Mario Vargas Llosa-El País
Está convencida, como ha mostrado en este año, de que en la política pacífica y tolerante de la democracia y el liberalismo todo se puede cambiar, a condición de que se dicten las leyes adecuadas y se defienda la libertad
Por lo pronto ha mostrado que no es verdad que a los jóvenes más brillantes en España les interesan la economía y las empresas, pero detestan la política. Pocas personas hay mejor preparadas intelectualmente que Cayetana, con un doctorado en Historia en la Universidad de Oxford, y, sin embargo, a ella le apasiona la política y está convencida, como ha mostrado en este año, de que en la política pacífica y tolerante de la de la democracia y el liberalismo todo se puede cambiar, a condición de que se dicten las leyes adecuadas y, sobre todo, se defienda la libertad ante los que quisieran conculcarla, como ahora, en España, la extrema izquierda de Podemos y los independentistas de Cataluña. Es el mejor trabajo que Cayetana ha hecho y lo más que tenemos que agradecerle: demostrar, con palabras y con hechos, que no hay razón alguna para que la derecha democrática tenga complejos de inferioridad frente a la izquierda comunista, que arrastra, dentro de sus taras, cosas tan horrendas como el Gulag, la Revolución Cultural China y, más cerca de nosotros, la desgraciada Venezuela, uno de los países más ricos del mundo al que “el socialismo del siglo XXI” del comandante Chávez sepultó en la miseria y del que cinco millones de personas por lo menos han tenido que huir para poder comer y trabajar. ¿Por qué tendría que bajar la cabeza y rendirse la doctrina de la libertad frente a los responsables de esos crímenes sabiendo que ella representa lo más avanzado, libre y próspero de nuestro planeta?
¿Quiénes son los que se han desgañitado pidiendo a Cayetana en este año moderación y centrismo? Algunos distraídos militantes del Partido Popular, sin duda, pero sobre todo los socialistas y comunistas, sorprendidos de ver a alguien de la derecha que se atrevía a recordarles los horrores cometidos en nombre del sacrosanto marxismo. A mí me recordaba los años de Margaret Thatcher en Inglaterra, cuando socialistas y comunistas le exigían desesperados que se centrara y moderara, porque con sus inconveniencias políticas iba a llevar a los tories a la extinción. La verdad es que los llevó al poder por tres veces consecutivas —por primera vez en la historia— y que Gran Bretaña jamás estuvo tan bien, desde la Segunda Guerra Mundial, como con la señora Thatcher.
¿Cuáles son las posiciones que ha defendido Cayetana como portavoz del Partido Popular? Cosas tan sensatas y queridas por media España como que el Partido Socialista vuelva a ser lo que era en tiempos de Felipe González y el Partido Popular pueda unirse a él en una coalición que permita la recuperación del país en este año de gravísimas vicisitudes sanitarias y económicas. Y nadie ha expresado tan claramente como ella la distancia que hay entre un partido democrático y liberal como el Partido Popular y una fuerza conservadora y nacionalista como Vox. ¿Es ese el temido radicalismo de Cayetana? También ha dicho con la misma claridad con que siempre se expresa que un partido político democrático y liberal no es lo mismo que el Ejército, donde las “órdenes de los jefes se obedecen sin dudas ni murmuraciones”. Desde luego que no. En un partido democrático las ideas se discuten, al igual que los programas, dentro de una adhesión general a ciertos principios, que inevitablemente se traducen en políticas distintas. Esto lo saben de sobra todos los militantes democráticos, pero lo ignoran, por supuesto, los que hacen política para medrar, enchufarse en el Estado o sentirse —ay de ellos— poderosos.
El sociólogo alemán Max Weber diferenció muy claramente la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Un partido democrático necesita dirigentes que representen ambas cosas; caso contrario, puede llenarse de oportunistas corrompidos o condenarse a ser sólo un grupo de presión alejado de la masa ciudadana. El político de convicción obedece a sus ideas y principios antes que a otra cosa; el político responsable sabe que las ideas y principios son generalidades de difícil aplicación y que, en muchos casos, debe hacer concesiones, a veces muy amplias, para hacer avanzar su causa y las reformas que defiende. El político de convicción no cede ni hace concesiones sobre las ideas ni los principios. En España no ha habido muchos políticos de convicción y tal vez ésa sea la razón de la triste historia de sus partidos políticos; no los ha habido en el sentido que Cayetana Álvarez de Toledo lo es, defendiendo aquello que cree sin mirar a los costados ni atemorizarse por las posibles consecuencias. Es verdad que dirigentes tan estrictos pueden significar la desgracia de un partido; pero, sin ellos, lo que es seguro es que ese partido se pudrirá en vida, lleno de “moderados”, vale decir oportunistas, ventajistas e, incluso, ladrones y enchufistas. Los que hemos votado varias veces por el Partido Popular no queremos que este partido, lo que más se parece a una fuerza liberal en España, termine en la confusión y el pragmatismo cínico en que ha caído el Partido Socialista desde que Felipe González dejó de dirigirlo. Y por eso, muchos que sin ser militantes votamos por él, creemos que Cayetana ha prestado un servicio inmenso a los populares defendiendo en sus filas, a veces contra sus mismos militantes, la ética de la convicción. Los principios y las ideas antes que los cargos y la figuración.
Conocí a Cayetana hace algunos años cuando el Rey Felipe VI salvó a España, con un discurso, del frenesí de los independentistas catalanes, que, luego de organizar una consulta ilegal para justificar la independencia, se creían ya dueños de la realidad política española. Cayetana, sin tener ni recibir apoyo de nadie, organizó la resistencia a la ilegalidad catalana, con Libres e Iguales, que movilizó a muchos jóvenes y viejos a través de España, quienes, a su mando, salimos a las calles a recordar que la Constitución española prohíbe expresamente que una región autónoma convoque un referéndum sobre la segregación, y a recordar que en una democracia la Constitución y las leyes se respetan. Es decir, a defender aquello mismo que Felipe VI había defendido con tanta lucidez en su discurso. Refiero esto para mostrar que una dirigente política que promueve la ética de la convicción no es una tetelememe extraviada en el mundo de las ideas; puede ser también un ser práctico y valiente que recurre a la acción en defensa de aquello que cree y promociona. Cayetana lo ha hecho siempre, con coraje, en Cataluña, cuando trataron de impedirle que entrara a una universidad, o en las giras políticas en el País Vasco, sin inmutarse ante los insultos y las piedras nacionalistas. La ética de la convicción no está reñida con la valentía ni la acción.
Dicho todo esto, esperamos de ella, ahora que tendrá más tiempo, que escriba el ensayo político sobre España que nos debe. Y, por supuesto, todos quienes la admiramos y queremos, la vamos a extrañar, sobre todo cuando escuchemos los debates en las Cortes y nos muramos de aburrimiento.