EL CORREO 02/03/15
TONIA ETXARRI
· El PNV sigue sin entender por qué el presidente Rajoy le trata con tanta indiferencia
Si, como sostienen los sicólogos, echar la culpa a otro de los errores propios refleja una actitud infantil, habrá que concluir que la política está llena de líderes inmaduros. Unos líderes que, con tal de huir de sus responsabilidades, prefieren caer en el círculo vicioso de las quejas para acabar fomentando el victimismo, una baza tan hábil por otra parte, cuando se trata de movilizar el voto.
Lo estamos viendo en el Gobierno griego, cuyo presidente Tsipras, incapaz de explicar a quienes le votaron que ha tenido que darse un baño de realidad y no puede cumplir con sus promesas electorales, ha preferido echar la culpa de su situación a España y Portugal. Pero en nuestro país, estas ‘piezas’ también abundan. En el PP, para explicar los sacrificios que hemos tenido que hacer para superar la recesión, se remiten a la herencia negra que dejó el PSOE. Los socialistas, por su parte, cambian de candidato en Madrid por el arte de birlibirloque que nada tiene que ver con la higiénica y transparente costumbre de convocar elecciones primarias. Sin hablar ni con insinuaciones del manto de corruptela que parecía envolver al candidato depuesto. Pero la víctima del ‘golpe de mano’ se defiende diciendo que los sobrecostes del tranvía por los que está siendo investigado, fueron obra del PP.
En IU, incapaces de reaccionar ante la OPA hostil que les han lanzado desde Podemos también arremeten contra la derecha en general y contra el capitalismo en particular. En UPyD, nerviosos por el ‘meneo’ que les está dando Ciudadanos en las encuestas, presumiendo de regeneración democrática después de haber «purgado» al eurodiputado Sosa Wagner. Y así hasta que se cierre el círculo.
En Euskadi, el PNV se quedó ‘trasquilado’ al comprobar, en el debate del estado de la nación, que su influencia va perdiendo enteros. Pero, en lugar de asimilar que le quedan pocas pancartas a las que aferrarse, ahora que el terrorismo ya no existe como elemento de presión y su apuesta por el soberanismo es mucho más ligth que la puesta en escena de los nacionalistas catalanes, achaca su irrelevancia en la política española al «inmovilismo» de Rajoy. Y como en política cualquier situación es mejor que la indiferencia, el presidente del PNV ha querido bajar este fin de semana al «cuerpo a cuerpo» en la batalla de Vitoria. Que es electoral, como todo el mundo sabe. Una capital clave, hoy por hoy, de contrapunto constitucional frente al poder del PNV en Bizkaia y la expansión de EH Bildu en Gipuzkoa.
Una capital en donde las encuestas siguen dando la razón a su alcalde Javier Maroto (PP) en su cruzada contra el abuso y el fraude de algunos colectivos de inmigrantes en las ayudas sociales. De la disputa por la Alcaldía vitoriana, nadie quiere sentirse excluido. Y si la socialista Idoia Mendia llama «racista» al actual alcalde popular, Andoni Ortuzar señala al PP como un partido «que siempre echa la culpa a los demás de sus propios fracasos».
Pero el PNV tampoco puede presumir de no promover la misma treta que denuncia de los demás. Se ha pasado la vida practicando el victimismo. Y le ha ido bien, desde luego. Su plan, desde la noche de los tiempos, ha sido el de echar la culpa a «Madrid». El lehendakari Urkullu ha modulado las formas y no cae en la burda pantomima de los nacionalistas catalanes apuntándose al «Espanya ens roba» pero sigue sin entender por qué su mandato está pasando sin pena ni gloria en la política española.
Cuando le recibió Mariano Rajoy el pasado mes de septiembre, hablaron de muchas cosas. Pero el lehendakari aprovechó la situación para entregar al presidente del Gobierno un informe del colectivo de familiares de presos de ETA. Hizo, para indignación de las víctimas, de emisario del colectivo Etxerat, al que recibió la semana pasada. Justo cinco días después de que hubiera homenajeado, con toda la solemnidad de una declaración institucional, a tres víctimas del terrorismo de ETA. Las familias de Buesa, Díez y Recalde poco podían imaginar que Urkullu iba a recibir oficialmente al colectivo de Etxerat. A las víctimas les sigue pareciendo perverso comparar el sufrimiento de quienes tienen que hacer centenares de kilómetros para visitar a sus familiares presos con el de quienes tienen que visitar a los suyos en los cementerios porque ETA les quitó la vida.
Circula por ahí el documental ‘1980’ de Iñaki Arteta con la historia de la banda, que tan sólo ese año mató a 98 personas y secuestró a otras 22. No se puede ver en la televisión pública vasca porque no ha querido emitirlo. Pero se ha proyectado en algunas salas de cine. Se trata de un documental imprescindible para que no olvidemos lo que fue la guerra ideológica que llevaron a cabo nuestros fundamentalistas particulares. También acaba de presentarse el libro ‘Agujeros del sistema’. La historia de los trescientos asesinatos de ETA sin resolver, del director de comunicación de Covite, en donde se plasma con toda crudeza la orfandad política de las víctimas que siguen reclamando justicia.
Etxerat no denuncia otra cosa que «la violencia del Estado» contra los presos. Su reunión con el lehendakari ha indignado a los colectivos de víctimas del terrorismo. Ellas también serán convocadas por Urkullu para dentro de unos meses porque es donde se quiere situar el lehendakari. En la equidistancia entre dos bandos que nunca existieron. Pero tendrá que irse decantando. Entre los llamados presos «políticos» y los presos «terroristas» no cabe un punto intermedio.