CAMPO DE AGRAMANTE

ABC-IGNACIO CAMACHO

Sediciosos, antisistemas y populistas varios: este Congreso gamberro y fragmentado presagia un caos balcánico

Atal sociedad, tales políticos y a tales políticos, tal Parlamento. El espectáculo de ayer, tan cansino por reiterado, es el resultado de lo que votamos: una mezcla de incompetentes, exaltados, irresponsables y gamberros, que a su vez son el reflejo de la sagrada voluntad del pueblo. Causa y efecto. A menudo le echamos la culpa al sistema electoral para excusar la nuestra, pero hoy existe un caudal informativo suficiente para que nadie se llame a escándalo ni a sorpresa; conocemos de sobra a quienes nos representan. Y con esa misma ley ha habido en el Congreso jabalíes y rufianes, pero también dirigentes brillantes, juiciosos, capaces, e incluso diputados radicales que sabían mostrar respeto por los procedimientos formales. Quizá porque los partidos que los proponían y los ciudadanos que los elegíamos usábamos otro filtro moral, intelectual y político, un mecanismo de selección distinto. Ahora todos hemos cambiado, y este hemiciclo de docena y media de partidos, esperpéntico, tumultuoso, frívolo, no es más que la expresión de nuestros valores colectivos. Da pena decirlo pero nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Lo de menos es la pelea por los puestos de la Mesa, los intentos sectarios de cordones de exclusión, las camisetas parlantes o el forcejeo adolescente por los asientos. Eso forma parte de un rito de endogamia partitocrática y exhibicionismo mediático, como el circo irritante de los juramentos, y es el símbolo de la tendencia antisistema de una buena parte de los electos. Porque lo realmente inquietante es que un tercio de la Cámara, 116 congresistas de diversos bandos, está compuesto por adversarios declarados de la Constitución que les permite ocupar sus escaños. No es que pretendan reformarla sino que aspiran a «hacer saltar su candado» o a destruir sus fundamentos a hachazos como quien tala un árbol. Los más moderados de ellos proponen la demolición de las autonomías; el resto ataca la soberanía nacional y la economía de mercado, defiende la autodeterminación o cuestiona el régimen monárquico, lo que en conjunto viene a suponer la demolición del vigente modelo de Estado. Súmese la presencia de legatarios etarras y de extremistas catalanes que incendian calles encapuchados, más la creciente irrupción de partiditos provincianos, y sale un cuadro extravagante que va del mamarracho pintoresco al caos balcánico

Y hay algo peor: que ese campo de Agramante, esa amalgama de agitadores sediciosos y tribunos populistas tiene pinta de ser la base sobre la que el presidente Sánchez se afana en asentar una mayoría. Y que esa inclinación desestabilizadora achica el territorio constitucionalista convirtiéndolo en una parcela cada vez más exigua. Más de una democracia se ha autodestruido cuando sus élites políticas y su ciudadanía banalizaron sus reglas de convivencia creyendo vivir una liberación festiva.