DAVID GISTAU – ABC – 10/11/15
· El engendro independentista también perdió, durante las últimas elecciones, su prestigio transversal.
Durante la última legislatura, en el Parlamento de la nación ocurrieron acontecimientos circenses. Hubo hasta mujeres desnudas, pero sobre todo diputados con sentido del «show» que buscaron un segundo de atención pública con el uso de todo tipo de camisetas, banderas y artefactos. Hubo uno que hizo un «strip-tease»: se lo aseguro, yo estaba allí. Me quedó de esa experiencia un gran pudor por la solemnidad parlamentaria por culpa del cual no me gustó el despliegue de banderas de la bancada popular, ayer, en el Parlamento local de Cataluña. No porque las banderas me contrariaran. Sino porque aquello se parecía demasiado al modo adolescente de llamar la atención que pasé una legislatura entera desdeñando en partidos residuales. Cuando el constitucionalismo no es residual en Cataluña.
No según las últimas elecciones, que acabaron para siempre con la apropiación de un único buen catalán por parte del nacionalismo. Lo cual fue provechoso también a este lado del río Ebro, donde quedó por fin matizado ese arquetipo odioso y merecedor de todo tipo de boicots con el que era asumida la unicidad nacionalista por las mismas personas que ahora quieren ver escarmentada a la sociedad catalana entera con el impago de sus necesidades.
El catalán no independentista es tan numeroso que ayer, en lugar de entrar al juego de flamear antagonismos patrióticos, sus representantes habrían formulado una protesta más eficaz marchándose todos del recinto y dejando atrás una osamenta sociológica más desoladora que el esqueleto de una ballena varada. Medio Parlamento vacío. Media Cataluña ausente mientras eran instrumentalizados himnos, símbolos y supuestos anhelos colectivos. Ahí tenéis vuestro plebiscito.
El engendro independentista también perdió, durante las últimas elecciones, su prestigio transversal. De hecho, están locos por colocar de presidente a un burgués convergente que sirva de coartada para simular la escora radical. Mientras tanto, es en el españolismo donde ha ido cuajando una transversalidad nueva aunque precaria, amenazada por la riña electoral, pero que de momento nos permite recrearnos con el descubrimiento de que la ley y la nación no son de izquierda o de derecha, sino que trascienden las siglas. En definitiva, de que la defensa de los principios fundacionales nos convierte en lo que sólo fuimos contra el terrorismo de ETA: una sociedad civil consciente de sí. Algo que debe sentir un presidente a cuya reacción han trasladado la culpa: como si la acción fuera inocente.
Quién le habría dicho a esta democracia fatigada prematuramente, corrompida, enfadada con su pasado, llena de desaliento y sometida a la amenaza de redentores oportunistas y de reminiscencias totalitarias, que de pronto encontraría un relato estimulante en su resistencia al ataque interior del independentismo. El que ha devuelto hasta un timbre épico a la palabra Constitución. Nos han hecho unidos y transversales cuando no había esperanza de volver a ser semejante cosa.
DAVID GISTAU – ABC – 10/11/15