Brindis

DAVID GISTAU-EL MUNDO

RESULTA violentísimo encontrarse con Otegui en un reportaje de prensa donde recibe trato de personaje del couché. De socialité que brinda y nos cuenta cuáles son sus recetas navideñas favoritas y cómo acostumbra a pasar las fiestas. Ya puestos, ¿por qué no lo ponen de esmoquin, sin capa española, a dar las campanadas de Año Nuevo con Cristina Pedroche? Veo, poco después, la posibilidad de pedirle que presente un telemaratón solidario, algo que arroje compasión al Tercer Mundo y que por supuesto excluya a los huérfanos de la Guardia Civil, no se trata de hacerle sentir incómodo.

A Otegui ya lo habíamos visto recibido en Barcelona como un ídolo del rock junto al cual la juventud se hacía selfis. Pero aquello no dejaba de ser una distorsión política comprensible según los códigos morales y el odio antiespañol del independentismo que ya se había vuelto febril y profesaba admiración por los «desfranquizadores» que pide Torra y que Iglesias dijo haber detectado únicamente en ETA, representativa para él de la izquierda no entregada a la engañifa fascista de la Transición.

Pero esto es otra cosa. Un periódico integrado, vertebrador, de raigambre burguesa, cuyos ejecutivos y periodistas sufrieron también la amenaza terrorista, considera que no ofende su propia memoria ni a sus lectores por el hecho de sacar a Otegui convertido en un simpático personaje social cuya Nochebuena ha de interesarnos más que la de la familia rota de cualquier asesinado por ETA. Tampoco encuentra reparos a esa compañía, en ambiente de villancicos, Idoia Mendía, secretaria general de un partido que combatió a ETA y aportó muertos dramáticos, espantosos, abatidos junto a sus hijos, al abrir la puerta de casa, en el garaje, en las calles del barrio. Si es verdad que a un partido político lo define la calidad de las personas que encuentran una razón moral para no militar en él, la baja solicitada por José María Múgica, hijo del asesinado Fernando, es suficientemente significativa. Advierte de la mutación de principios socialista, que empezó con la infausta experiencia de Zapatero y se ha vuelto delirante con Sánchez, y de un intento de reorganización social donde la distribución de apocalípticos e integrados, de demócratas fetén y monstruos a los que aislar, no puede sino inspirar repugnancia. Si la nueva Transición aboca a un concepto de democracia donde Otegui representa lo central y el espíritu de las fiestas, por favor, agreguen mi firma a la de Múgica para darme de baja de todo en general.