Juan F. Arza-Vozpópuli
- Un centro derecha constitucionalista unido y articulado sería capaz de recuperar en Cataluña sus mejores cotas electorales, acercándose al 15% del voto
En Cataluña, más incluso que en el resto de España, queda mal decir que eres de derechas. En la escala de autoubicación ideológica del CIS, en la que un uno representa la extrema izquierda y un diez la extrema derecha, aproximadamente el 60% de los catalanes se ubica entre el uno y el cuatro, mientras sólo un 20% se ubica entre el seis y el diez. Puede que haya mucha hipocresía en esos datos, pero son reveladores de quien detenta la hegemonía.
El auge del independentismo se confunde con otro fenómeno de igual o mayor importancia: el progresivo arrinconamiento de las ideas liberales y conservadoras. La Cataluña emprendedora, partidaria del comercio y la solidez institucional está siendo derrotada por la Cataluña intervencionista, populista y partidaria de la ruptura. La prometida “Dinamarca del Mediterráneo” va camino de convertirse en la “Argentina del Mediterráneo”.
Al igual que ocurre en otras sociedades occidentales polarizadas, la izquierda ha copado la academia, los medios de comunicación y el mundo de la cultura. La nueva clerecía predica casi unánimemente el credo progresista: multiculturalismo, feminismo, igualitarismo, democracia directa. Puede que también haya mucha hipocresía en ese izquierdismo de iPhone y Netflix, pero produce políticas lesivas y causa daños reales.
El PP podría haber representado una alternativa, pero sus debilidades organizativas, los problemas de corrupción nacionales y la inexplicable pasividad del Gobierno Rajoy ante el desafío separatista lo impidieron
Los dirigentes de la extinta CiU son los principales culpables de la situación descrita. La coalición catalanista traicionó su ideario conservador y pactista para acabar literalmente abrazada a radicales antisistema. Artur Mas y su camarilla destruyeron (¿para siempre?) el espacio del catalanismo conservador, radicalizando a sus bases y a sus votantes. El PP podría haber representado una alternativa a la que aferrarse, pero sus debilidades organizativas, los problemas de corrupción nacionales y la inexplicable pasividad del Gobierno Rajoy ante el desafío separatista lo impidieron.
Pues bien, con estos antecedentes y en un contexto tremendamente hostil, la derecha catalana constitucionalista afronta unas nuevas elecciones autonómicas a principios de 2021. Sin contar con ‘el efecto Illa’ en el tablero electoral, que ya se verá, las encuestas pronostican alrededor de 78 escaños para los partidos de izquierda (ERC, PSC, Comuns y CUP) y apenas 12 o 13 escaños para los partidos de centro-derecha o derecha (PP y Vox). En medio quedan los seguidores de Puigdemont, liderados por una Laura Borràs que afirma que “siempre se ha sentido de izquierdas”, y los restos del naufragio de Ciudadanos (13-14 escaños), divididos entre liberales y socialdemócratas.
El líder del PPC, Alejandro Fernández, ha conseguido lo que hasta hace poco parecía un milagro: evitar la desaparición de su partido en Cataluña y el sorpasso por parte de Vox. Desde tiempos de Aleix Vidal-Quadras, el PP no contaba con un liderazgo tan sólido intelectualmente y con un discurso tan bien trabado. Buena parte de la recuperación del PP se debe a su figura. Pero está por ver si conseguirá mantener su autoridad frente a la dirección nacional del partido cuando lleguen momentos delicados, y si será capaz de crear una organización basada en el talento e integradora, que supere los tradicionales personalismos y camarillas.
El notable crecimiento de Vox
Una parte del talento y de los votos que perdió el PP se hallan ahora en Vox. El partido liderado por el valiente Ignacio Garriga se beneficia del crecimiento a nivel nacional y aspira a ser la sorpresa en el próximo Parlament. El crecimiento y las expectativas positivas ocultan las numerosas carencias de una fuerza política en donde confluyen ideologías y perfiles demasiado heterogéneos y en algunos casos demasiado radicales. Una amalgama de difícil gestión en el medio plazo.
Si en Vox el crecimiento oculta las carencias y divisiones, en Ciudadanos pasa todo lo contrario. Muchos votantes constitucionalistas liberales y centristas que confiaron en el proyecto reformista de Cs se sienten defraudados. Vox no será nunca una opción para esos votantes, pero siguen recelando del PP. La consecuencia es la desmovilización y la abstención: muchísimos votantes constitucionalistas que contribuyeron al triunfo de Inés Arrimadas en 2017 pueden quedarse en casa en 2021.
La división que en el conjunto de España carece de sentido, en Cataluña lo tiene todavía menos. Un centro derecha constitucionalista unido y articulado sería capaz de recuperar sus mejores cotas electorales, acercándose al 15% del voto y convirtiéndose en la tercera fuerza política del Parlament. Una posición desde la que ejercer una influencia moderadora sobre la desquiciada política catalana y plantear la necesaria batalla cultural en la sociedad. En Cataluña hay espacio para una derecha constitucionalista, pero se requiere un liderazgo, inteligencia, coraje y generosidad que han estado ausentes en los últimos años.