JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC

  • Demuéstrales feliz, occidental almea, señora del sarao y del Estado, que Putin, además de un listillo, es una fábrica de errores

Salta a la pista y olvida la cámara, vive tu vida e ignora las maledicencias. Te reprochan ¿qué? ¿Que con tanta fiesta el tiempo no te alcanza para cumplir con tus obligaciones? No consta que te pases el día de juerga, solo que los pesados del vídeo con el móvil están en todos sitios, que la filtración no podía ser más oportuna, que te han servido un plato de la típica especialidad rusa. El tiempo sí te alcanza para lo importante y has hecho lo que debes. Presentar la candidatura finlandesa a la OTAN es un acierto histórico que despeja de un plumazo los nubarrones crónicos del miedo. Al miedo se le mira de frente, se entiende lo que hay y se rompe el silencio timorato. Del mismo modo que no darle el premio Nobel a Borges fue una tradición sueca, el temor reverencial a la potencia contigua ha sido la tradición finlandesa, y tú, mandataria danzarina, te la has sacudido mientras lo pasabas en grande. Al expansionista que trafica con el terror y la intoxicación eso le habrá tenido que fastidiar. Se acabó el tragar, resuelves entre saludables contoneos, con el vecino gigante que convirtió a tu país en una lastimosa pero comprensible excepción durante la guerra fría.

El gigante, por engullir a otro vecino, ha desplegado su vieja crueldad homicida y está resuelto a poneros de rodillas al resto, sin contemplaciones, forzaros al triste papel de Estado tapón que tú no aceptas. Y haces bien. Te imaginamos moviendo el índice ante la cámara, entre contorsión y balanceo: no, Putin, no. Con una amplia sonrisa. Nada más que servidumbre conllevaría en vuestro caso prolongar la neutralidad. Mantenerse neutral ante la barbarie es como lo de nuestros equidistantes, pero en plan bestia. La geografía manda, te contaron un día, pero tú, coquetona, no compras ese conformismo tan cómodo, tan conveniente para los altos jerarcas que no bailan porque tienen cosas más vergonzosas que hacer.

Entre meneo y meneo, la primera ministra no se duerme ni se amilana, sigue el ritmo gachón mientras demuestra con asombrosa facilidad que ni geografías ni leches, que aquí la que manda es ella. A ver si va a resultar que estamos ante el último estadista socialdemócrata de Occidente. Dale a tu cuerpo alegría, Sanna Marin, y déjales bien claro a todos que rendirse al imperio de la geopolítica decimonónica y a la amenaza, aunque sea nuclear, sería tanto como renunciar a la política de valores que alumbró la Unión y que a día de hoy solo puede defender la OTAN. Demuéstrales feliz, occidental almea, señora del sarao y del Estado, que Putin, además de un listillo, es una fábrica de errores. Se ha equivocado en varios asuntos vitales: infravaloró la capacidad de resistencia de Ucrania incurriendo en un consabido error de los tiranos: despreciar a la nación que pretenden invadir; subestimó la entereza de ánimo de Europa creyendo que todos eran como Sánchez. Baila, Sanna, baila.