Jon Juaristi-ABC

  • O de cuando la insustancialidad del poder ya no tiene gracia

Según el Diccionario de la RAE, el verbo cantinflear, un americanismo coloquial muy corriente en México y Cuba, vale por «hablar o actuar de forma disparatada e incongruente y sin decir nada de sustancia». Su etimología epónima, Cantinflas, fue, como es sabido, el nombre artístico del actor mexicano Mario Moreno (1911-1993), el mayor talento cómico del siglo XX en opinión de Charles Chaplin.

Cantinflas no desmereció de tal elogio. A Charlot, pese al estupendo canto del cisne que fue «El gran dictador», lo retiró de escena el advenimiento del cine sonoro. Sin duda, Cantinflas poseía una gestualidad y una figura tan originales e inconfundibles como las de aquel, pero su eficacia cómica estribaba en la palabra. Y en ella, en

lo que Carlos Monsiváis llamó «la manipulación verbal del caos», Cantinflas no tuvo rival en el mundo de lengua española. Ni fuera de él.

En cuanto a lo de la falta de sustancia a que se refiere la definición del DRAE, creo que, paradójicamente, no se podría aplicar a Cantinflas. Monsiváis dio la clave de esa imposibilidad al final su discurso de recepción del Premio Juan Rulfo de 2007, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México): «Cantinflas fue y sigue siendo un gran mago de la pérdida de las alusiones. Esta obligación de cantinflear se revela en lo que un exjefe de Comunicación de la Casa Blanca, Michael Deaver, explicó al entrevistador Bill Moyers: el presidente Reagan nunca dijo algo sustancioso porque el público que él quería alcanzar se impacientaba con lo sustancial».

Eso de lo sustancial es muy importante en culturas poco dadas a la retórica, como la castellana. Para los de Bilbao, que somos de lo más castellano que hay, «insustancial» viene a ser lo peor de lo peor, gente «sin fuste» o de «poco fuste» (otras expresiones peyorativas muy bilbaínas). A mayor verbosidad, más riesgo de incurrir en la falta de sustancia, pensaban, con bastante razón, los castellanos viejos, y por eso medían sus palabras. Lo que captó Cantinflas con la intuición genial de un escuincle de Tepito (escuincle es puritito español mexicano) fue la insustancialidad constitutiva del discurso político. El de los políticos de su país, claro está, fue su referencia más cercana.

A la muerte de Mario Moreno, Enrique Krauze publicó un breve obituario, «México en Cantinflas», que concluía así: «Los merolicos de la política en los años treinta (y en todos los años) caben en este discurso muy discursivo de ese gran discurseador». Merolico, o sea, «charlatán», es tan legítimamente español como escuincle («chaval») o bolero («limpiabotas»). Eran términos que Cantinflas utilizaba a menudo en su magnífica variedad de nuestra lengua común cuando parodiaba la insustancialidad izquierdista del PRI y de sus sindicatos asimismo revolucionarios e institucionales.

En eso tenía razón Kauze: los charlatanes de la política, y sobre todo los que parlotean en nuestra lengua, mexicanos o no, imitaron, imitan e imitarán siempre, sean o no conscientes de ello, las grandiosas payasadas de Cantinflas, pero de una manera estúpida y banal que ni siquiera mueve a risa, pues todos sus discursos posibles ya han comparecido de forma inimitable en el discurso muy discursivo de aquel gran discurseador. Propongo a los lectores un sencillo experimento. Tras repasar un par de películas de Cantinflas (casi todas están disponibles en internet), pónganse a ver la siguiente comparecencia televisiva del doctorsito Sánchez y colóquenle con la imaginación, pues eso sí nomás, antes de se nos enmascare con una mascarilla mascarosa, sendas porciones bigotudas de bigote ralo sobre cada comisura de la bocota. Y ya me dirán, mis cuates.