- Desde el momento que el pasado se convierte en un arma estamos todos sujetos al arbitrio de los tiradores
Nos han ido metiendo en una batalla sobre la memoria, lo que significa un abandono flagrante de las consecuencias de un presente borrascoso para dejar paso a lo personal e íntimo, la memoria. Desde el momento que el pasado se convierte en un arma estamos todos sujetos al arbitrio de los tiradores. Si partimos de la evidencia de que la memoria siempre es conservadora, y en ocasiones reaccionaria, nos enfrentamos a un discurso en el que se mezclan las identidades, los odios aletargados y la venganza. Cuando en la vida política entra como elemento primordial una supuesta memoria colectiva estamos jugando con cartas marcadas. El franquismo y el fascismo forman parte de la memoria instrumental de una generación para la que se trata de una historia de abuelos.
Mientras existan millares de personas para quienes franquismo y fascismo son experiencia vividas y sufridas, la estafa ideológica de quien tiene que llenar su mochila ideológica en base a la memoria, debe ser consciente de que está tratando de engañar al personal sobre un presente del que se beneficia y al que no es capaz de abordar políticamente. Ningún resumen mejor de esta falacia que la equivalencia que proclamó Pablo Iglesias Turrión mezclando la diáspora republicana derrotada con la fuga de Puigdemont. Cuando la memoria se vuelve instrumental vale todo para defender sus posiciones.
Este exordio sin pretensiones teóricas es el reflejo personal de un hallazgo incontrovertible. Estoy hasta los huevos de la Memoria Histórica, y doblemente si se la barniza como Memoria Histórica Democrática. Los más conspicuos barnizadores de la memoria llegaron a formar escuela durante el período de Stalin y están de rabiosa actualidad a izquierda y derecha. Cabe reconocer que los imitadores, incluso los precursores, no alcanzaron aquel grado de descaro y eficacia y criminalidad.
Entre las insolentes propuestas de una futura ley sobre Memoria Democrática debe figurar la de Esquerra Republicana de Cataluña que aspira a reivindicar las víctimas de la Guerra del Rif, o la del nacionalismo vasco que pide revisar el Abrazo de Vergara (1839). Por si fuera poco la Generalitat acaba de nombrar como director de esa supuesta Memoria Democrática en Cataluña a Vicent Villatoro, un veterano plumilla de “el Padrino” -hasta hicieron un libro juntos-, como si se tratara de confirmar lo que entiende el catalanismo, corrupto e impune, por memoria y más aún democrática. Mejor acordarse del victimario de la guerra marroquí en el Rif que de las extorsiones del presente en el Palau, en la “familia modelo” o en la mafia empoderada en torno al independentismo.
La Generalitat acaba de nombrar como director de esa supuesta Memoria Democrática en Cataluña a Vicent Villatoro, un veterano plumilla de “el Padrino” -hasta hicieron un libro juntos-, como si se tratara de confirmar lo que entiende el catalanismo, corrupto e impune, por memoria y más aún democrática
Mientras, se van yendo un puñado de cadáveres excelentes, que fueron algo notable en esa otra época que ahora queda fuera de los exhumadores de esencias. Apenas unas reseñas para seguir la aguda sentencia del siniestro Rubalcaba: “España es un país donde se entierra muy bien”. Se fue Mikel Azurmendi, antropólogo de fuste, al que se le cruzó ETA en su vida, primero como activista en los primeros años de la organización, luego en el exilio, por fin en democracia. Su vida se volvió una tortura cuando un grupo de encapuchados le exigieron que dejara de dar su clase en la universidad de San Sebastián porque ellos habían decretado huelga. Se negó y pasaron a colgarle un gato muerto en la puerta de su casa y luego a intentar asesinarle. Se exilió del País Vasco y acabó aceptando un Foro Social para la Emigración que le ofreció Aznar. No le seguí la pista, pero volvió a sus cursos universitarios y se acercó al cristianismo en la etapa final de su vida.
¿Quién hoy recuerda o sabe quién fue Martínez Sarrión? Pues un poeta notable y mejor aún crítico brillante, traductor de Baudelaire y autor de memorias muy valiosas sobre los años del cólera, “Jazz y días de lluvia”, por ejemplo. “El Moderno”, le apodó el novelista Juan Benet, al que frecuentaba. Castellet lo metió entre los “Novísimos” y así se fue despidiendo, funcionario del Estado, con su humor sarcástico, su locuacidad y su buena educación de cadáver exquisito.
Difícil escribir sobre Alfonso Sastre. Mi primera y última conversación no llegó a los postres. Quería que me explicara el atentado de ETA en la Cafetería Rolando -12 muertos– en el que tanto él como su mujer, Eva Forest, colaboraron con los terroristas. “¿Me parece estar hablando con un policía?”. Ahí terminó el encuentro. Luego se fue a Fuenterrabía y montó gracias a Herri Batasuna la editorial Hiru y se quedó con ellos hasta que la muerte los separó. Nunca aprecié la obra teatral de Sastre -ayudé en el montaje de “Guillermo Tell tiene los ojos tristes”, que me parece infumable-, menos aún sus ensayos político-literarios. Sé de la inquietud de Peter Weis, que nunca congenió con él. Hombre oscuro y limitado, en la obra y en la vida, no así su mujer, la que bien merecería un relato pormenorizado, que trabajó de enfermera con psiquiatras tan contrapuestos como López Ibor y el escritor Martín Santos, pasando luego por las instituciones de la Cuba de Fidel hasta acabar en trágicas operaciones con Herri Batasuna y ETA. La feminista Lidia Falcón fue una de las víctimas de sus andanzas.
Sé de la inquietud de Peter Weis, que nunca congenió con él. Hombre oscuro y limitado, en la obra y en la vida, no así su mujer, la que bien merecería un relato pormenorizado, que trabajó de enfermera con psiquiatras tan contrapuestos como López Ibor y el escritor Martín Santos
De todas las muertes la más simbólica de esa época que se va desvaneciendo en el tiempo y a la que estos ansiosos instrumentistas de la presunta memoria histórica están cubriendo de abandono, ninguna más significativa que la de Mario Camus. Discreto como un sastre -su padre ejerció de tal en Santander-, marido prolífico, modesto e introvertido como acostumbran a ser sus vecinos del Valle del Pas. Hizo de todo; siete hijos, mucho cine comestible, más aún televisión, un centón de guiones, documentales publicitarios, todo lo que le ofrecían para echar adelante una familia numerosa. Logró la gloria en forma de beneficios, al fin, con Los Santos Inocentes adaptando a Delibes. Yo me quedo con el Mario Camus escritor, por brillante y poco leído. Sus cuentos cortos, compilados en “29 relatos”. Quizá un homenaje a su íntimo amigo el malogrado Ignacio Aldecoa.
A los inventores de nuestra doméstica memoria instrumental yo les animaría a ver un filme de vago recuerdo, cuya peripecia marca la diferencia entre otra época y otra generación. “Sombras en una batalla”, una película de Camus dedicada sobriamente a Eduardo, nada más. Bajo ese recordatorio estaba Moreno Bergareche “Pertur”, el asesinado dirigente de ETA político-militar, que desapareció en una playa de Francia tras manifestar a dos líderes de la facción más violenta, que había llegado el momento de dejar el terrorismo. Tenía 26 años. Infelices cadáveres excelentes.