Carne de cañón (electoral)

Ignacio Camacho-ABC

  • Sánchez ha perdido el sitio en la polémica ganadera. La derecha le ha madrugado el marco de la campaña castellanoleonesa

Por una vez, la primera en mucho tiempo, el PP ha logrado abrir una brecha en el flanco del adversario. Ha sabido crear en torno a la polémica de la carne un frente social amplio ante el que los dos partidos del Gobierno, sobre todo el PSOE, se sienten descolocados y Vox tiene dificultades para abrirse espacio. La campaña en Castilla y León, donde las previsiones eran de entrada favorables a la derecha, discurre ahora en un marco aún más favorable a su estrategia, en la que alguien parece haber puesto al fin coordinación de mensajes, unidad de actuaciones y una línea de coherencia sobre un tema de fácil comprensión para las clases medias. Los socialistas se han quedado sin banderas: la de los ganaderos y los consumidores la agitan los populares y Podemos se aferra a la del ecologismo de izquierdas en un intento improbable de enderezar su pésima proyección en las encuestas. El sanchismo ha extraviado la iniciativa al punto de que cada movimiento que hace (o que no hace) le perjudica: o se enfrenta con su principal aliado o se pliega demostrando debilidad política. Los problemas para encontrar una posición defensiva le han convertido la situación en una pesadilla, un atolladero sin salida.

La clave de la operación es que ha puesto a Sánchez en una disyuntiva incómoda ante la que cualquier opción que tome resulta perdedora, tanto si destituye a Garzón como si lo apoya. Y no hay vías intermedias porque la presión del rival impide que la crisis pueda resolverse sola. Ha perdido el sitio en el debate; en los momentos iniciales menospreció su impacto en la calle, dejó crecer el ruido y cuando quiso ponerle sordina era tarde. Le han madrugado el ‘frame’, el argumento base sobre el que se discurren las contiendas electorales, y sus cambios de opinión y de táctica sólo han conseguido poner de manifiesto sus debilidades. Además, al escindirse en torno al desaguisado del ministro el Gabinete se ha abierto una grieta a sí mismo. Se ha metido en un lío del que no puede escapar sin incrementar la importancia del conflicto.

En este contexto las elecciones de febrero tienen toda la traza de un paseo de Mañueco. Su partido ha planteado con éxito una batalla cultural sin necesidad de recurrir a los improperios: la izquierda urbanita, incompetente y pija, frente al campo y su esfuerzo de supervivencia en un medio físico hostil y un clima social adverso. No era complicado después de que Garzón dejase la carambola como las de Fernando VII: sólo había que empujar las bolas para dentro, aunque el PP haya adornado la jugada con toques de populismo superfluo. La réplica ha sido nefasta. El Ejecutivo, confundido por sus malas expectativas, ha caído en la trampa enredándose en una pugna interna aciaga. Se va a plantar ante las urnas castellanas como una banda (ojo a la polisemia de la palabra) tocando sin director ni partitura una melodía desafinada.