EL MUNDO
· Cataluña. En los últimos 20 años se ha triplicado el número de independentistas. ¿Cómo se ha pasado del ‘España nos roba’ y el ‘España va mal’ al ‘adiós España’?
La Compañía Anónima Hilaturas de Fabra y Coats fue fundada en 1903 tras la fusión de una empresa tradicional de hilados de lino con la firma británica J&P Coats. Aquella fue la primera inversión extranjera en la economía industrial catalana y el resultante, una de las principales compañías textiles de Europa.
Hasta los años 70 la fábrica llegó a dar trabajo a unos 3.000 vecinos, la mayor parte mujeres de Sant Andreu, hoy distrito obrero en el norte de Barcelona y todavía una de las zonas con mayor inmigración andaluza de la ciudad.
En 2005, Fabra y Coats echó el cierre y el ayuntamiento adquirió su imponente edificio para reconvertirlo tres años después en un centro de creación artística. Hoy hay estudiantes de moda, una exposición de arte visual y a las 19.00 horas, en la nave F –como todos los martes y viernes–, entrena la Colla Castellera Jove de Barcelona.
Los nietos de las antiguas hilanderas llegan ahora a la colla con mochilas con la estelada a la espalda. Y Sant Andreu, antiguo feudo socialista, hoy vota independencia. En 1999, el PSC tocó techo con el 43,4% de los votos en el distrito. En las últimas autonómicas, Junts pel Sí y la CUP sumaron aquí el 43,9%.
¿Qué ha cambiado durante los últimos 18 años? «Que nos han expulsado de una idea de España», explica Mari Carmen. Su padre es navarro, tiene setenta y tantos y vive al otro lado de la Ronda Litoral, en Santa Coloma de Gramanet, cuna del diputado de ERC Gabriel Rufián, autoproclamado charnego e independentista. «He aquí su derrota y he aquí nuestra victoria», desafió en su estreno en el Congreso.
Para Mari Carmen, Rufián es la «caricatura exagerada» de una realidad obviada a menudo por los medios «de Madrid». Rufián como parodia de un gran sector de la población catalana que hace tiempo que inició la desconexión sin que casi nadie reparara en ello. «Mi padre no habla catalán, ni siquiera tiene sintonizada TV3, nadie le ha lavado la cabeza, jamás habría votado a Puigdemont o a Junqueras, pero te dirá en perfecto castellano que está hasta los cojones y que ahora es más independentista que nadie».
En las dos últimas décadas, se triplicó el número de catalanes que se declaran independentistas, pasando de un 15%, en 1996, a un 41% el mes pasado. ¿De dónde salen?
Responde Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad Autónoma de Barcelona: «Hace ya años que el independentismo empezó a atraer primero al votante catalanista y después a un tipo de votante distinto, que hasta entonces apoyaba al PSC o se abstenía. No se le convenció por los métodos tradicionales del nacionalismo pujolista, la idea de Cataluña como nación, con una lengua y una identidad, sino que se pasó a una especie de nacionalismo económico, el España nos roba».
«Esto caló y a ello se sumó la grave crisis económica. Pasamos de la España grande y próspera de los años 90 a una España que ya no funciona. Y se suma un votante que se plantea que otra cosa podría ir mejor; es un voto protesta ligado al 15-M. En el actual independentismo catalán se junta, en definitiva, el nacionalismo identitario, el España nos roba y el España va mal».
De Carreras mantiene, sin embargo, que el porcentaje real de independentistas es mucho menor que el que se traslada. «El nacionalismo tiene la habilidad de hablar en nombre de todos, pero en Cataluña hay muchos tipos de catalanes que quieren muchas cosas distintas. Ni siquiera todos los votantes de ERC son independentistas».
El último barómetro del Centre d’Estudis d’Opinió de la Generalitat dice que son mayoría los catalanes contrarios a la independencia –49,4% frente a un 41,1– pero también que más del 70% quieren votar en referéndum. El convocado de forma ilegal para el próximo 1 de octubre tendría una participación del 67% y ahí sí ganaría la independencia con un apoyo del 62,4%.
El laberinto catalán se refleja en Granollers como en pocos sitios. La capital del Vallés Oriental ha sido bastión socialista en cada convocatoria municipal, desde 1979, y una de las ciudades que dio la victoria a Podemos en Cataluña en las últimas generales. Su voto en las autonómicas es, sin embargo, el más fiel al patrón del Parlament. En 2015 ganó Junts pel Sí seguido de Ciudadanos.
«NO ODIO ESPAÑA»
Aquí uno se encuentra a unionistas convencidos e independentistas devotos y, por la calle del medio, gente como Albert: «Si por algo ganaba CiU era porque representaba una clase media que era catalanista, pero respetaba mucho a España. Pero esa clase media se ha radicalizado, entendió que había que reaccionar y ahora todo tiene difícil solución».
En 1904, un año después de abrir Fabra y Coats en Sant Andreu, se construyó en Granollers la fábrica textil Roca Umbert. Ésta cerró en 1991 y el ayuntamiento también la reconvirtió en 2003 en una fábrica cultural. Allí trabajan hoy dos artistas de 32 y 35 años, Vicenç y Helena.
«Yo no tengo la estelada en el balcón. Nunca me he considerado independentista, pero sí siento que tengo una identidad catalana muy diferenciada a la española», dice ella. «Es una cuestión emocional, nada agresivo. Yo me siento distinta a un español, pero no odio España. Para nada. Igual que no me siento finlandesa, pero no odio Finlandia».
«España es un país plurinacional que nunca ha actuado como tal», lamenta él. «Siempre se actúa desde la centralidad y el pensamiento único, nunca desde la diversidad».
¿Y cuál es la solución? Responde Helena: «Si hay un referéndum pactado, genial porque nos votamos encima. Pero si no, da igual. Cuando yo me fui de casa, mis padres no tenían por qué estar de acuerdo».
Cierra Vicenç: «Cuanta más gente se alejaba de su modelo, más nos daba la espalda España. Nos han tratado de tontos, de manipulados. Y así es como el independentismo ha pasado de los cuatro pajilleros de siempre a lo que es ahora».
Montserrat Baras, profesora de Ciencia Política, rebate esa tesis generalizada en Cataluña. El desapego con España, dice ella, no crece de abajo hacia arriba, sino al revés. «Aquí ocurre una cosa rarísima y es que las élites son más radicales que las bases y es desde arriba y a través de los medios como se ha radicalizado a los votantes».
«Llevan años creando un imaginario que nos hace parecer diferentes, desaparece la palabra España, se habla de inmigrantes españoles y se crea una unanimidad de la que es difícil escapar, mientras se presenta una España rancia, rural, carca. Se produce un síndrome muy claro de espiral del silencio por el que el discordante no se atreve a salir del armario».
«La prensa habla del problema catalán, pero eso no existe», mantiene Baras. «Hay un problema con algunos catalanes».
Para el sociólogo Salvador Giner, presidente del Institut d’Estudis Catalans entre 2005 y 2013, ese «problema catalán» se ha sustituido por la convicción de que «el problema se llama España».
Escribe Giner en su ensayo Cataluña para españoles que, a golpe de «incomprensiones y agravios» de su clase política, España está cada vez más lejos de la mente de muchos catalanes. «El hecho diferencial catalán irrita en España», se queja.
– ¿Acabarán siendo mayoría los catalanes independentistas?
– Lo importante no es cuántos sean, sino quiénes. Porque es la gente convencida la que cambia el mundo.
Ricard es uno de esos convencidos. «Yo no me he sentido español jamás, soy español a la fuerza y tengo unas ganas locas de irme. No creo en España, así que no espero nada de ella», cuenta sentado en una mesa, en Barcelona. En la otra esquina, sus hijos se han agotado más tarde: «Llevas años pidiendo comprensión y tienes la sensación de que nada sirve. Todo es no, y la gente se cansa».
El filósofo Ferran Sáez Mateu remite ese cansancio a los últimos 130 años. «Lo del Estatut es el momento estelar en que el catalán percibe que España no le quiere tal y como es. Y acaba calando la impresión de que ya no cabe».
Sáez Mateu presume de la identidad catalana como la más «postmoderna». «Aquí hay señores castellanoparlantes que son independentistas y otros que en perfecto catalán defienden la unidad de España, y esto es maravilloso porque supera las tensiones etnicistas del siglo XIX».
En Cataluña hay casi tantas identidades como catalanes. Este mismo año, el 83% de los vecinos de Sant Miquel de Balenyà votaron en referéndum para independizarse de Seva, el pueblo vecino.
Batea, en Tarragona, quiere marcharse con Aragón. Y en la Barceloneta, el arrabal marinero de la capital, no cuelgan esteladas, sino las banderas que se inventó el barrio en 1992 para gritar que Barceloneta is not Barcelona.
«Hay más indignación que identidad», admite Rosa en su librería. «Si yo fuera de Salamanca, votaría a Podemos, pero como soy catalana, voto independencia».
¿Y si se votara y ganara el no?
Escribe Salvador Giner: «La cuestión misma no desaparecería. Cuando los valores en juego son esenciales, los democráticamente vencidos, sea cual sea el tamaño de la victoria, cuentan sus pérdidas, se reúnen de nuevo y vuelven a la lucha».