Cogidos de improviso, los dirigentes políticos dicen entender a los concentrados en Sol y coincidir con sus inquietudes. Pero ni se muestran dispuestos a atender a su emplazamiento con una actitud autocrítica, ni se atreven a replicar con puntualizaciones a la reivindicación ‘Democracia real ya’.
El llamado Movimiento 15-M parece por ahora más una protesta sonora que una rebelión pacífica cuyo eco suena gracias, en buena medida, a la atonía de la campaña electoral. El descontento social está latente pero no ha dado lugar a una manifestación generalizada de indignación. La corriente de simpatía y comprensión de que disfrutan los acampados en la Puerta del Sol solo significa eso por el momento. Las evocaciones al mayo del 68, a la plaza Tahrir en El Cairo o las referencias a la contestación ciudadana en Islandia reflejan la búsqueda instintiva de un camino por emulación. Pero es significativo que nadie mencione las movilizaciones en Grecia, seguramente porque los concentrados sienten que no condujeron a nada frente al peso muerto de su deuda soberana; es decir, de los mercados. Los artífices del 15-M dan muestras de una parsimonia a la hora de perfilar sus posturas que contrasta con la impaciencia que representarían, y tienden a convertir el medio -tomar la plaza, por lo menos hasta el próximo domingo- en un fin a falta de un objetivo más nítido.
No conviene confundir las causas con sus efectos. Lo que está ocurriendo puede ser el reflejo tardío -contenido por un PSOE gobernante y unos sindicatos moderadores- de la inquietud que muchos ciudadanos sienten al intuir que la sociedad española se está volviendo dual. Sectores que ni en su vida cotidiana ni en sus perspectivas de futuro parecen temer posibles dificultades frente a sectores para los que el desempleo y la reducción de la renta familiar generan entre preocupación y angustia. La prolongación en el tiempo de tal dualidad -habida cuenta de que solo la especulación financiera y la construcción se han mostrado capaces de obrar milagros en el pasado reciente- interpela a los partidos sin que estos tengan respuesta alguna que ofrecer. El otro problema que el 15-M ha hecho aflorar es la sensación de ahogo que puede estar provocando el bipartidismo combativo entre PP y PSOE, implacables entre sí y beneficiados por la mala prensa que suscita la mera hipótesis de un parlamento más diverso.
Cogidos de improviso, los partidos y los dirigentes políticos dicen entender a los concentrados en Sol y coincidir con sus inquietudes. Pero ni se muestran dispuestos a atender a su emplazamiento con una actitud autocrítica en aquello que pudieran corregir, ni se atreven a replicar a la protesta con las puntualizaciones que requeriría la reivindicación ‘Democracia real ya’. Ni advierten directamente sobre los peligros que entrañan las llamadas a la abstención, ni llevan la contraria a esa disolvente pancarta de ‘Le llaman democracia y no lo es’. Prefieren eludir toda polémica con los acampados para que la campaña continúe impasible en medio de cábalas sobre a cual de las dos grandes formaciones beneficiará o perjudicará tan ecléctica movida. Es la norma no escrita: mostrar la mejor sonrisa, sugerir que la protesta va contra el adversario político, y esperar a que el 22-M deje en su sitio al 15-M.
Kepa Aulestia, EL DIARIO VASCO, 19/5/2011