Perseverare diabolicum

J. M. Ruiz Soroa, EL CORREO, 30/9/12

Adoptemos la palabra ‘federal’, dice Rubalcaba, y ya veremos luego lo que hay que cambiar

La reacción del Partido Socialista Obrero Español ante el desafío secesionista del nacionalismo catalán puede bien caracterizarse así: un pensamiento débil que lleva a una postura política anémica. La ausencia de una reflexión intelectual mínima de los socialistas se patentiza en su súbita reconversión a la defensa de un Estado federal, adoptada a prisa y corriendo y sin siquiera la más mínima concreción acerca de en cuáles contenidos relevantes (aparte del nombre, claro) se diferencia una federación del Estado autonómico hoy existente. Contenidos que sean relevantes para la cuestión que nos ocupa, que no es otra que la anunciada secesión de Cataluña por un supuesto maltrato del conjunto. ¿Es que por ventura en los Estados federales no rige el principio de igualdad ciudadana y de solidaridad interestatal, que es lo que impugna el secesionismo padano-catalán? ¿Es que la existencia de un Senado federal en el que los nacionalistas serían siempre minoría ayudaría en algo a integrarles? Da igual, dice Rubalcaba, adoptemos la palabra federal y ya veremos luego lo que hay que cambiar. Pensamiento profundo, sí señor.

Aunque en el fondo, la debilidad intelectual está, más que en esta conversión al nominalismo taumatúrgico de los socialistas, en la falta de reflexión sobre la historia reciente de nuestro Estado y de sus problemas con la organización territorial. Dicho de una manera deliberadamente simplificadora, el Estado español tiene dos tipos de problemas en este campo: uno de articulación y otro de integración. El de articulación es el de definir y establecer un sistema que, respetando la diversidad de sus partes, preserve la unidad eficiente del conjunto. El de integración consiste en la existencia de fuerzas políticas relevantes en ciertas regiones que no quieren formar parte de ese Estado en ningún caso, porque quieren uno propio. Son dos problemas distintos y distantes.

La Constitución de 1978 trajo la ilusión de que, por fin, España había encontrado un modo de articulación que produciría también la integración (el sueño de Azaña en 1931). Fue un breve sueño, porque los que no querían integrarse no se integraron. Y lo dijeron, alto y claro: no (el despertar de Ortega). Lo asombroso del caso es que, ante esta negativa, nuestros políticos, con los socialistas a la cabeza, se lanzaron a una permanente huida hacia delante en la que intentaban resolver el problema de integración mediante la modificación de la articulación. Treinta años de retocar, ampliar y desfigurar el sistema autonómico para ver si así los nacionalistas se integraban. Resultado: no se han integrado, desde luego, pero sí hemos conseguido tener un Estado desarticulado. O desconcertado. Ni integración ni articulación, todo un éxito histórico.

«Errare humanum est, perseverare diabolicum», decía un proverbio romano. Lo que podríamos traducir para nuestros socialistas como: hasta ahora puede haber sido un error, pero a estas alturas sería ya estupidez pura y dura. Por favor, no vuelvan a las andadas de toquetear la articulación, atrévanse a afrontar el desafío en sus propios términos. Dejen en paz el federalismo y hablen de lo que les pide la realidad: ¿secesión o unión? ¿Cuál y por qué?

Y como para hablar de ello se necesita un cierto grado de claridad, tanto de ideas como de procedimientos, lo que hoy toca es reflexionar sobre ambos aspectos y generar la política correspondiente, distinta de la fracasada hasta hoy.

En primer lugar, no se puede debatir entre demócratas sobre la opción ‘secesión-unión’ si una de las posibilidades está prohibida o fuera de la ley a priori. ¿Qué discusión puede haber si una de las opciones jamás podría ganar? Seamos serios, hay que admitir, pactar y regular la posibilidad de una secesión en España, precisamente para poder entonces discutirla. Y téngase en cuenta que quienes interiorizan de antemano una consulta a la sociedad como si fuera una derrota, y por ello intentan evitarla, están ya derrotados.

En segundo, para que la sociedad opte por la unión hace falta fundamentar esta elección en algo positivo. Los argumentos puramente reactivos son argumentos perdedores. Decir como hace la derecha que España es intocable ‘porque sí’, o ‘porque lo dice la Constitución’, o ‘porque el pueblo español lo decidió así hace treinta años’, es tanto como invocar la inevitabilidad histórica del ‘no puede ser’. Al que siempre se le podrá responder: ¿y por qué no puede ser? Y decir que la independencia ‘rompería la cohesión social’, como hace la izquierda usando de ese concepto fetiche y multiusos que tanto le gusta no resiste el más mínimo análisis: ¿por qué razón sería mayor la cohesión social de una sociedad que ya se divide en separatistas y unionistas de manera natural por el hecho de optar por una de las dos posibilidades? Digo yo que la cohesión (sea eso lo que sea) es la misma en ambos cuernos de la alternativa, la unión o la secesión, ninguna de ambas es por sí misma más cohesiva o descohesiva que la otra. Y no comentemos, porque da lástima, la teoría del «mal negocio» que últimamente ha puesto en circulación el socialismo vasco. No queremos la independencia porque es un mal negocio para los vascos, dicen. ¿Y si fuera buen negocio? ¿Optarían entonces por ella?

Dar el paso a un pensamiento y discurso positivos acerca de la unión entre los españoles les debe de costar mucho a los progresistas porque asocian ese paso con el nacionalismo español, y de eso al facherío no hay más que un suspiro, ¿verdad? Humildemente les sugeriría que lo analicen desde la teoría democrática y de sus exigencias, que profundicen en la idea de que un Estado plural respetuoso de sus minorías es de superior calidad democrática a un Estado mononacional que inevitablemente pretendería ‘construir’ nacionalmente a sus ciudadanos y, por ello, incurriría en el más atroz de los paternalismos. Que comprendan de una vez que el nacionalismo, todo nacionalismo, contiene en su núcleo dogmático un germen profundamente incompatible con la democracia. Que no por ser pacífico el nacionalismo es congruente con la teoría y la práctica democrática. Que una España articulada de manera que respeta la diferencia de todas sus nacionalidades y regiones pero sin renunciar a la igualdad de derechos ciudadanos de todos sus habitantes no es sólo una opción más, sino que es un ‘triunfo’ en la partida si se juega con las reglas de la democracia. No sean acomplejados, ser unionista es aquí y ahora mucho mejor –moralmente mejor– que ser secesionista. Si lo piensan, lo entenderán.

J. M. Ruiz Soroa, EL CORREO, 30/9/12