Autoritarismo o democracia

JOSEP RAMONEDA-EL PAÍS

  • No estamos en los años treinta, pero sí existe una consistente amenaza contra las libertades que une a regímenes y partidos de derechas y de izquierdas y que se propaga de un lado a otro del planeta

La victoria de Lula en Brasil es un alivio: por el hecho en sí —la derrota de Bolsonaro—, pero también por lo que significa de toma de conciencia, a derecha e izquierda, de la amenaza autoritaria que recorre el mundo. Lula ha construido su mayoría en alianza con sectores del centro y de la derecha liberal. Es decir, no todo el mundo económico está entregado a Bolsonaro ni dispuesto a contemporizar con el viento reaccionario que sopla desde diversos puntos. Pero un resultado tan ajustado es también una advertencia: el autoritarismo posdemocrático sigue ahí.

Las últimas semanas nos han dejado imágenes que son iconos de la amenaza autoritaria que recorre el planeta si no se consigue frustrar a tiempo los procesos en curso. Que futbolistas y otras figuras populares pidan sin ningún recato que el ejército intervenga para anular las elecciones brasileñas es un indicio inquietante del poder de arrastre del autoritarismo en amplios sectores de la población y de la creciente indiferencia con las libertades. Es la banalización del mal. ¿Por qué a las derechas y a las izquierdas democráticas se les está yendo el personal y cómo es posible que se asuma con aparente normalidad lo que está sucediendo? La historia está ahí para recordarnos qué ocurre cuando no se atienden o no se quieren atender las señales de alarma e incluso se intenta contemporizar con el peligro.

La estampa de los estáticos e inexpresivos miembros del congreso del Partido Comunista Chino, solo hombres vestidos de negro y sin otra forma de expresión que el aplauso cerrado que se convirtió en referencia del congreso del partido; la imagen de Giorgia Meloni en su toma de posesión, de riguroso oscuro, presentada como primer ministro conforme a sus instrucciones; el triunfo en Israel de la derecha más autoritaria, con el ultrarreaccionario partido Sionismo Religioso convertido en tercera fuerza, y, todo ello, con Putin de fondo dándole a los misiles, buscando condenar a los ucranios al frío y al hambre, componen un relato del presente que es mucho más que una señal de alarma. La política mundial está entrando en una deriva hacia el autoritarismo posdemocrático y nadie podrá alegar ignorancia. No pretendo decir que estamos en los años treinta, pero sí que hay una amenaza consistente contra las libertades que une al autoritarismo de derechas y de izquierdas y que se propaga de un lado a otro del planeta, contaminando ya directamente a las democracias liberales. Cuando veo a Emmanuel Macron acudiendo puntual a Roma a dar la bienvenida a Giorgia Meloni, me produce escalofrío. Es imposible no recordar las tentativas de apaciguamiento, de normalización del nazismo, que acabaron catastróficamente en su día.

El repertorio ideológico que une a este personal de orígenes y procedencias bien distintas está claro: autoritarismo, nacionalismo fundamentalista, consolidación del patriarcado como estructura de cualquier poder, regresión en derechos individuales y negacionismo sobre el cambio climático. Es lo que va de Bolsonaro a Xi Jinping, de Trump a Putin, de Meloni a Netanyahu. Y es evidente que hay que estar ciego ideológicamente para no querer ver el peligro de esta constelación. Entre otras cosas, porque responde a tendencias de fondo: la universalización del capitalismo con el paso del capitalismo industrial al capitalismo global y financiero. ¿Por qué estos discursos y las entelequias vestidas de promesa que les acompañan están arrastrando hacia proyectos violentos y autoritarios a sectores de votantes que votaban a las derechas liberales y a las izquierdas? Los partidos democráticos tienen que afrontar esta pregunta sin dilación.

En este sentido, la coalición de Lula podría ser indiciaria de un cambio en curso en el espacio político para romper con la oleada reaccionaria. En Brasil, Lula, su gente y algunos sectores moderados, que en su día fueron sus rivales, parecen haber entendido que, en la emergencia, el eje de la política no pasa por la oposición entre derechas e izquierdas, sino entre autoritarismo y democracia. Sectores del poder económico brasileño se han puesto del lado de las libertades, incorporándose al bloque del presidente. ¿Veremos trasladar esta lógica, poco a poco, a las democracias europeas como vía para la regresión del autoritarismo? En buena parte dependerá del camino que escojan los poderes económicos. Y, de momento, la radicalización de la derecha está al orden del día, y el polo autoritario gana capacidad de atracción.

De hecho, la regresión autoritaria está ya en España, donde el PP viene optando directamente por la vía de la confrontación. La llegada de Núñez Feijóo parecía abrir un punto de distensión. Pero, confirmando su condición de líder sin atributos precisos, empezó exhibiendo moderación y alguna señal de apertura a acuerdos con el Gobierno, pero no ha tardado en desdecirse por la vía del eterno recurso al demonio catalán para entregarse a la lógica del choque frontal, sin reparo en incumplir la Constitución, negándose a renovar el Poder Judicial para no perder peso en su seno (eterna promiscuidad entre política y justicia) y rindiéndose al iliberalismo de salón de Isabel Ayuso.