Campanas de Marzo

ABC – 12/03/16 – IGNACIO CAMACHO

· El repique de Madrid fue un concierto aéreo de metal pesado que contenía la evocación funeral de una derrota colectiva.

En Madrid, esa «ciudad impía» de Sabina, hay muchas iglesias y muy activas, pero en conjunto no tienen el peso histórico, monumental y hasta turístico de capitales como París o Roma; la impronta que las antiguas demarcaciones parroquiales, que en Andalucía se llaman collaciones, suelen conservar en la vida de las urbes provinciales deja poca huella en la enorme estructura metropolitana. En Madrid, por ejemplo, no es fácil oír campanas, ese sonido que asocia la memoria colectiva al tiempo en que las torres de templos, capillas y conventos marcaban el ritmo de la población civil. Ayer, sin embargo, el amanecer capitalino fue un repique unánime, un concierto aéreo de metal pesado que volteaba en la fresca atmósfera la proclamación de una efeméride. Las campanas no tocaban a muerto, pero su volteo contenía una evocación funeral, un escalofrío de remembranza trágica. Porque ayer era 11 de marzo.

Esa fecha es una cicatriz que surca no sólo la piel cuarteada de la vieja Corte, sino toda la conciencia sentimental de la España contemporánea. El tiempo amortigua el dolor y cose las heridas, pero no hay modo de disimular los muñones morales que dejaron en la nación las malditas bombas de Atocha. Porque fue el día siniestro en que el terrorismo logró quebrar la unidad política y social de un país que se había acostumbrado a resistirlo desde la entereza. El día en que el espíritu de Ermua se quebró encogido ante una marea de reproches, mentiras, pánico y queja. El día en que los españoles nos sacamos el peor autorretrato de las últimas décadas.

Todo lo que pasó entonces y después debería movernos a la vergüenza. Nadie ni nada estuvo a la altura que requería una sociedad madurada en aciagas experiencias compartidas. El Gobierno que manejó una situación crítica con una mezcla de engaño y torpeza. La oposición que utilizó el dolor como combustible ventajista de una hoguera de odio. Nosotros, los ciudadanos, que nos dejamos envolver por un miedo visceral, insolidario, pusilánime, cainita. Los medios, ciertos medios, que prolongaron la psicosis en una larga conjetura de conspiraciones de diseño. Incluso las víctimas, divididas en su razón legítima y esencial por insalvables brechas ideológicas. Y ya nunca hemos sido capaces de mirar el terrorismo con la acorde determinación con que lo hacíamos hasta aquel día.

Por eso las campanas de Madrid provocaban en el alma una cosquilla amarga. Por los muertos, claro, tal vez los únicos inocentes; pero también por la certidumbre de que aquellas horas fueron el gozne sobre el que giró la historia de España. Esta desestructuración de la convivencia, esta labilidad moral, este abismo trincherizo, son el fruto de la semilla desparramada por los demonios que liberaron las explosiones de los trenes. La secuela tardía de las jornadas de la ira. El desenlace diferido de una derrota provocada por nosotros mismos.

ABC – 12/03/16 – IGNACIO CAMACHO