déficits no la tienen, según la coartada nacionalista, quienes han gobernado desde comienzos de la democracia la autonomía sino quienes desde el Gobierno estatal les han recordado las obligaciones solidarias que impone la pertenencia a un colectivo del que evidentemente también han obtenido pingües ventajas. Es una deformación casi grosera de la realidad, pero que cae en un terreno abonado por años de propaganda entre ofendida y arrogante tanto mediática como educativa.

Mientras retumbaba esa propaganda de gesticulación secesionista, basada en la incomprensión de «Madrid» por no ceder a las insaciables e interminables demandas nacionalistas, el resto de la población catalana –ampliamente no independentista e incluso escasamente nacionalista– guardaba un prudente y virtuoso silencio. Confidencialmente nos decían a quienes veníamos de fuera: «Todo se quedará en nada, prevalecerá el sentido común, mucho ruido y pocas nueces, etc…» No hay motivo para preocuparse, mientras los bussiness sigan as usual. Después de todo, en Cataluña apenas hubo brotes terroristas, todo transcurre con un talante mucho más civilizado que en el País Vasco, aunque quizá la xenofobia sea en ciertos casos un poco más agobiante… Como siempre, lo verdaderamente nocivo para la ciudadanía no es el nacionalismo de los nacionalistas, sino el remedo pseudonacionalista y vergonzante de los no nacionalistas que por oportunismo quieren imitarles e incluso en ocasiones superarles en casticismo idiosincrásico y peculiarismo declamatorio. Lo malo es que muchas veces, a fuerza de llevar careta para sacar ventaja de ser lo que no somos, se nos borra el rostro de lo que íntimamente creíamos ser…

Algún día se escribirá la historia de cómo el descentralizado y complaciente Estado de las autonomías terminó pervertido en un insostenible Estado de los nacionalismos. Tratando de apaciguar a los disgregadores y restarles argumentos, aceleró la disgregación y deslegitimó las instituciones que podrían contrarrestarla. Es cosa especialmente patente en algunos campos, por ejemplo en la educación. Ante la reforma educativa propuesta por el actual Ejecutivo, a la que por cierto pueden oponerse no pocas objeciones bien fundadas, el Gobierno vasco clama contra la «recentralización», que por lo visto es el mayor agravio contra ese tesoro inestimable que supone la educación «propia». Y el ministro del ramo, con escándalo virtuoso, protesta que de recentralización nada de nada, como si recentralizar lo que funciona mal descentralizado fuese un pecado contra el espíritu. Asumir con naturalidad que la educación tendría que hacer hincapié no sólo en la pluralidad de nuestro país –que es España, por cierto– sino también en los elementos comunes que debemos compartir y sin los cuales la ciudadanía resulta ilusoria o impotente se ha convertido en un ideal cuestionado. Algunos insisten en el federalismo como solución, mientras lo imposibilitan de hecho, porque la solución federal se basa en la lealtad al conjunto estatal y sólo sirve para juntar a quienes estando separados desean unirse, no a quienes ya juntos pretenden una coartada para separarse.

Lo más grave, a mi juicio, es que ni los separatistas ni quienes se les oponen resaltan que lo que se está proponiendo es una automutilación: es decir, que los catalanes independientes renunciarían a gran parte del país que ahora es suyo y del que son cogobernantes por medio de sus votos. Y, de igual modo, se privaría al resto de españoles de una parte esencial del Estado nacional del que son ciudadanos. Se ha dicho en otros contextos que lo pequeño es hermoso pero a nadie he escuchado que automutilarse sea engrandecedor…

Fernando Savater, EL CORREO, 30/9/12