ABC 16/08/16
EDURNE URIARTE
· No se trata de un problema de símbolos religiosos o de higiene o de seguridad. Se trata de libertad e igualdad de las mujeres
NO hay mayor contradicción del feminismo de izquierdas que ésta, la relativización de los símbolos de discriminación de las mujeres musulmanas. El burkini convertido en una prenda más, una mera forma de traje de baño, como el bikini, una opción de cada mujer que debemos respetar. Argumento habitual en cada polémica sobre la prohibición del velo, del burka o, ahora, del burkini por el ayuntamiento de Cannes y de otro municipio cercano. Tanto es así que el progresista «The New York Times» hasta se permitía este fin de semana la ironía y el desprecio sobre la prohibición en su titular de portada con eso de que Francia ha convertido el burkini en «la última amenaza a la seguridad». Humor que no imagino, y menos en portada de uno de los medios de referencia del mundo, sobre otras normas contra la igualdad de la mujer que los países occidentales han eliminado en las últimas décadas.
El peso de la extrema izquierda en una parte significativa del feminismo explica esta tremenda contradicción. Que nace de esa mezcla de multiculturalismo y antiimperialismo en el que hasta el burkini es aceptado como una opción respetable frente a los intentos de dominio de Occidente y sus valores. La ceguera antioccidental les lleva a sostener que las musulmanas se ponen el burkini porque les apetece, porque es su cultura, lo mismo que las occidentales el bikini. La libertad y la igualdad, las dos inmensas diferencias entre una prenda y otra, no les interesan. La libertad de las occidentales para ponerse el traje de baño que les da la gana y la igualdad para enseñar el cuerpo de la misma manera que los hombres frente a la opresión de las musulmanas de familias fundamentalistas para vestir obligatoriamente el burkini y la desigualdad para ocultar el cuerpo que ellos pueden enseñar.
Las ideas anteriores tienen tal influencia en Europa que hasta quienes se atreven a prohibir el burkini, como el ayuntamiento de Cannes, lo hacen con mala conciencia y, sobre todo, con un lío de ideas. Hay que reconocer que se lo han puesto fácil a «The New York Times» para la ironía. Porque el alcalde conservador de Niza, David Lisnard, no ha podido argumentar peor la prohibición, en la línea, por otra parte de todas las prohibiciones del velo y del burka. Por el secularismo francés, mal argumento que obligaría a prohibir cualquier símbolo religioso en la calle, por la higiene, se nos ocurren varias decenas de prohibiciones por higiene, y por orden público, por los desórdenes públicos que podría provocar la visión de esta prenda asociada al fundamentalismo islámico, quizá no más que los desórdenes públicos causados por las estrellas de cine en el Festival de Cannes, otra ironía con la que también le han respondido.
Y todo el lío de ideas anterior, también entre quienes tienen la personalidad para prohibir esta prenda, porque ni la derecha ni el feminismo liberal consiguen reunir el valor, la claridad y la determinación para explicar el significado del burkini: un símbolo de discriminación de las mujeres practicado por los musulmanes fundamentalistas. No se trata de un problema de símbolos religiosos o de higiene o de seguridad. Se trata de libertad e igualdad de las mujeres, también de las musulmanas en países donde libertad e igualdad son valores fundamentales. Y tampoco se trata de la religión musulmana frente a otras. Como ha dicho el alcalde de Cannes, y esto sí que lo ha expresado brillantemente, «el burkini es el uniforme del islamismo extremista, no de la religión musulmana».