Carmen Iglesias: Razón y sentimiento en el siglo XVIII

 

La gran obra de Carmen Iglesias Razón y sentimiento en el siglo XVIII, nos entrega las claves de su pensamiento a partir del examen de dos grandes figuras de la Ilustración: Rousseau y Montesquieu. Iglesias ve en los autores de El contrato social y de El espíritu de las leyes una suerte de parteaguas del pensamiento político moderno, la urdimbre de un «conglomerado heredado» que se deposita en el presente.

Editorial:REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA
Madrid 1999, 2001
Precio: 11,42 €
464 pgs
ISBN: 8489512833

Rousseau es el pensador de la fuerza emocional, el promotor de la sociedad justa e igualitaria, pero al precio de la homogeneidad. Es el hombre que exige unidad, pero no deja espacio para otros modelos en competencia con el que, más que hacernos libres, nos obliga a ser libres. De allí que la visión rousseauniana haya sido germen negativo tanto de totalitarismos que nos imponen una sola versión necesaria de la libertad como germen positivo de todo un movimiento literario y artístico, el romanticismo y su ambición de recuperar la unidad perdida. Quizás fuera el romanticismo la última gran revolución cultural, pues va de la Nueva Eloísa, de Rousseau, y el Werther, de Goethe, en el siglo XVIII al movimiento surrealista y la proclama de André Breton: encontrar la región del espíritu donde cesan las contradicciones, en el siglo XX.

En cambio, Montesquieu, tal y como, lúcidamente, lo estudia Carmen Iglesias, es el filósofo de la pluralidad y de la moderación, pero sin excluir el problema de la contradicción entre normas éticas y hechos políticos. Estudiando a Montesquieu, Carmen Iglesias nos obliga a pensar en profundidad el tema de los límites del poder a través de la articulación de ética y política a fin de conducirnos a la pregunta esencial: ¿cómo es posible la convivencia humana?

La crítica de la aspiración romántica la hizo en su momento Adorno: la recuperación de la totalidad puede conducirnos al totalitarismo. Una humanidad liberada no sería una humanidad total, sino una humanidad que gana la diversidad, y la respeta.

Carmen Iglesias nos recuerda que los regímenes totalitarios contienen el germen de su propia destrucción: de Moctezuma a Hitler, una sociedad sin crítica y disentimiento conduce al derrumbe político. De allí la importancia que Carmen Iglesias atribuye a la tradición y a la palabra.

Tradición: nadie escapa a su propia sombra. El conocimiento de las obras del pasado contribuye a una mejor comprensión de la realidad del presente. Pero a la inversa, los debates de nuestra época sirven para interpretar el pasado. La idea dinámica que Carmen Iglesias se hace de la tradición nos sirve para combatir dos nociones a mi entender perniciosas, pero, como toda idea simplista, atractivas, porque un lema fácil nos dispensa de un pensar difícil.

El primer lema es el supuesto choque de civilizaciones propuesto por Huntington. Pregunta: ¿cuándo no han chocado las civilizaciones y cuándo, al chocar, no se han fundido unas en otras, creando identidades nuevas y más ricas? ¿Francia sería Francia si sólo fuese la cultura gala original de Vercingetórix (y Astérix) y no, además, la cultura latina de César y Virgilio?

¿España sería España sin sus tradiciones pluralistas, celtíberas, fenicias, griegas, romanas, árabes, judías y godas, todas resultado positivo de choques civilizatorios? ¿Iberoamérica sería Iberoamérica sin su triple tradición indígena, negra y europea, sin olvidar que a través de España y Portugal somos también culturas mediterráneas?

El choque de civilizaciones actual se nos propone como ideología de combate y de miedo: combate de islam contra Occidente y miedo de Occidente al islam. Si una sola gran potencia, los EE UU, define quiénes son los buenos y quiénes los malos del melodrama histórico, con ello se eleva al nivel del maniqueísmo internacional vigente una pugna interna al mundo islámico mismo, entre conservadores y renovadores dentro de cada país del inmenso arco cultural que va de Argelia a Irán. Éste no es un choque de civilizaciones entre islam y Occidente. Es una transformación interna de los regímenes islámicos, que sólo puede ser perturbada, deformada e interrumpida por actos bélicos injustificados desde e1 exterior, ocupaciones neocoloniales e ignorancia de las realidades culturales del terreno.

(…)
A la otra teoría en boga -el fin de la historia de Fukuyama-, Carmen Iglesias contesta con vigor: quienes nos hablan del fin de la historia lo hacen con el propósito de vendernos otra historia, la suya, no la nuestra.

La historia es dolorosa, nos dice Carmen Iglesias, pero su pérdida puede serlo aún más. Sin la memoria del pasado, no tendríamos futuro. Y sin un proyecto de futuro, perderíamos la memoria del pasado. Es decir, la historia es un flujo continuo y en ella no hay éxitos ni fracasos definitivos, sino un conjunto de acontecimientos humanos en los que el azar y la necesidad obligan a seres humanos concretos, en cada época, a responder a los desafíos históricos con los instrumentos que las culturas les proporcionan.

Carlos Fuentes, EL PAÍS 25/2/2004